martes, 28 de abril de 2020

Entrevista capotiana a Alberto R. Torices


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alberto R. Torices.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Las cuatro líneas que delimitan mi jardín, con todo lo que contienen (mi casa, mi familia, mis libros, mis demonios…), sería un buen lugar para pasar un par de eternidades o tres. Ya después sí que agradecería salir y airearme un poquito, quizá hacer algo de vida social.
¿Prefiere los animales a la gente?
Es inevitable preferir algunos animales a alguna gente. Es de hecho lo más recomendable.
¿Es usted cruel?
Sí, lo soy. Lo he sido y lo volveré a ser, seguramente. No me enorgullezco de ello. Ser cruel es ser un miserable y un mierdas.
 resultados aceptables.co y de vez en cuando cojo la bicicleta, mi vieja Zeus roja de los noventa.po a leer, pasear, ver cine y ¿Tiene muchos amigos?
No, pero tengo algunos buenos amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lealtad, generosidad, alegría, bondad… Las que a mí me faltan.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Sí, claro, a veces, lo normal. Menos de lo que yo les decepciono a ellos, seguramente.
¿Es usted una persona sincera? 
No. Lo siento…
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No hacer nada mientras te tomas una cerveza y picas algo, al final de la tarde por ejemplo, mirando el jardín, es una excelente ocupación, un ejercicio muy saludable y civilizado.
¿Qué le da más miedo?
Los otros, todos. Usted también, quienes lean esto.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La crueldad, la falta de sinceridad.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No sé si lo que yo hago es «llevar una vida creativa», yo diría que no. Para mí, una vida ideal sería la del diletante ilustrado: no tener que trabajar para ganar dinero y poder dedicar todo tu tiempo a leer, pasear, no hacer nada, ver cine y teatro, ir a museos, no hacer nada, salir al campo, viajar, cuidar de un jardín, no hacer nada…
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Llevo unos años practicando tiro con arco, a ver si me centro, y de vez en cuando cojo la bicicleta, mi vieja Zeus roja de los noventa, con la que formo una estampa patética y entrañable.
¿Sabe cocinar?
Sí, con resultados no del todo desdeñables.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Le doy tres: Clavdia Chauchat, el personaje que da portazos en La montaña mágica (otro buen sitio para vivir); Hayashi Fumiko, la autora japonesa, de la que solo he leído un libro (Diario de una vagabunda), suficiente para sentir fascinación; y Merche, la niña de la que estuve enamorado en mi infancia.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Escojo la alegría.
¿Y la más peligrosa?
La frustración, madre de tanta infelicidad y tantas calamidades.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Claro, muchas. Fantasear con matar a alguien es muy liberador. Bueno, en realidad no tanto.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
De joven, cuando brotó en mí la conciencia política, me situé decididamente en la izquierda, quizá por oposición a mi pasado, a nuestro pasado. Ahí sigo, pero ya no tan decididamente… La experiencia le hace a uno más escéptico y descreído, también más conservador y cascarrabias. Políticamente tiendo a oscilar entre la ilusión y el desencanto, entre el cabreo y la esperanza, a pesar de todo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
El diletante que le decía antes.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los habituales en cualquier señora de mi edad.
¿Y sus virtudes?
Todas, en potencia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
¿La clásica tabla del náufrago? Pensemos algo más original, aunque nos estemos ahogando… ¿La piscina de El nadador, de Cheever?
T. M.