En “Los viajes de Gulliver”, Jonathan Swift hacía contrastar a los yahoos, unas bestias inmundas cercanas a la naturaleza del ser humano, con la raza equina de los houyhnhnms, que a los ojos del viajero eran criaturas firmes, templadas, observadoras e inteligentes. Estos caballos, siempre con el objetivo de alcanzar la verdad de todo, se hallaban las mejores virtudes: el raciocinio y la bondad, la nobleza y la amistad, la cortesía y el entendimiento. El autor irlandés idolatraba así al animal que ha acompañado y servido al hombre desde tiempos inmemoriales, y a ello alude Stefano Malatesta al inicio de esta su primera obra traducida al español, “La vanidad de la caballería y otras historias de guerra” (traducción de Teresa Clavel), diciendo que en “en los tiempos de Swift, la relación entre hombre y caballo aún no se había interrumpido definitivamente, como sucedería a principios del siglo XX con la aparición del automóvil”. Y entonces cita una singular frase de D. H. Lawrence: «El hombre ha perdido al caballo, y ahora está perdido».
Este es el
enfoque que el escritor italiano adopta en el libro, presentando al caballo en
su posición privilegiada, marcadamente en el campo de batalla, en la vida
itinerante de los pueblos nómadas, que dependían de este animal para su
supervivencia. Pero esa dignidad y nobleza del caballo pronto tendrá su
correspondiente contraste, como en Swift, con los militares presumidos montados
en ellos, pendientes de su uniforme y su espalda recta, sobre todo en el siglo
XVIII, con vestimentas absurdamente recargadas para la lucha armada. Malatesta
recorre la historia y el continente europeo en busca de ejemplos paradigmáticos
de todo ello, pero también se detiene en cómo el cine de Hollywood ha tratado a
los soldados, con películas llenas de mentiras. Un pretexto que le lleva a
trazar los rasgos esenciales de, por ejemplo, la fama de la carga de la Brigada
Ligera, que muy pronto Alfred Tennyson trasladaría a la poesía y sobre la que,
“más de ciento cincuenta años después, todavía se discute si fue la empresa
guerrera inglesa más valerosa, temeraria y noble del siglo XIX, o una especie
de gilipollez demencial”.
Por el
libro irán pasando así un buen número de soldados, de manera tan documentada
como amena, con sus extravagancias dentro y fuera del terreno bélico, como el
curioso caso de Friedrich Wilhelm Freiherr von Seydlitz, un oficial que daba la orden de cargar fumando en pipa. Pero,
claro está, destacará el ánimo vanidoso de todos estos combatientes, pues “la
vanidad siempre había sido una prerrogativa de la caballería, así como la
paciencia y la tenacidad se atribuían a la infantería”. Una actitud engreída
aquella impensable en los houyhnhnms.
Publicado en La Razón, 28-III-2019