En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía
a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros
ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con
astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus
frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman
la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de
la vida, de José Morella.
Si tuviera que
vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Si con lugar te
refieres a un pueblo o ciudad, creo que el mejor suele ser el mismo en el que
ya se vive: ahí están tus vínculos, ya sean familiares o de amistad. La gente
con que te tomas una cerveza, con quien vas al cine y con quien charlas. La
gente que se enfada contigo cuando eres impuntual o irrespetuoso. En mi caso,
Barcelona.
¿Prefiere los
animales a la gente?
No, pero me da
mucha rabia que los humanos usemos al resto de animales como si fueran objetos
o seres sin capacidad de sufrir. Hace 13 años que no los uso para comer ni para
vestirme. No necesito que mi marca de champú torture a un ser para que a mí no
me escuezan los ojos. No necesito ir a ningún espectáculo con animales para
divertirme. Me avergüenza la tauromaquia, que es una tradición delirante
sostenida por personas aferradas al pasado con uñas y dientes. Es alucinante el
contorsionismo dialéctico que la sociedad en su conjunto tiene que hacer para
seguir justificando el maltrato y asesinato innecesario de millones de seres. Por
otro lado, no soy para nada de los que mistifican a los animales, ni de los que
andan por todas partes anunciando que los aman mucho. Creo que esta capa
de cursilería le quita fuerza al animalismo. No tendría que ser necesario amar
a alguien para no torturarlo. No amo a mi vecino del segundo primera, pero no
lo despellejo.
¿Es usted
cruel?
En
términos convencionales, diría que no. Pero no me fío de la gente que se piensa
a sí misma como redondamente buena, que está convencida de su propia bondad.
Estoy mucho más tranquilo rodeado de personas que saben que no son mejores que
nadie. Recomiendo mucho la lectura de Claus y Lucas, novela de Agota
Kristof, donde los protagonistas, dos gemelos, han nacido y se han criado en la
lógica de la guerra. Da que pensar.
¿Tiene
muchos amigos?
Amigos
tengo pocos, porque necesito una considerable cantidad de tiempo para estar
conmigo mismo. Respecto de la amistad, estoy empezando -muy tarde- a entender
algunas cosas: creo que a veces doy señales contradictorias sin darme cuenta, y
la gente confunde mi afabilidad con un deseo (rarísimo, en mi caso) de tener
relaciones más profundas. También creo que hoy en día la gente está tan
desesperadamente necesitada de afecto que confunde el simple hecho de ser
tratada con respeto y amabilidad por otra persona con un deseo de amistad. Eso
me ha hecho tener que lidiar con algún que otro pelma.
¿Qué
cualidades busca en sus amigos?
Yo no
busco amigos, así que no busco ninguna cualidad. A mí me pasa como a Vinicius
de Moraes, que decía que uno no hace amigos: los reconoce. De repente aparece
alguien nuevo y tú reconoces a esa persona como si fuera un pariente tuyo de
otra vida. No creo que sea posible salir a la calle con la intención de hacer
amigos y, como quien sale a comprar el periódico, hacerlos. La amistad forzada no funciona. Por eso
hay tantas relaciones de supuesta amistad que resultan tortuosas: hay demasiado
esfuerzo por que el amigo o amiga se adecue a lo que proyectamos en él. El
rollo del alterne, del colegueo, de ser visto en sociedad con
determinada gente. Qué aburrimiento y qué fastidio todo eso. Y sobre todo, qué
pereza.
¿Suelen
decepcionarle sus amigos?
No.
He tenido amigos a los que he perdido, pero cuando una relación se difumina y
desaparece nunca hay un solo responsable. Echar balones fuera no es mi estilo. Por
otra parte, la decepción es algo bueno. Tenemos que aprender a vivir con ella,
porque de lo contrario estamos frustrados siempre. Si tus amigos no te
decepcionan nunca, es porque: a) los estás idealizando, o b) tienes muy poca
paciencia y escurres el bulto en cuanto la gente no hace lo que tú esperas que
haga. ¿No dices que son tus amigos? Pues discute un poco con ellos, que tampoco
te vas a morir.
