Hace algo más de un año, Tzvetan Todorov publicaba
“Insumisos”, donde abordaba casos a lo largo de la historia reciente en los que
la falta de sometimiento a una autoridad superior destacaba como acción
valerosa frente al poder establecido; en ello, no podía faltar la represión del
régimen comunista en Rusia. Ahora, a sólo tres meses de su muerte, aparece “La
revolución y los artistas rusos 1917-1941” (traducción de Noemí Sobregués), en
un año en que se suceden los libros en torno a la Revolución rusa por la
onomástica de su centenario y el comienzo de un nuevo país liderado por Lenin,
al que le seguirá el dominio de Stalin a partir de 1929. A éste, como refiere
Todorov, no le importará matar de hambre a millones de campesinos al
reestructurar la economía agraria; a su juicio, se comportaría como un
“artista” de vanguardia, que no mira al pasado al centrarse en fabricar un
hombre nuevo para la sociedad.
Como en el libro anterior, aquí se hará inevitable
recurrir a las biografías de escritores como Borís Pasternak, cuyo «Doctor
Zhivago» no se publicaría en Rusia hasta 1988, con el cambio histórico que
impulsó Gorbachov desde la perestroika y la desclasificación de papeles
importantes de la extinta Unión Soviética. Esto posibilitaría que
investigadores como Vitali Chentalinski, en «De los archivos literarios del
KGB», pudiera constatar la tiranía del gobierno hacia los escritores que no
escribían conforme lo estipulado, y explicar que, en Rusia, «la palabra ha sido
tan valorada entre nosotros que por ella se ha llegado incluso al asesinato».
El enfoque de Todorov consiste en analizar a los
intelectuales antes y durante la revolución y cómo vivieron todo una vez
estuvieron inmersos en su estado represivo y criminal, poniendo el acento en
que los artistas vanguardistas de inicios del siglo XX se consideraban a sí mismos
revolucionarios. Lo cierto es que muchos autores se jugaron el pellejo, hasta
perder la vida o su labor artística, y este libro será la ocasión para
revisitar determinadas vidas aciagas: Mandelstam desapareció en un campo de
concentración; Bábel fue fusilado; Bulgákov, marginado de modo absoluto; Tsvetáieva
y Ajmátova, censuradas y viendo cómo las autoridades se ensañaban con sus
parejas e hijos; Platónov vio cómo sus manuscritos eran confiscados...
Se calcula que, durante el periodo soviético,
fueron detenidos unos dos mil escritores, y unos mil quinientos fueron
encarcelados o llevados a campos de concentración. Todorov contextualiza cada
franja histórica con su claridad expositiva habitual, y en diferentes apartados
explica de forma concisa la obra que cada uno de ellos escribió, enfrentándose
a menudo al poder establecido. Y además, no sólo mediante la palabra, sino con
una cámara de cine, una partitura o un lienzo; de modo que Eisenstein (que
apoyó la Revolución de Octubre y se alistó en el Ejército Rojo, aunque luego
padeció la presión de los dirigentes), Shostakovitch (con su controvertida
ópera “Lady Macbeth de Mtsensk”, que condena el periódico “Pravda” al día
siguiente del estrenarse) y Malevitch (que pronto tendrá cargos de
responsabilidad artística institucional) también se asoman a un libro que
compendia muy bien la información sobre un periodo tan complejo como oscuro,
rico hasta el infinito para el historiador.
Publicado en La Razón,
18-V-2017