miércoles, 3 de junio de 2020

Entrevista capotiana a Raquel Taranilla


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Raquel Taranilla.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Un pueblo pequeño en la montaña, con buena conexión a internet. Para estar contenta necesito poco: a mi familia en una casa medianamente agradable, rodeada de árboles. El aire tiene que estar limpio y tiene que reinar el silencio.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Me gustan mucho los animales, sobre todo, los pájaros. Me gusta estar cerca de la naturaleza, y conforme envejezco eso se ha convertido en una necesidad. Pero mis afectos solo pasan por las personas y por las cosas que hacen las personas. Nunca he tenido una mascota. Probablemente sea por eso.
¿Es usted cruel?
De forma innata, tengo un sentido muy desmedido de la justicia. Con el tiempo he ido civilizando ese impulso. Quizá por eso estudié Derecho. El caso es que el afán de justicia encuentra uno de sus límites en la crueldad, y mantiene una relación muy particular con ella, que me interroga a menudo. De todas formas, a su pregunta: trato de no ser cruel.
¿Tiene muchos amigos?
Los suficientes.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco nada en los amigos. Los amigos aparecen, como los amantes. Lo mejor es aceptarlos como son.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Nunca. No es fácil decepcionarme. No suelo exigirle nada a nadie.
¿Es usted una persona sincera? 
Una persona civilizadamente sincera, aunque en mi carácter está la imposibilidad de afirmar cosas en las que no creo. Aplacar ese impulso no siempre me parece sencillo. Miento muy mal.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo. Viendo películas. Jugando con mi hija. Paseando con mi chico.
¿Qué le da más miedo?
La enfermedad y el dolor físico. La guerra.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La falta de piedad. El daño causado a alguien más débil.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
El año antes de empezar la universidad, tras unos días que no fueron sencillos, decidí cambiar mis planes. Hasta ese momento a mí me gustaba la Física. No me atormenta y nunca pienso en esa vida que no fue, pero me sigue interesando la Física.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Fui una niña patosa y muy miope. Nunca se me dieron bien los deportes de equipo, y eso me frustraba bastante. Salgo a correr regularmente y llevo años haciendo yoga, a nivel principiante. Cualquier otra actividad física me resulta impracticable.
¿Sabe cocinar?  
Cocina de subsistencia. Lo cierto es que en mi familia quien se encarga de la cocina no soy yo, por petición popular.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
La baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven. Soy fan total.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Pacto.
¿Y la más peligrosa?
Culpa.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Solo metafóricamente. Soy demasiado perezosa en la vida práctica para organizar un crimen y ejecutarlo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Una tendencia que no me veo capaz de resumir en una entrevista tan sucinta como esta sin acabar chamullando.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Creo que estoy bien como estoy.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No tengo vicios. Sí muchas manías inconfesables.
¿Y sus virtudes?
En realidad, detesto hablar de mí misma. Entiendo eso como una virtud.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Carezco de ese tipo de inteligencia visionaria. Estuve una vez cerca de la muerte, y el hecho es que no acudió a mi cabeza ningún tipo de imagen fabulosa (ni recapitulación de momentos gloriosos, ni colección de rostros amigos). Estaba yo sola, con mi dolor. Soy absolutamente literal en mi relación con las cosas que me pasan.
T. M.