jueves, 18 de mayo de 2017

Una pasión sin secretismos


En su autobiografía “La madurez”, Simone de Beauvoir contó que al cumplir los cuarenta sintió que renacía al ir del brazo de un enamorado de veinte. Así, el tópico del hombre bastante mayor que su mujer, aceptado con naturalidad, se presenta muchas veces al revés, y casos entre las celebridades actuales no faltan, como la actriz Susan Sarandon, que le llevaba veintiún años a su penúltimo novio. Este tipo de diferencias amplias de edades, en la literatura, ha conllevado tanto idolatrar la figura de la mujer de edad media, desprejuiciada y libre, como resaltar su morbo erótico. En 2008, el cine lo mostró mediante la adaptación de la novela de Bernhard Schlink “El lector” (que en otros países se llamó “Una pasión secreta”), en la que una Kate Winslet de treinta y cinco años se entregaba a una fuerte relación sexual con un joven de quince. 

Una narración como esta bebía por completo, incluso en el trasfondo de política y guerra, de otra que tuvo un gran éxito en la gran pantalla, “En brazos de la mujer madura”, del narrador y dramaturgo Stephen Vizinczey (1933), basada en su novela publicada en 1965. En ella, tras una significativa dedicatoria del autor húngaro –“Este libro está dedicado a los hombres jóvenes y dedicado a las mujeres maduras; y la relación entre unos y otros es mi propuesta”–, se contaba cómo un profesor de filosofía recordaba, entre otros amores, el de una relación que el título hace inequívoca. Presentada como unas memorias, parte de la obra giraba en torno a las virtudes amatorias que puede ofrecer una mujer ajena al qué dirán; era toda una celebración de cómo el instinto carnal no entiende de edad ni de convenciones sociales, haciendo bueno lo que dijo el político y científico Benjamin Franklin: “En todos vuestros amores, debéis preferir a las mujeres mayores antes que a las jóvenes… porque poseen más conocimiento del mundo”.

Publicado en La Razón, 12-V-2017, junto al reportaje 
"En brazos de la mujer madura", sobre Macron y su mujer