martes, 12 de febrero de 2019

Entrevista capotiana a Juan Gracia Armendáriz


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan Gracia Armendáriz.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una reserva natural.
¿Prefiere los animales a la gente?
Las personas somos bípedos muy interesantes y de los animales siempre hay  algo que aprender. 
¿Es usted cruel?
Cruel no, me falta paciencia.   
¿Tiene muchos amigos?
Si cuento a los de verdad no puedo quejarme. Son un lujo.   
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Cada uno de ellos tiene su propia melodía, pero todos son excelentes personas de las que siempre aprendo algo. Me mejoran.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
La decepción parte de una expectativa que, como todas, es irreal.
¿Es usted una persona sincera? 
Mi sinceridad oscila. A veces, soy diplomático; a veces lacónico; y otras muestro mis cartas sin pudor. 
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Somos el tiempo que tenemos y por fortuna puedo administrarlo bien. 
¿Qué le da más miedo?
No contesto: creo en el poder performativo de las palabras. Hay un axioma que dice: “En el círculo de su acción todo verbo crea lo que afirma.” Ojo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me irrita la falta de educación; también que se humille al débil, pero no es algo que me escandalice: lo primero es una asignatura pendiente en España; lo segundo está en el ADN universal.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser guardabosques, biólogo o naturalista.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, con frecuencia.
¿Sabe cocinar?
Cocino para mí solo, así que mi repertorio es sencillo, pero sano. Los platos que domino los reservo para mi hija.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Hernán Cortés; tuvo la astucia y valentía de Odiseo, aunque su final no fue feliz como el del héroe homérico. El libro que le dedicó Hugh Thomas es fascinante.    
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Es un verbo: respirar.
¿Y la más peligrosa?
Chapuza. Incluso como palabra es horrorosa.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Escribí una novela de cuatrocientas páginas para no tener que hacerlo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me marcaron a fuego los llamados “años de plomo”: para mí esa época es la referencia que retrató -y retrata- mi particular mapa político.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un árbol.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El tabaco y no poner nunca la otra mejilla. 
¿Y sus virtudes?
La curiosidad permanente.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Me gustaría decir que me acordaría del verso de T.S. Eliot “Teme la muerte por agua”, pero seguramente me acordaré de alguna tontería doméstica, como no haber regado el ficus.   
T. M.