En un escritor o intelectual, una
enfermedad degenerativa como la ELA, que provoca debilidad muscular progresiva
hasta llegar a la parálisis total, aunque ello no implique perder facultades
mentales, es algo tan cruel como esperanzador. Al menos, el declive no va
acompañado de la pérdida mental que comporta una dolencia como el Alzheimer,
que sufrió Iris Murdoch, desaparecida en 1999 a los setenta y nueve años. En su
último periodo, la escritora irlandesa no reconocía a su propio marido. Lo que
contrasta con lo que vivió el argentino Ricardo Piglia, que estuvo acompañado de
su mujer, mano a mano en una lucha por conseguir la medicación que necesitaba
incluso con procesos judiciales de por medio, y estuvo activo hasta sus
momentos postreros, desde que se le diagnosticó la enfermedad en 2013.
Piglia ya es un clásico
contemporáneo, uno de esos pocos narradores que reúnen simpatías casi
unánimemente, admiración de público y crítica, más cuando su caso fue conmovedor
y ejemplar. El autor de novelas como “Respiración artificial” (1982) o “El
camino de Ida” (2013) o de otros títulos que vieron la luz en su etapa más
dolorosa, como “La forma inicial”, una reunión de conferencias y conversaciones”,
entró a formar parte de un protocolo para recibir un medicamento novedoso que
repercutió en grandes mejorías tras dos dosis al ir recuperando algo su
capacidad de movimiento. Pero se trataba de una medicina carísima, casi cien
mil dólares, que empezó a pagar el propio autor hasta que determinó recurrir a
los juzgados para que la empresa farmacéutica que lo producía cubriera el cien
por cien de los gastos. Pero eso no ocurrió, aduciendo que estaba en fase de
experimentación y que la venta en Argentina aún no era posible. Se sucedieron las manifestaciones y las excusas, pero
tampoco el seguro de Piglia costeó las nuevas dosis ni
otras necesidades. Una lucha que tuvo un triste y letal desenlace este pasado
enero, con su sentida muerte. Meses atrás había publicado la segunda parte de
sus diarios, titulada tan significativamente “Los años felices”, que recorrían
la Argentina convulsa de los años 1968-1975.
Publicado en La Razón,
17-XI-2017