lunes, 5 de marzo de 2018

Entrevista capotiana a Ana Eire

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ana Eire.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Los Angeles. Es una ciudad fascinante, aunque no sea perfecta en ningún sentido. Además, es un paraíso para los aficionados al cine clásico.
¿Prefiere los animales a la gente?
La gente. Con todas sus consecuencias.
¿Es usted cruel?
No. La crueldad y la mezquindad son dos cosas que llevo muy mal.
¿Tiene muchos amigos?
No, poquísimos. Pero tengo mucha gente a la que quiero, sobre todo antiguos alumnos míos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Un amigo te entiende, aunque no entienda.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. La tolerancia es esencial en la amistad.
¿Es usted una persona sincera?
Sí, soy sincera. Por eso puedo mentir bien de vez en cuando.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con la lectura, el cine, las personas a las que quiero. También me encanta sentarme, mirar el  jardín y estar en las nubes.
¿Qué le da más miedo?
Cada vez me dan más miedo el cinismo y la rigidez ideológica
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La estrechez de miras.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No me llamaría escritora, aunque trato de ser creativa y no sólo analítica cuando escribo sobre poesía. Me dedico a la docencia, que me gusta cada vez más. A veces imagino que me habría gustado trabajar en el mundo de las finanzas--como dijo Wallace Stevens, “money is a kind of poetry”--, pero habría sido una pesadilla. Son esas fantasías que nunca deben hacerse realidad.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Tai Chi. Un arte marcial que no sirve para pelear sino para mantener tu lugar y responder a lo que se presente. La adaptabilidad y la fluidez son las que derrotan al adversario. Empecé a aprenderlo para mejorar mi equilibrio y de ingenua pensé que podría dominarlo en poco tiempo. Es un desafío constante física y mentalmente.
¿Sabe cocinar?
Soy un desastre en la cocina. Pero mi marido es un gran cocinero y me gusta estar cerca cuando se atarea con ollas, cuchillos, vapores. La cocina entonces es un espacio muy acogedor.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi padre, que dominaba el arte de la conversación y tenía una habilidad envidiable para hacer amigos variopintos por donde quiera que fuese. Me enseñó a amar los libros, a ser curiosa y algo escéptica, y a valorar las buenas maneras. Mi padre iba sonriendo por la vida aunque no tenía muchas razones para hacerlo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Now.
¿Y la más peligrosa?
Asumir (en el sentido de ideas asumidas, por ejemplo).
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Pero he deseado que alguien muriera.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Humanistas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Ave migratoria, de esas que viajan miles y miles de kilómetros buscando tierra habitable con un GPS interior infalible.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los vicios de verdad deben ser privados, pero puedo mencionar uno inocuo: dormir.
¿Y sus virtudes?
La generosidad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Imágenes de mi familia, de mi marido. Como escribió Neruda en uno de sus sonetos de amor, “todo dejó de ser, menos tus ojos”.
T. M.