viernes, 27 de noviembre de 2020

Entrevista capotiana a Javier Pellicer

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Javier Pellicer.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Rivendel, por supuesto. Allí, como Bilbo, podría pasarme los días escribiendo sin que nadie me molestara.

¿Prefiere los animales a la gente? En ocasiones, muchas. Aunque no nos engañemos, hay animales y animales. No «preferiría» a un tigre hambriento antes que a una persona, por horrible que esta fuera.

¿Es usted cruel? Me atrevería a decir que no, aunque quizás mis personajes no piensen del mismo modo.

¿Tiene muchos amigos? Los suficientes para que la relación con ellos sea verdadera.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? No busca nada específico. Creo que la química de la amistad, como la del amor (porque al fin y al cabo son similares), no entiende de razones. Sucede, a veces, con personas con las que ni siquiera compartes tu modo de pensar.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? A veces soy yo quien los decepciona.

¿Es usted una persona sincera? Intento serlo, al menos a grandes rasgos. Pero no nos engañemos: nadie lo es por completo. Que levante la mano quien no guarde un secreto, quien no haya escondido una opinión, quien no haya utilizado un subterfugio alguna vez. En cualquier caso, y en general, Javier Pellicer es lo que ves. No se me daría bien ocultarme tras una máscara.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? ¿Ese que tanto escasea? Ojalá pudiera decir que no se lo dedico a escribir, porque significaría que todo mi tiempo profesional va dirigido a mis obras. Pero me temo que es todo lo contrario: el tiempo libre para escribir y leer.

¿Qué le da más miedo? Si hablamos de miedos físicos, morir ahogado en el mar (curiosamente, no tengo miedo a viajar en barco). Si nos referimos a algo más emocionalmente significativo, diría que a perder a mis seres queridos.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Me escandaliza, tanto como me entristece, esa inclinación del ser humano a construirse a sí mismo a través del enfrentamiento con otros. Necesitamos buscar y encontrar enemigos para definirnos, algo que se traslada a todos los ámbitos de la vida. Nos resulta más cómoda la confrontación que el diálogo.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Probablemente convertirme en una persona amargada y sin razón de ser. La escritura me salvó como individuo.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Mucho menos de lo que debería. La escritura obliga a pasar muchas horas frente al ordenador.

¿Sabe cocinar? Me defiendo bastante bien, aunque tampoco alardearé de ser un chef doméstico. Eso sí, mi tortilla de patatas (con cebolla, le pese a quien le pese) es perfecta. Y puedo demostrarlo.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Hay tantos... Elegiría a Tolkien en primer término, por lo que significó para mí. Pero hay otros de los que admiro facetas concretas: Leonard Cohen, Arthur C. Clarke, Viggo Mortensen...

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Como supongo que decir «esperanza» sería hacer trampa, me quedaré con «mañana». Porque no se me ocurre un concepto con más posibilidades que lo que está por venir.

¿Y la más peligrosa? Orgullo. No me cabe la menor duda.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Cientos de veces (obviamente de manera figurada). Por fortuna, soy escritor y puedo calmar tan insanos pensamientos a través de mis personajes. Y suelen sufrir bastante.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? En otro tiempo habría dicho que soy de izquierdas. Pero cada día me cansan más las etiquetas clásicas, tan viciadas que la mayoría han perdido su sentido.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Científico, quizás astrónomo. Me fascinan los enormes conceptos que maneja la ciencia. Pero nunca se ha cumplido más eso de ser de letras que en mi caso. Soy un negado en matemáticas.

¿Cuáles son sus vicios principales? ¿De cuánto tiempo disponemos?

¿Y sus virtudes? Para quedar como alguien humilde, diría que pocas. Aunque supongo que destacaría mi fuerza de voluntad cuando me implico en algo. De otro modo no sé cómo podría haber resistido tanto en un gremio como el literario, tan apasionante como cruel.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Me parece imposible ponerse en tal tesitura sin una experiencia previa como esa. ¿Pensaría en mis seres queridos? ¿Pensaría en las decisiones que pude tomar y no tomé? ¿Pensaría en alguien en concreto? ¿Alguien a quien amara? ¿Alguien a quien odiara? Espero no averiguarlo nunca porque, como ya he dicho antes, nada me aterroriza más que morir ahogado.

T. M.