Durante
el último lustro del siglo XX, el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona
organizó unas exposiciones que aunaban ciudades con escritores: el Dublín de
Joyce, la Lisboa de Pessoa, la Praga de Kafka, la Buenos Aires de Borges. Era
un recorrido sensorial por esas capitales a partir de diversas literaturas que se
detuvo en 2003 hasta que en 2011 vio la luz una exposición nueva de un
intelectual contemporáneo, la dedicada a la Trieste de Claudio Magris. Era por
supuesto la Trieste que había pisado Italo Svevo y su amigo James Joyce, la que
recorrió Rilke, la hablante de tres lenguas (italiana, alemana, eslovena); el
visitante de la muestra podía percibir el viento de la ciudad, la “bora”, y la
brisa del mar Adriático, conocer las canciones
tradiciones triestinas, entrar en el popular Caffè San Marco u hojear libros en
entrar en la antigua Libreria Antiquaria.
Aquella Trieste tan presente en la obra del autor de “El
Danubio” tuvo, en el año 2007, un espléndido homenaje en forma de libro que
ahora ha traducido Lucía Barahona, “Trieste o el sentido de
ninguna parte”, de Jan Morris, la escritora viajera por los cuatro
continentes de la que Gallo Nero ha publicado, entre otras, la maravillosa
«Manhattan 45». Morris, que nació varón y pudo cambiarse de sexo y nombre en la
ciudad de Casablanca en 1972, desarrollaría tanto una carrera periodística como
militar que al fin y a la postre siempre se reflejará en sus escritos: “Desde
la primera vez que la visité siendo un joven soldado al término de la Segunda
Guerra Mundial, esta ciudad, extrañamente, me ha perseguido”. De tal modo que
la autora capta esta localidad que muestra “una personalidad difusa desde un
punto de vista étnico y una historia confusa”; incluso advierte que la mayoría
de italianos no sabe que está en su propio país, pues se halla a la vera de
Eslovenia y Croacia.
El
Adriático azul y silencioso, su historia desde inicios del siglo XVIII, sus
monumentos y calles, la bonhomía de su gente… Todo lo emparenta Morris con esa
sensación de estar en Trieste y a la vez en ninguna parte, lo cual otros
escritores también han abordado por la sensación que, dicen, sucede cuando uno
ha regresado de ella: “una vaga sensación de misterio”, como si no se hubiera
entendido dónde uno ha estado realmente. Para Morris, se trata de un enclave
perfecto para vagabundear; seguimos, pues, sus pasos, y nos enseña su pasado
imperial austrohúngaro, hasta que los italianos toman su control en 1919, y en
medio enigmas e incertidumbres placenteros expuestos con mano maestra en torno
a la Piazza Unità, la joya de la ciudad, la plaza más grande de toda Italia.
Publicado en La Razón, 19-VIII-2017