sábado, 22 de mayo de 2021

Entrevista capotiana a L. M. Oliveira

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de L. M. Oliveira.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una casa con vista al mar en una zona de clima templado. Ver el mar siempre me cautiva. Quizá precisamente porque no vivo frente al mar lo anhelo, los humanos tenemos esa inclinación de anhelar lo que no tenemos.

¿Prefiere los animales a la gente? Tengo dos personalidades, el 90 por ciento de mi tiempo soy un tipo que vive encerrado, para mí, así es leer y escribir: un oficio solitario en el que solo cabe la familia. Los perros, que son parte de la familia, acompañan muy bien esos momentos. El 10 por ciento restante me gusta pasarlo con la gente, ya sea en bares, restaurantes, ferias, haciendo ruido. Ahí veo mucho de los humanos.

¿Es usted cruel? Algunas veces me descubro siéndolo, la crueldad brota del fondo de nuestras oscuridades, lo importante es saber identificarla y ponerle freno.

¿Tiene muchos amigos? No. Quien dice que tiene muchos amigos miente. La amistad requiere de tiempo para preocuparte por las personas que son tus amigas, y ese es limitado, por fuerza.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Sinceridad, reciprocidad, tolerancia y humor.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Sí y se los digo. Hay actitudes frente a los demás que no podemos dejar pasar, por más que sea tu amigo quien hace tropelías.

¿Es usted una persona sincera? Intento serlo, pero ojo, es difícil. Si ni siquiera logramos ser sinceros con nosotros mismos. Ese diálogo interior es fundamental para el diálogo exterior. Sócrates tenía razón, debemos intentar conocernos para entender nuestra relación con el mundo. Que sea trillado no le quita verdad.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? No tengo tiempo libre. Debo abrirme espacios de ocio, pero me cuesta trabajo, siempre hay algo que escribir y siempre hay algo que leer. Lo bueno es que lo disfruto. Cuando dejo de trabajar me gusta cocinar, comer, beber y viajar.

¿Qué le da más miedo? Sin ninguna duda, la violencia. Que secuestren a alguien que quiero.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La corrupción, la simulación y la mentira.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Nunca estuve cerca de no llevar una vida dedicada a la creación, me empeciné desde pequeño. Pero si lo pienso, pude dedicarme a la medicina, sobre todo si la entendemos como disciplina, no solo científica, sino de conocimiento de las personas. Los buenos médicos se preocupan no solo del cuerpo de sus pacientes sino de su humanidad. Admiro a esos médicos.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Lo intento, pero estos meses de encierro he fallado dramáticamente.

¿Sabe cocinar? Me encanta y cada vez le dedico más tiempo. Domino algunos platos. Para lograrlo tuve que cocinar y equivocarme varias veces, hasta entender el proceso de cada uno. Puede ser frustrante, pero cada vez me resulta más placentero: escoger los ingredientes, prepararlos con tiempo, y ofrecerlos al paladar de la familia y los amigos.  Es un acontecimiento redondo.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A alguien con mucha determinación religiosa, siempre me ha intrigado esa motivación, porque carezco de ella, un Francisco Xavier, por ejemplo. La novela, Silencio que  escribió Endo, camina por ahí.  O quizá escribiría sobre la Malinche, una mujer que jugó un papel central en el siglo XVI de lo que sería Nueva España.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Deseo, la voluntad de estar, sentir, hacer.

¿Y la más peligrosa? Desidia, indiferencia. Ayuda a perpetuar la injusticia y a perder el interés por la vida. 

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Supongo que algunas madres que han perdido a un hijo a manos de un criminal sentirán ganas de matarlo. No estoy de acuerdo, pero nunca he estado en su situación, las entiendo.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Izquierda democrática: el Estado debe garantizar que todas las personas, iguales entre ellas, puedan ejercer sus derechos. 

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Sin conciencia me da lo mismo. Algo hermoso: peñasco que mira el pacífico. Lago en bosque otoñal, ancla de un naufragio del siglo XVI, convertido en arrecife.

¿Cuáles son sus vicios principales? No sé parar la fiesta. No sé dejar de trabajar. No me detengo a disfrutar la vida allá afuera.

¿Y sus virtudes? Disciplina de hierro (excepto en lo que concierne a mis vicios).

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Como la imaginación completa la memoria, vería el amor de mis padres retratado en un abrazo. La diversión de la infancia corriendo detrás de una pelota. Una juguetería inmensa mientras recorro sus pasillos anonadado, el patio del colegio y cada una de las niñas que me gustaron. Un pastel de chocolate, un helado de pistache. Entonces llegarían algunas lágrimas acompañadas de separaciones, de melancolía y distancia, y dejaría de nadar.

T. M.