¿Es
usted una persona sincera?
Ser sincero me ha
resultado siempre muy difícil: huyo del conflicto, como tantas otras personas.
Es un problema muy común. Me mueve un deseo interno de gustar a los demás, de
ser visto, de ser querido. Y eso, que en sí mismo no tiene nada de malo, es un
problema cuando no se es consciente de ello. Poco a poco me voy curando, pero
no es una tarea fácil. Lo curioso del caso es que
cuando te atreves a ser sincero, el mundo te lo agradece mucho. Todo es más
fácil.
¿Cómo
prefiere ocupar su tiempo libre?
En mi
experiencia no hay un corte claro entre trabajo y tiempo libre. Puedo estar
viendo una película medio mala y mi mente de repente conecta con la novela que
estoy escribiendo: se pone a trabajar. O puedo estar dando una clase y
divirtiéndome mucho, sin sensación de estar trabajando. Pero eso no significa
que no sepa que trabajar puede ser una verdadera mierda, una esclavitud, la
famosa rueda de hámster que nos vuelve locos. No es lo mismo limpiar baños
durante ocho horas o dedicarte a poner firme a la gente que trabaja en un
supermercado que dar clases de escritura creativa, como hago yo. Es muy fácil
hablar de esto desde aquí, con los privilegios que yo tengo en este momento de
mi vida. Lo único que puedo decirte de mi “tiempo libre” es que hay muchos
libros cerca y que no colecciono sellos ni “tuneo” coches.
¿Qué
le da más miedo?
Qué
casualidad: en mi última novela he escrito una lista de cosas que me dan miedo.
Me da miedo que ridiculicen a mi familia o a mi gente. Pero creo que lo que me
da más miedo es perder el control sobre mi propia ira. Es algo que me ha pasado
un par de veces, y lo pasé fatal. No es recomendable burlarse de la gente
pacífica como yo, porque tenemos sorpresas desagradables dentro, que a menudo
no conocemos ni nosotros mismos.
¿Qué
le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Es curioso: me
indignan cosas distintas a las que me escandalizan. Me indignan cosas como la
aporofobia, el clasismo o el maltrato animal. Pero esas cosas no me
escandalizan. Creo que lo interesante del concepto “escándalo” es que nos toca
teclas internas que no controlamos desde la razón. En el escándalo hay algo
persona, casi íntimo. A mí, por ejemplo, me
escandaliza el chovinismo. Me pongo insoportable con ello, me pongo incluso
pedante. Pero es que puede conmigo: ¿cómo alguien que no ha salido de su país
en la vida está tan absolutamente convencido de que todo lo de su tierra es lo
mejor? Pero lo delirante es que esto pasa en casi todas partes. Mucha gente
cree en serio que vive en el mejor sitio del mundo. Lo he
comprobado en Italia, en Brasil, en Francia. Sé que ocurre en China, en Estados
Unidos, y por supuesto en España. Es una especie de futbolización de la vida.
“Somos los mejores”, se dice la gente. Sé que esto es menos grave que otros
grandes problemas del mundo, pero no puedo evitarlo. Me saca de quicio. Otra
cosa que me escandaliza: los activistas egocéntricos. A menudo oigo a
activistas que trabajan por causas que me gustan, pero me molestan ellos. Me
irrita que hagan de la causa un vehículo para su propio narcisismo.
Si
no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Creo
que habría estudiado psicología. No tengo la más mínima idea de qué estaría
haciendo ahora.
¿Practica
algún tipo de ejercicio físico?
