lunes, 4 de mayo de 2020

Entrevista capotiana a Ignacio Miquel


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ignacio Miquel.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Puestos a elegir una prisión, que esté en un clima mediterráneo, que cuente con un soleado patio lleno de plantas, buenas vistas y, que sea, a ser posible, mixta.
¿Prefiere los animales a la gente?
Para convivir prefiero a algunos animales domésticos de mi especie con quienes poder ir al cine, a un concierto, compartir una buena comida, reírme o discutir. Me llevo mal con las dicotomías y no sé qué hacer con los grandes sustantivos colectivos, pero sí, intento tratar bien a la gente y caer bien a los animales.
¿Es usted cruel?
Alguna vez me he sorprendido siéndolo y no me reconozco.
¿Tiene muchos amigos?
No muchos, pero sí buenos, los que han resistido la prueba del tiempo.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Tienen que llevarse bien conmigo, reírme las gracias, soportar con paciencia mi falta de puntualidad y estar ahí para cuando me necesiten.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, porque no les pido mucho, ¿no?
¿Es usted una persona sincera? 
Mentiría si dijera que sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, tocando o escuchando música, viendo películas o perdiéndolo miserablemente mirando las musarañas.
¿Qué le da más miedo?
El mal gratuito y ciego que pueden causar la estupidez, la avaricia, la locura o el azar. También que alguien la tome conmigo por un malentendido.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La injusticia, pero la estupidez también me saca bastante de quicio.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Descartada la vida contemplativa o la de acción, que nunca me han llamado, pintaría, haría música, fotos o construcciones imposibles con palillos…. Creo que soy creativo por aburrimiento, y porque la vida no basta. En mi caso todo empezó en los márgenes de los libros de texto en el colegio durante soporíferas horas de clase donde yo pintarrajeaba o escribía ocurrencias. Sin esos márgenes para explayarme no sé qué habría sido de mí. 
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, pero prefiero no pormenorizar para no aburrir o incomodar.
¿Sabe cocinar?
Sí, hago mis pinitos en los fogones, pero nada creativo. Me limito a tratar de recuperar los sabores perdidos de la cocina de mi madre. A veces logro un atisbo en unas lentejas, un pisto, una tortilla, un arroz...
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Pues, no sé… a Ignatius Reilly, o a Gregorio Samsa, al Marqués de Bradomín, Humbert Humbert, el increíble Jeeves, Alonso Quijano, Leopold Bloom, Dmitri Dmitrich Gurov, Madame Bovary… Lo tendría difícil para decidirme y probablemente acabarían encargándoselo a otro.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Cualquier palabra en cualquier idioma rezuma esperanza, la esperanza de que ese conjunto de sonidos articulados, o su representación gráfica, designe algo en realidad; de que haya al otro lado alguien que te entienda y se encienda, y de que, además, su enunciación pueda tener una pequeña onda expansiva de resonancias significativas que altere siquiera levemente el estado de las cosas. Casi nada.
¿Y la más peligrosa?
La que utilizan los magos de la palabra, los encantadores de serpientes, para emponzoñar conciencias, manipular o someter. No creo que haya palabras peligrosas en sí mismas, sino magia verbal negra o blanca.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, no recuerdo haber querido matar a nadie nunca, pero probablemente en algún acceso de ira he podido desear que alguien se multiplique por cero, se evapore o borre del mapa sin mi intervención, claro.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
En política tengo tendencia a creer todavía en la capacidad del Estado para defender derechos, corregir desigualdades y garantizar que los ciudadanos tienen las condiciones básicas para tratar de llevar una vida digna desde la que aspirar a ser lo más felices posible. El Estado es como el dinero, no garantiza la felicidad, pero puede ayudar a conseguir algo bastante parecido.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No tengo claro que me gustara tener una identidad alternativa, pero sí tal vez alternar otras identidades de manera circunstancial, como turista, para salir un poco de mí mismo y ser, por ejemplo, por un tiempo un aclamado pianista cubano, un espía retirado disfrutando de un exilio dorado, un jugador de casino en racha, un hombre de mundo con un gran magnetismo entre otros poderes sobrenaturales, una oficinista con una doble vida de superheroína…Ahora que lo pienso, para eso sirve la ficción, ¿no?
¿Cuáles son sus vicios principales?
Ya solo tengo vicios secundarios, dejé de fumar, bebo con moderación, y ya ni si quiera me muerdo las uñas. Lo único que hago en exceso es comer aceitunas.  
¿Y sus virtudes?
El humor, la paciencia y la simpatía, creo que con ese trio me las apaño para compensar los efectos de mis defectos.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Hace unos años estuve a punto de ahogarme en una playa de Portugal. Nadé mar adentro y cuando quise regresar a la playa me di cuenta de que la corriente me lo impedía. Pasé realmente un mal rato braceando inútilmente sintiendo el fatal abrazo del mar Atlántico tirando de mí hacia adentro. Afortunadamente, tuve una inspiración cuando, ya casi exhausto, vi qué más o menos a mi altura, a bastantes metros de distancia, había varios surfistas que flotaban tan campantes como pingüinos, desafiando la seguridad de la tierra firme en el mismo mar en el que yo me iba ahogar y me dije: Haz como ellos, espera la ola y déjate llevar hasta la orilla. El drama de repente desapareció. Gracias a ello me salvé. Creo que en este ahogamiento hipotético, antes de darme por ahogado y ponerme a realizar flashbacks de despedida, volvería a mirar y buscaría alguna razón a mi alrededor para mantener la calma.  
T. M.