Hace unos pocos años nos preguntábamos qué era «una biografía intelectual». ¿Aquella que sólo capta el pensamiento del biografiado? La editorial Acantilado añadió ese subtítulo, ausente en la edición original, cuando publicó la biografía de un gran hombre, Denis Diderot, que firmaba Raymond Trousson; en ella, cabían su familia, su matrimonio, sus hijos, su amante, sus amigos y su paso por prisión, es decir, su Vida plena; aunque, claro está, el contenido de un libro como ese había de ser erudito, pues Diderot consagró todo su tiempo, en pleno Siglo de las Luces, a la realización de la «Enciclopedia» y a una obra ensayística y narrativa de trasfondo político y religioso realmente abundante.
Gracias a Philipp Blom conocimos la «“Encyclopédie”. El triunfo de la razón en tiempos irracionales» (2007) y nos adentramos en el París de 1750, cuando un grupo de jóvenes inquietos se propuso el objetivo de traducir un diccionario inglés y todo acabó en una empresa editorial de tinte subversivo prohibida por el Papa. Es sólo un ejemplo de la multitud de estudios que se publican sobre la época que cambió el modo de ver el arte y la sociedad por medio de valientes filósofos como Diderot y Jean-Jacques Rousseau, matemáticos como Jean d’Alembert y científicos como Louis de Jaucourt. Este cuarteto sufrió lo indecible en un lugar y tiempo contrarios al librepensamiento, pero su objetivo se cumplió: 27 tomos con 72 artículos firmados por los mayores expertos y colaboradores insignes como Voltaire.
En el trabajo del investigador belga, la aventura ilustrada se personificaba en Diderot, «curioso por todo», del que nos contaba sus primeros años «muy disolutos» en París, su relación con su mujer Nanette, «arpía y verdulera» según Rousseau, y cómo abanderó el proyecto enciclopédico mientras era acusado de materialista por su «Carta sobre los ciegos», contraria al dictado eclesiástico, y era encarcelado tres meses y medio. Cómo no acordarse de «El camí de Vincennes» (1995), de Antoni Marí, sobre la visita de Rousseau a su amigo encarcelado. La novela se abría con una cita del propio Diderot: «Las luces disiparán las manchas de oscuridad que aún cubren la superficie de la Tierra». ¿Se habrá cumplido ese presagio o nuestra civilización iluminada es otra forma de oscuridad?, podríamos preguntarnos hoy.
Porque hablar, biografiar a Diderot siempre será sinónimo de cuestionar nuestro mundo, nuestra sociedad, nuestra vida entera. En este sentido, tenemos una posibilidad inmejorable gracias a “Diderot o el arte de pensar libremente” (traducción de Vicente Campos González), de Andrew S. Curran, que dice en el prólogo lo siguiente: «Uno se queda estupefacto al descubrir la variedad de campos que abarca la obra de Diderot: entre otras cosas, el filósofo intuyó la selección natural antes que Darwin, el complejo de Edipo antes que Freud, y la manipulación genética doscientos años antes de que se diseñara la oveja Dolly». De modo que estamos ante uno de esos genios que fueron capaces de ver más allá de su tiempo y lugar. El autor justamente destaca el anhelo de posteridad de su biografiado, que en una carta a su amante Sophie Volland, tuvo las ideas extraordinariamente claras: «Esta obra producirá seguramente con el tiempo una revolución en los espíritus, y espero que los tiranos, los opresores, los fanáticos y los intolerantes no ganarán. Habremos servido a la humanidad».
Textos explosivos
Se refería, claro está, a la «Enciclopedia», en cuyos artículos quiso cuestionar todas las verdades aceptadas por entonces: la legitimidad de la monarquía, la desigualdad social, la trata de esclavos, las supersticiones, la represión de la sexualidad... Adalid de la defensa de la libertad de pensamiento, famoso por su ateísmo radical, Curran nos muestra a un pensador que considera el más creativo y destacado de su tiempo, «aunque optara en gran medida por dirigirse a aquellos que vendrían más adelante». Un aspecto que cabe remarcar de manera especial, pues para su tiempo Diderot «había escrito de hecho una asombrosa variedad de libros y ensayos increíblemente modernos», todo un conjunto de textos que quedaron inéditos, sobre todo durante el último tercio de su vida, «con la esperanza de que algún día explotara como una bomba. Ese momento fue preparado con esmero».
Es el periodo de dos novelas muy distintas, “La religiosa”, sobre una monja que sufre maltratos tras comunicar que abandona su convento, y “Jacques el fatalista”, vista como la novela satírica francesa por excelencia, en la que se presenta la historia de los amores del protagonista con grandes dosis de paradojas y una profusa crítica a la filosofía de la vida cotidiana y la filosofía universal. Partiendo de las sucesivas etapas de la existencia del que Voltaire calificó de “pantophile”: el tipo de pensador que se enamora desesperadamente de cualquier tema que estudie, como explica Curran, vemos primero al aspirante a sacerdote en la pequeña ciudad de Langres, al estudiante que corregía hasta a sus profesores e idolatraba a su padre, a un clásico, antiguo buscador de la verdad. Y así llegamos a sus ideas clave: «¿Cuál es el incentivo para ser moral en un mundo sin Dios?, ¿cómo debemos valorar el arte?, ¿qué significa ser humano y de dónde venimos?, ¿qué es el sexo?, ¿qué es el amor? y ¿cómo puede un escritor o un “philosophe” intervenir de manera efectiva en la política?». Interrogantes que no pueden ser más acuciantes y vigentes.
Publicado en La Razón, 30-I-2020