Coinciden estos días dos novedades de José Jiménez Lozano, que desapareció este mismo año después de una trayectoria conectada con la vida castellana como pocos autores de las últimas décadas, junto con el vallisoletano Miguel Delibes. Éste propició que entrara su amigo en la redacción de “El Norte de Castilla”, en 1962, periódico que llegó a dirigir, y de una etapa un poco posterior versa esta “Correspondencia 1967-1972” que se han encargado de editar Santiago López-Ríos y Guadalupe Arbona Abascal. Una iniciativa interesante al reunir las misivas que el filólogo Américo Castro, tantos años asentado en Estados Unidos y vuelto a España, intercambió con el que llegó a ser premio Cervantes 2002.
El origen de ello fue el interés del autor abulense por este gran especialista en Cervantes al que envió su libro “Meditación española sobre la libertad religiosa”. La reacción de Castro no pudo ser más afectuosa, y nació en ese momento un intercambio precioso, en que la fe católica de Jiménez Lozano y el ateísmo de su interlocutor no fueron óbice para reflexionar juntos en torno a grandes asuntos, todo lo contrario. En la primera carta de Castro, memorable, ya le habla de que “la cuestión española es mi pesadilla” desde el fracaso de la Segunda República. Por eso, para el viejo profesor le será tan interesante el escrito del joven autor, quedando admirado ante “la honrada valentía con que ataca usted la realidad central de la vida española”.
La otra novedad de Jiménez Lozano es “Evocaciones y presencias. Diarios 2018-2020”, que ha preparado la editorial almeriense Confluencias, que le ha estado publicando con profusión durante los últimos años, como libros donde el autor abordó la biografía y el recuerdo históricos en torno a Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, o el volumen “Cavilaciones y Melancolías”, diarios correspondientes a los años 2016-2017, en que se detenía muy en particular en la naturaleza castellana.
Y en esta ocasión reciente, también bajo el auspicio de Arbona Abascal, con “las evocaciones y presencias que me ha parecido que podía compartir con algunos lectores” –decía en una nota el autor, que se impresionaba al verse cumplir ochenta y nueve años–, Jiménez Lozano volvía a desarrollar una suerte de conversación con el lector. No en vano, como dijo en una ocasión, y vuelve a remarcar aquí, su principal deseo en este género del diario fue “ofrecer un instante de compañía y reflexión sobre algo leído o visto, pensado y sentido en diversas ocasiones, por si puede servir de alguna manera a alguien”.
Publicado en La Razón, 12-XII-2020