Vaya momento. El sueño de todo
investigador, historiador, filólogo, mero lector. Qué momento viviría el
estudiante de doctorado Zachary Turpin, de la Universidad de Houston, cuando
indagando en el legado de Walt Whitman encontró unos papeles que a buen seguro
eran el boceto de una narración y, a partir del nombre de diversos personajes
que salían en él, acudió a los periódicos de la época y encontró uno en el que
el poeta ya había publicado y la confirmación de sus pesquisas. Se trataba del
neoyorquino “The Sunday Dispach”, que en efecto publicaba por entregas, entre
el 14 de marzo y el 18 de abril, “Vida y aventuras de Jack Engle”, un relato
que coincidía con los apuntes del cuaderno de Whitman manuscrito. En la
Biblioteca del Congreso de Washington pudo consultar el único ejemplar existente
ahí del citado periódico, y ciento sesenta y cinco años después, ese texto
olvidado por un Whitman que también iba a renegar de otra exitosa novela que sí
publicaría en forma de libro antes de consagrarse a la poesía, la
antialcohólica “Franklin Evans, el borracho”, acaba de aparecer editado por la
Universidad de Iowa y en línea en la “Walt Whitman Quarterly Review”.
Algunos de estos pormenores los
explica Manuel Vilas en esta edición que ha salido con una velocidad
vertiginosa en español por parte de Ediciones del Viento, con la traducción de
Miguel Temprano García. Aparte de eso, el magnífico prólogo ubica a Whitman
como “inventor” de los Estados Unidos, con esa nueva sensibilidad que impulsó a
partir de la primera edición, en 1855, de “Hojas de hierba”. Él mismo
calificará a su país de «gran poema» y, atendiendo a la Nación desde el
Individuo, en el prefacio de la primera edición de su “work in progress” (el
libro se irá agrandando a lo largo de sus nueve ediciones), dejará claro que lo
mejor de su tierra es «el común de las gentes».
Un abogado en Wall Street
Destacar este enfoque de idolatría
y afecto hacia su país y sus conciudadanos es aquí pertinente porque ya el
primer capítulo se abre aludiendo en su título a “Un excelente ejemplar de la
joven Norteamérica”, de modo que todos los vínculos que podamos establecer
entre la mirada humana del Whitman narrador y su incipiente poesía están más
que justificados. El punto de vista narrativo, con el sujeto que toma la voz y
también forma parte del ambiente de vagabundaje y miseria que se va a ir
mostrando para hacernos llegar la vida de Jack y la niña Martha, demuestra que
el autor de Brooklyn tenía dotes narrativas más que notables. Por todo ello
Vilas dice que esta historia, lejos de atraer sólo por ser una rareza en la
trayectoria del poeta, “es interesante por sí misma, tiene valor histórico y
literario, y dibuja el Nueva York de mediados del siglo XIX con asombrosa naturalidad”.
Es evidente en ella la impronta de
Dickens si tenemos en cuenta que se va a contar la historia de un muchacho que
es adoptado por un bondadoso lechero que precisamente acudirá a ese abogado
para encontrarle un destino laboral que, en verdad, no le gusta. Esquemática,
sentimental, con personajes estereotipados… Todas las reglas del género del
folletín para el gran público se dan cita aquí para darnos (la publicidad que
se había dado en la prensa era cierta) una novela muy entretenida, sobre todo
cuando se van incorporando personajes, como la bailarina española Inez, y el
egoísmo del abogado, con ínfulas políticas e “infames propósitos”, influye cada
vez más en una trama que esconde un misterio en relación con la huérfana
Martha.
Publicado en La Razón,
30-III-2017