viernes, 29 de marzo de 2019

Los soldados presumidos


En “Los viajes de Gulliver”, Jonathan Swift  hacía contrastar a los yahoos, unas bestias inmundas cercanas a la naturaleza del ser humano, con la raza equina de los houyhnhnms, que a los ojos del viajero eran criaturas firmes, templadas, observadoras e inteligentes. Estos caballos, siempre con el objetivo de alcanzar la verdad de todo, se hallaban las mejores virtudes: el raciocinio y la bondad, la nobleza y la amistad, la cortesía y el entendimiento. El autor irlandés idolatraba así al animal que ha acompañado y servido al hombre desde tiempos inmemoriales, y a ello alude Stefano Malatesta al inicio de esta su primera obra traducida al español, “La vanidad de la caballería y otras historias de guerra” (traducción de Teresa Clavel), diciendo que en “en los tiempos de Swift, la relación entre hombre y caballo aún no se había interrumpido definitivamente, como sucedería a principios del siglo XX con la aparición del automóvil”. Y entonces cita una singular frase de D. H. Lawrence: «El hombre ha perdido al caballo, y ahora está perdido».

Este es el enfoque que el escritor italiano adopta en el libro, presentando al caballo en su posición privilegiada, marcadamente en el campo de batalla, en la vida itinerante de los pueblos nómadas, que dependían de este animal para su supervivencia. Pero esa dignidad y nobleza del caballo pronto tendrá su correspondiente contraste, como en Swift, con los militares presumidos montados en ellos, pendientes de su uniforme y su espalda recta, sobre todo en el siglo XVIII, con vestimentas absurdamente recargadas para la lucha armada. Malatesta recorre la historia y el continente europeo en busca de ejemplos paradigmáticos de todo ello, pero también se detiene en cómo el cine de Hollywood ha tratado a los soldados, con películas llenas de mentiras. Un pretexto que le lleva a trazar los rasgos esenciales de, por ejemplo, la fama de la carga de la Brigada Ligera, que muy pronto Alfred Tennyson trasladaría a la poesía y sobre la que, “más de ciento cincuenta años después, todavía se discute si fue la empresa guerrera inglesa más valerosa, temeraria y noble del siglo XIX, o una especie de gilipollez demencial”.

Por el libro irán pasando así un buen número de soldados, de manera tan documentada como amena, con sus extravagancias dentro y fuera del terreno bélico, como el curioso caso de Friedrich Wilhelm Freiherr von Seydlitz, un oficial que daba la orden de cargar fumando en pipa. Pero, claro está, destacará el ánimo vanidoso de todos estos combatientes, pues “la vanidad siempre había sido una prerrogativa de la caballería, así como la paciencia y la tenacidad se atribuían a la infantería”. Una actitud engreída aquella impensable en los houyhnhnms.

Publicado en La Razón, 28-III-2019