Llevo
muchos años intentando decidir cuál. Es una tarea compleja. Le dedico horas en
mi mente, sentado en mi sofá. Busco información en Internet, comparo las
disciplinas, las ventajas y desventajas de cada una, las posibles lesiones, los
beneficios para la salud. Miro vídeos. Correr, patinar, bici, natación, saltar
a la cuerda… No acabo de encontrar la solución perfecta, pero como tengo mucha disciplina,
sigo buscando. De joven me encantaba el baloncesto, y a veces hasta lo
practicaba.
¿Sabe
cocinar?
Desde
niño. Raro es el día que no cocine. Creo que lo hago moderadamente bien.
Disfruto mucho de ello.
Si
el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Hay
un montón. Tal vez elegiría a Vera Schmidt, una pedagoga rusa que hace cien
años dirigió el Detski Dom, una escuela basada en los principios del
psicoanálisis. Había más profesores que estudiantes, y entre ellos se promovían
las relaciones igualitarias. También se daba carta de naturaleza al hecho de
que somos seres sexuales desde el nacimiento, y se intentaba acabar con la
represión de impulsos básicos como la masturbación. Durante un tiempo, el
propio Stalin llevó a su hijo a esa escuela. Pronto empezaron a recibir
críticas, tanto de la Asociación Internacional de Psicoanálisis como de
políticos y funcionarios soviéticos. La cosa se fue al garete enseguida. Me
parece fascinante porque la vida de Schmidt ilustra cómo pasamos de la ilusión
de los inicios (tras el fin del zarismo todo parecía posible) al brutal
aprendizaje de la decepción. La revolución acabó siendo una dictadura igual de
injustificable que el sistema previo.
¿Cuál
es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
“Paremos”.
“Parad un momento, por favor” es una frase que me encanta. Me gusta aderezarla
con un poco de mala leche: “¿Podéis levantar la cabeza un momento, parar lo que
estáis haciendo y daros cuenta del pitote que estamos montando para
nada”? Quizás Podemos, el partido político, debería cambiarse de nombre. Unidas
Paremos. Ese me gusta más.
¿Y
la más peligrosa?
“Yo”.
Sobre todo, la expresión “yo creo que”.
¿Alguna
vez ha querido matar a alguien?
No,
que yo recuerde. Aunque quizá lo haya borrado de la memoria. He querido darle
una gran lección a alguien, pegarle, escupirle, ridiculizarle, pero creo que no
he llegado al extremo de querer su muerte.
¿Cuáles
son sus tendencias políticas?
Soy
de izquierdas, pero lo soy incómodo. Como decía García Márquez, lo soy como si
fuera un niño al que han puesto un vestido de pana verde que le aprieta en
alguna parte.
Si
pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me
muero de envidia cuando veo a gente haciendo música, gente normal y corriente
que toca un instrumento como si tal cosa. No lo entiendo. Yo, si canto y a la
vez golpeo la mesa con el puño, ya pierdo la coordinación.
¿Cuáles
son sus vicios principales?
A
veces me opino encima. Es muy aparatoso, y muy humillante. Opinarse encima es
de lo peor que hay. Aunque he conocido a muy poca gente que tenga opiniones
verdaderamente fundadas. Cuando se tiene fundamento, se habla poco. Los que
saben mucho no se opinan encima.
¿Y
sus virtudes?
Soy
curioso. Tengo disciplina. Y soy cándido: confío por principio en la gente. No
sé si eso es una virtud, pero me pasa.
Imagine
que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían
por la cabeza?
Me da
miedo el agua, y morir ahogado. Esta pregunta me cuesta. Hay una escena
cinematográfica horripilante que no puedo olvidar: alguien cae a una piscina
que está cubierta con una capa de lona o de plástico, y al hundirse en el agua
la persona queda envuelta en la lona, como si estuviera envasada al vacío, y le
resulta imposible salvarse. Es increíble cómo el cine se incrusta en nuestros
recuerdos, cómo muchas de las imágenes que acuden a nuestra mente a menudo no
son del mundo real. Ya no sabemos muy bien qué es el mundo real.
T. M.