jueves, 13 de abril de 2017

Un Dickens neoyorquino


Vaya momento. El sueño de todo investigador, historiador, filólogo, mero lector. Qué momento viviría el estudiante de doctorado Zachary Turpin, de la Universidad de Houston, cuando indagando en el legado de Walt Whitman encontró unos papeles que a buen seguro eran el boceto de una narración y, a partir del nombre de diversos personajes que salían en él, acudió a los periódicos de la época y encontró uno en el que el poeta ya había publicado y la confirmación de sus pesquisas. Se trataba del neoyorquino “The Sunday Dispach”, que en efecto publicaba por entregas, entre el 14 de marzo y el 18 de abril, “Vida y aventuras de Jack Engle”, un relato que coincidía con los apuntes del cuaderno de Whitman manuscrito. En la Biblioteca del Congreso de Washington pudo consultar el único ejemplar existente ahí del citado periódico, y ciento sesenta y cinco años después, ese texto olvidado por un Whitman que también iba a renegar de otra exitosa novela que sí publicaría en forma de libro antes de consagrarse a la poesía, la antialcohólica “Franklin Evans, el borracho”, acaba de aparecer editado por la Universidad de Iowa y en línea en la “Walt Whitman Quarterly Review”.

Algunos de estos pormenores los explica Manuel Vilas en esta edición que ha salido con una velocidad vertiginosa en español por parte de Ediciones del Viento, con la traducción de Miguel Temprano García. Aparte de eso, el magnífico prólogo ubica a Whitman como “inventor” de los Estados Unidos, con esa nueva sensibilidad que impulsó a partir de la primera edición, en 1855, de “Hojas de hierba”. Él mismo calificará a su país de «gran poema» y, atendiendo a la Nación desde el Individuo, en el prefacio de la primera edición de su “work in progress” (el libro se irá agrandando a lo largo de sus nueve ediciones), dejará claro que lo mejor de su tierra es «el común de las gentes».

Un abogado en Wall Street

Destacar este enfoque de idolatría y afecto hacia su país y sus conciudadanos es aquí pertinente porque ya el primer capítulo se abre aludiendo en su título a “Un excelente ejemplar de la joven Norteamérica”, de modo que todos los vínculos que podamos establecer entre la mirada humana del Whitman narrador y su incipiente poesía están más que justificados. El punto de vista narrativo, con el sujeto que toma la voz y también forma parte del ambiente de vagabundaje y miseria que se va a ir mostrando para hacernos llegar la vida de Jack y la niña Martha, demuestra que el autor de Brooklyn tenía dotes narrativas más que notables. Por todo ello Vilas dice que esta historia, lejos de atraer sólo por ser una rareza en la trayectoria del poeta, “es interesante por sí misma, tiene valor histórico y literario, y dibuja el Nueva York de mediados del siglo XIX con asombrosa naturalidad”.

Es evidente en ella la impronta de Dickens si tenemos en cuenta que se va a contar la historia de un muchacho que es adoptado por un bondadoso lechero que precisamente acudirá a ese abogado para encontrarle un destino laboral que, en verdad, no le gusta. Esquemática, sentimental, con personajes estereotipados… Todas las reglas del género del folletín para el gran público se dan cita aquí para darnos (la publicidad que se había dado en la prensa era cierta) una novela muy entretenida, sobre todo cuando se van incorporando personajes, como la bailarina española Inez, y el egoísmo del abogado, con ínfulas políticas e “infames propósitos”, influye cada vez más en una trama que esconde un misterio en relación con la huérfana Martha.


Publicado en La Razón, 30-III-2017