De haber una carrera universitaria para llegar a ser político, sin duda una de las lecturas obligatorias tendría que ser los «Ensayos» de Michel de Montaigne, ese libro lleno de erudición grecolatina, inteligente y pragmático sentido común y reflexiones sobre asuntos que bien pueden servirnos para actuar a diario en cualquier ambiente. No en vano, como alcalde de Burdeos, Montaigne fue un ejemplar mediador que buscó la armonía entre los que pensaban de diferente manera, y su axioma preferido: «Qué sé yo» debería ser un ejemplo de humildad para nuestros representantes, conciudadanos, vecinos, uno mismo. Él ahora, por cierto, sería el paradigma modélico de cómo actuar si se está confinado, pues por propia voluntad decidió encerrarse en su torre para leer y escribir durante años y años, adentrándose en los libros que podían enseñarle el arte de vivir.
Carles Ferrer, un extraordinario profesor de la histórica Escuela Massana, de Barcelona, especializada en arte, que ha tenido que dar sus clases mediante vídeos de YouTube, llamadas “Filosofía para el confinamiento”, absolutamente fascinantes, habló en una de ellas de algo que habría conocido a la perfección seguro el autor francés, tan atento a cuestiones de tipo moral y ético, al bien y al mal. A este respecto, el maestro de filosofía hablaba del concepto, atribuido a Sócrates, de intelectualismo moral, relacionado con que en Grecia la distinción entre conocer y hacer, entre actuar y saber, era problemática, no se sostenía; para un griego no podía ser un buen arquitecto si hacía un palacio para un tirano, decía, pues el pensamiento griego tiene asociados el hacer el bien con hacerlo bien.
Cómo distinguir eso en el mundo de la política actual, dónde colocar el intelectualismo moral en torno a conocimientos y actuaciones de políticos que tienen profundas consecuencias en la ciudadanía. Un gran pensador en estas lides, Michael J. Sandel, ofrece ahora una serie de textos, “Filosofía pública. Ensayos sobre moral en política” (traducción de Albino Santos Mosquera) –aunque vio la luz originalmente en el año 2008–, en esta línea reflexiva, próxima a sus otros trabajos, en los que estudia los límites de la justicia, con títulos tan interesantes como “¿Hacemos lo que debemos?” (2011) y “Lo que el dinero no puede comprar” (2012).
Por un lado, tenemos a un autor que tiene un dominio absoluto de la realidad política estadounidense de las últimas décadas, que reflexiona sobre el liberalismo, el conservadurismo de Reagan o cómo el Partido Demócrata se sustentó durante mucho tiempo en la filosofía pública del progresismo liberal del New Deal. Por el otro, y esto es lo más atractivo, esta realidad norteamericana es un pretexto para ir a lo relevante, a las lagunas morales en las que están metidas todas las sociedades. “Pese a la exhibición de patriotismo vivida inmediatamente después del 11-S y pese a los sacrificios que están realizando los soldados en Irak, la política de Estados Unidos carece de un proyecto inspirador acerca de cómo ha de ser una sociedad buena y cuáles deben ser los deberes comunes de la ciudadanía”, dice en la introducción. Y cómo no pensar que tal carestía no la sufren muchos otros países, ricos, poderosos y de larga tradición democrática.
¿Engaños o mentiras?
A Sandel, así, le mueve meditar sobre diferentes dilemas morales y cívicos que siempre dan que hablar; de este modo, escribe, a partir de ejemplos concretos de máximo interés, sobre la discriminación positiva, el suicidio asistido, el aborto, los derechos de los homosexuales, la investigación con células madre o las licencias de contaminación, los límites morales de los mercados, el significado de la tolerancia y la civilidad, los derechos individuales frente a las reivindicaciones de la comunidad, el papel de la religión en la vida pública… No importa, en un libro como este, por así decirlo, que el lector se posicione, de forma ideológica o ética; lo sustancioso es colocarse frente a estos casos de filosofía pública y hacerse preguntas, y tal vez dudar sobre qué opinar, tal es la habilidad del autor para presentarnos situaciones donde más valdría decir, al final de cada ensayo: qué sé yo.
Entre otros muchos asuntos, la dudosa legitimidad de las loterías estatales, la publicidad en las aulas, las imágenes de marca en los espacios públicos, la privatización de legados que deberían ser públicos, la meritocracia universitaria como mercado, la posibilidad de que las víctimas tengan voz en las sentencias judiciales van saliendo a la palestra junto con otros tan llamativos como el grado de mentira o veracidad en el comportamiento de Bill Clinton en el caso Lewinsky, y otras falsedades protagonizadas por Roosevelt y Lyndon Johnson, todo ello en torno a un tipo de afirmaciones que pueden llamarse engaño pero no mentira. “La política de los antiguos giraba en torno a la virtud y el honor, pero a nosotros, los modernos, nos preocupan la equidad y los derechos”, sostiene Sandel en el texto “Honor y resentimiento”, sobre una animadora de un instituto tejano que iba en silla de ruedas y a la que acabaron despidiéndola, y de nuevo es obligado volver a la antigua Grecia, y sopesar si otra de las máximas explicadas por el profesor Ferrer –se asocia el conocimiento con hacer el bien, la ignorancia con hacer el mal–, es de aplicación política en nuestra época.
Publicado en LaRazón, 23-VII-2020