En 1855, atormentado por la locura y la incapacidad de seguir escribiendo, el francés Gérard de Nerval se ahorca una madrugada con un cinturón en un callejón parisino. Tiene 46 años, y deja una nota: «No me esperes esta tarde, pues la noche será negra y blanca». El cadáver, cubierto de nieve, es encontrado al alba por un borracho, y en sus bolsillos asoman las últimas páginas de su obra «Aurélia», en que confluyen los tópicos del autor: el viaje, el libro y la escritura. En la década anterior, entre diversos internamientos psiquiátricos, el autor había emprendido un viaje a Oriente que le había llevado a publicar unas crónicas que cobrarían forma de libro, «Viaje a Oriente» (1851), resultado de sus pasos por Alejandría, El Cairo, Beirut, Constantinopla, Malta y Nápoles. Nerval queda fascinado por el velo de las mujeres –«Dejadme ver vuestro rostro a cambio de esta seda con flores de oro, y habré sido pagado con creces»– y por la importancia del matrimonio. Eso da unidad argumental al libro, pues la presencia del papel de la mujer en esa sociedad musulmana que la aparta de todo, también es motivo de reflexión para la otra autora del libro, la inglesa Amelia Edwards, que en 1873 recorrió Egipto y participó en excavaciones, hasta el punto de descubrir un templo que acabó llevando su nombre.
Un poco más adelante, Edwards fundaría la Egypt Exploration Fund y se mostraría como una figura activa en los derechos civiles, defendiendo el movimiento sufragista y viviendo una existencia libre, compartiendo todo con su gran amiga Ellen Drew Braysher. Una mujer superdotada para las artes, pues su capacidad de dibujar llamó la atención del gran caricaturista, famoso por ilustrar «Oliver Twist», George Cruikshank, y se distinguió por saber de matemáticas y estudiar piano y canto, además de practicar la equitación, estar habituada a llevar armas y vestir de modo masculino. Su obra más divulgada es «El carruaje fantasma y otras historias sobrenaturales» (2017), y aquí se han tomado los dos primeros capítulos de su libro «Mil millas Nilo arriba» (1877). El fruto es este precioso «Egipto, Sueño de dioses», en que se respira el ambiente de las callejuelas populosas, más de 50 barrios habitados por coptos, turcos, judíos y franceses.
Las mujeres son vendidas en un «mercado de esclavas» o usadas como bailarinas en harenes, donde se vive con apenas nada. Por supuesto, también aparece el gran Cairo de las pirámides; sobre ellas destacan las páginas de Edwards, pero también las referidas a los bazares o a la peregrinación a La Meca. Puro exotismo con ya ciento cincuenta años de antigüedad que aún está vigente a nuestros ojos.
Publicado en La Razón, 4-VII-2019