viernes, 27 de marzo de 2020

Entrevista capotiana a Inma López Silva


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Inma López Silva.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Vigo, la ciudad que, de hecho, he elegido después de dar tumbos por un montón de lugares. Ahora, si no pudiera salir jamás, preferiría no vivir.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Ni de broma. ¿Para qué? El ser humano es fascinante. ¿De qué escribiríamos, si no?
¿Es usted cruel?
Si. Como todo el mundo, soy capaz de serlo cuando la razón así me lo dicta. Pero por suerte, creo que hay muchas más ocasiones para elegir no serlo.
¿Tiene muchos amigos?
Sí. Soy un ser extremadamente social. Me entrego a amistades intensas que procuro no perder por puro vitalismo y por puro pensar que mañana puedo morir sin haber conocido a esa persona que me cambie la vida.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean personas libres, curiosas y dispuestas a compartir sus descubrimientos, vivencias y otras amistades. No soy muy escrupulosa, la verdad. Es el tiempo y la experiencia quien me ayuda a hacer la criba, no un preconcepto.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Como no soy muy exigente, es difícil que me decepcionen. Eso sí: cuando ocurre, la decepción es seguramente lo peor que puede irrumpir en mi relación con otra persona. Es un billete de salida de mi vida de solo-ida.
¿Es usted una persona sincera? 
Soy una persona extremadamente respetuosa y racional, por eso creo que la sinceridad está sobrevalorada porque a menudo daña innecesariamente y no aporta nada. Yo soy partidaria de construir las relaciones personales desde la honradez y desde el sentido más racional que pasional. Cuando se impone la razón, no hace falta convencer a nadie con arrebatos de sinceridad.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con placeres.
¿Qué le da más miedo?
La locura.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Soy poco escandalizable con los comportamientos humanos, pero sí hay cosas que no tolero, como el totalitarismo, el abuso o el uso gratuito de la violencia. Son extremos que, además, creo que, en general, no escandalizan lo suficiente.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me habría gustado ser cantante de ópera. Pero eso también es vida creativa, así que creo que no sabría ser nada fuera de esto. ¿Para qué engañarme? Soy lo que he querido ser, por necesidad personal. No hubiera decido otra cosa.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Voy en bici, que además implica practicar un poco de no contaminación. También camino mucho. Y cuido de mis hijas, que es físico con ganas.
¿Sabe cocinar?
Sí, y se me da muy bien, por cierto.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Hay muchos… Pero ahora me viene a la cabeza Concepción Arenal, quizá porque he estado escribiendo sobre ella para un prólogo. Me fascinan esas mujeres del XIX que practicaron un feminismo radical que incluso ahora escandaliza a mucha gente…  
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Futuro.
¿Y la más peligrosa?
Totalitarismo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Si, claro. ¿Tengo que decir a quién?
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy feminista, marxista y galleguista.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cantante de ópera. Es lo único que se me ocurre que me gustaría ser y que no seré por mucho que lo intente. Normalmente me pongo metas asequibles.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El alcohol, la comida y el sexo.
¿Y sus virtudes?
Soy discreta (aunque no lo parezca por mi personalidad expansiva), empática, vitalista y procuro no dañar nunca a nadie aun a costa de un cierto perjuicio para mí misma. No sé si siempre lo logro, pero son cosas que trato de ponerme como objetivos virtuosos. Tampoco me enfado fácilmente. Y sobre todo, soy megarracional, aunque no sé si esto último es considerado virtud de forma generalizada.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
El nacimiento de mis dos hijas, y mil sonrisas suyas. Soy poco clásica, así que imagino que todo eso se deconstruiría posmodernamente por la falta de oxígeno.
T. M.