sábado, 30 de septiembre de 2017

Entre el éxtasis y el vacío


Por mucho que pueda resultar paradójico, Emil Cioran, el filósofo de la segunda mitad del siglo XX más heterodoxo y original y apasionado, más desgarrador y poético e independiente, rompió con eso que conocemos como Filosofía muy pronto, cuando se dijo que ésta pregunta sin dar respuestas, abandonándote al fin con tus dudas. Lo que él ideó no fue, pues, un sistema filosófico, sino una mirada sobre la vida en palabras accesibles o inabordables, qué más da, pero siempre impactantes, sinceras, artísticas. Así lo explicó Gabriel Liiceanu en «E. M. Cioran. Itinerarios de una vida» (Ediciones del Subsuelo, 2014). Cioran entendería que ningún filósofo le servía para resolver enigmas grandes como el destino humano y pequeños dramas personales como el insomnio.

Justamente, un libro como “Lágrimas y santos”, escrito en rumano y publicado en 1937, el año que abandonaría su país para instalarse en París –antes había solicitado una beca para venir a España, pero no le contestaron desde la embajada: dos meses después estallaría la guerra civil–, nace de su época insomne. Una época obsesiva por cuanto esa vigilia involuntaria y lacerante tenía el poder de cambiar por completo la interpretación de todo lo que le rodeaba, de todo lo interior, lo cual cabe relacionar con su aproximación a lo místico y santo, en buena parte por su fascinación por la mística española, “un momento divino en la historia de la divinidad”.

De hecho, surge santa Teresa de Jesús en medio de meditaciones preciosas, enigmáticas, líricas. Las lágrimas serías las “huellas” de los santos, y Cioran los rastrea figuradamente como sinónimo de aspiración a la pureza, en torno a lo que acontece en el corazón, símbolo de la mística y la santidad. “¡Señor, sin ti estoy loco y contigo enloquezco!”, proclama este Nietzsche contemporáneo, consciente de que la historia ha presenciado la atracción “por la nada vibrante de la divinidad” pero el mundo moderno está “desposeído del soplo divino”. Y es que «no interesa si Dios existe o no, sino sólo si “resiste” a nuestro ímpetu y a nuestra soledad».

Los párrafos que abordan el éxtasis y el vacío se suceden en una amalgama expresiva fabulosa, en una edición (traducida por Christian Santacroce) muy relevante porque es la primera vez que se ofrece íntegra y original, pues sólo había aparecido en extractos mediante una antología aparecida en los años ochenta que, además, Cioran censuró en parte. En realidad, este su cuarto libro se publicaría con polémica en su momento; salvo alguna excepción, lo enfrentó a la crítica y hasta a sus familiares. Ya lo dijo Cioran en una entrevista, hablando de esos «dichosos libros… Me han costado muchísimo. Cada uno de mis libros ha sido una prueba, un martirio».

Publicado en La Razón, 31-VIII-2017