Por mucho que pueda
resultar paradójico, Emil Cioran, el filósofo de la segunda mitad del siglo XX
más heterodoxo y original y apasionado, más desgarrador y poético e
independiente, rompió con eso que conocemos como Filosofía muy pronto, cuando
se dijo que ésta pregunta sin dar respuestas, abandonándote al fin con tus
dudas. Lo que él ideó no fue, pues, un sistema filosófico, sino una mirada
sobre la vida en palabras accesibles o inabordables, qué más da, pero siempre
impactantes, sinceras, artísticas. Así lo explicó Gabriel Liiceanu en «E. M.
Cioran. Itinerarios de una vida» (Ediciones del Subsuelo, 2014). Cioran
entendería que ningún filósofo le servía para resolver enigmas grandes como el
destino humano y pequeños dramas personales como el insomnio.
Justamente, un libro como
“Lágrimas y santos”, escrito en rumano y publicado en 1937, el año que
abandonaría su país para instalarse en París –antes había solicitado una beca
para venir a España, pero no le contestaron desde la embajada: dos meses
después estallaría la guerra civil–, nace de su época insomne. Una época
obsesiva por cuanto esa vigilia involuntaria y lacerante tenía el poder de
cambiar por completo la interpretación de todo lo que le rodeaba, de todo lo
interior, lo cual cabe relacionar con su aproximación a lo místico y santo, en
buena parte por su fascinación por la mística española, “un momento divino en
la historia de la divinidad”.
De hecho, surge santa
Teresa de Jesús en medio de meditaciones preciosas, enigmáticas, líricas. Las
lágrimas serías las “huellas” de los santos, y Cioran los rastrea figuradamente
como sinónimo de aspiración a la pureza, en torno a lo que acontece en el
corazón, símbolo de la mística y la santidad. “¡Señor, sin ti estoy loco y
contigo enloquezco!”, proclama este Nietzsche contemporáneo, consciente de que
la historia ha presenciado la atracción “por la nada vibrante de la divinidad” pero
el mundo moderno está “desposeído del soplo divino”. Y es que «no interesa si
Dios existe o no, sino sólo si “resiste” a nuestro ímpetu y a nuestra soledad».
Los párrafos que abordan
el éxtasis y el vacío se suceden en una amalgama expresiva fabulosa, en una
edición (traducida por Christian Santacroce) muy relevante porque es la primera
vez que se ofrece íntegra y original, pues sólo había aparecido en extractos mediante
una antología aparecida en los años ochenta que, además, Cioran censuró en
parte. En realidad, este su cuarto libro se publicaría con polémica en su
momento; salvo alguna excepción, lo enfrentó a la crítica y hasta a sus
familiares. Ya lo dijo Cioran
en una entrevista, hablando de esos «dichosos libros… Me han costado muchísimo.
Cada uno de mis libros ha sido una prueba, un martirio».
Publicado en La Razón, 31-VIII-2017