domingo, 1 de agosto de 2021

Entrevista capotiana a Eloy Gayán

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Eloy Gayán.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Si hace un año me formulan esta pregunta la respuesta hubiese sido diferente a la que puedo ofrecer ahora. Hay un condicionante que ha generado una situación un tanto similar a la que se plantea, aunque acotada en el tiempo: el confinamiento durante dos meses en nuestras casas. Dada esa experiencia y si me preguntan por un lugar del que nunca podría salir, diría que no me importaría ni el lugar ni el espacio, siempre que estuviera en compañía de mi mujer y de mi hija.

¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a la gente, la buena gente. Los animales forman parte de una naturaleza que compartimos. Merecen respeto, y no debemos olvidar la compañía y el cariño del que disfrutan muchas personas que conviven con ellos, con los que comparten la soledad a la que la familia o la sociedad los obliga. No deberíamos olvidar el servicio que ofrecen en el avance de la ciencia.

¿Es usted cruel? No. El término crueldad aglutina todo aquello que detesto y se encuentra con mayor frecuencia en el quehacer diario de la sociedad: inhumanidad, fiereza de ánimo, impiedad. La lucha contra la crueldad es, precisamente, una constante en mis novelas.

¿Tiene muchos amigos? Los años me han demostrado que el concepto de amigo es voluble. La propia vida perfila las amistades. Las historias y los acontecimientos desenmascaran, ofrecen lo mejor y lo deleznable de las personas. No puedo quejarme: tengo muchos y buenos amigos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Sinceridad, lealtad.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Por fortuna, no. Pero cuando ocurre, duele. Pero ese dolor se compensa al descubrir que hay personas con las que no tienes un trato excesivo y, sin pedirlo, comparten y ceden una amistad sincera, superior a otras que creías consolidadas.

¿Es usted una persona sincera? Sí. Me gusta la sinceridad en las personas, tal y como apunté al referirme a los amigos, no podría ser de otra forma. No tolero la mentira. Lamentablemente es uno de los males de la sociedad actual, a todos los niveles.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Cuando estoy en casa escribo, y lo hago en compañía de mi mujer y de mi hija. Sus conversaciones, el movimiento, no me molestan. Es más, el silencio me agobia. El tiempo libre en el exterior lo dedicamos a pasear, a viajar.

¿Qué le da más miedo? La libertad mal entendida, la que provoca el desgobierno y parece tener demasiada acogida en la sociedad actual.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?

La falta de tolerancia, el egoísmo, los abusos, la injusticia, las guerras, el hambre…  Creo que mi trabajo como profesor de Derecho condiciona, en gran medida, la óptica con la que contemplo una sociedad en la que se instala de forma peligrosa la idea de impunidad ante determinados comportamientos.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Imparto clases en la universidad, investigo y, en los últimos años, escribo novelas. No puedo pedir más. Pero si me dejo llevar por los recuerdos, en algún momento pensé que me gustaría ser policía, conductor de autobús, tener una librería. Como mi hija es celíaca, en ocasiones, pienso que me gustaría abrir un negocio de productos libres de gluten.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Camino una hora al día.

¿Sabe cocinar? No. Y me gustaría. Pero combinar sabores, conseguir esos toques que convierten el comer en placer, debe estar reservado para los que tienen cualidades para ello.  

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? No elegiría un personaje. Elegiría héroes. Me gustaría escribir y homenajear a todos cuantos lucharon y siguen luchando en defensa de la libertad: con la palabra y con la vida. La historia de la humanidad es la historia del progreso y, por desgracia, de las guerras. Hace unos meses impartí una conferencia relacionada con el “Ensayo sobre el Derecho de Gentes”, una obra de Concepción Arenal, una mujer aventajada para su época, y descubrí que comparto con ella la obsesión que tenía con la guerra.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Diálogo.

¿Y la más peligrosa? Odio.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? La formación que recibí de mis padres y abuelos, de los Hermanos Maristas en el Colegio Auseva de Oviedo, no invita a ello.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? La falta de dialogo contribuye a que las tendencias provoquen un choque permanente. No hay nada más placentero que escuchar y buscar el entendimiento, aunque haya que renunciar a determinadas posiciones. Durante ocho años fui decano en la facultad de Derecho de A Coruña. Puse en práctica un método sencillo que permite trabajar en paz, el que los políticos no quieren o no saben emplear: escuchar toda sugerencia, con independencia de tendencias, y aplicarla si resulta beneficiosa.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Cualquier trabajo con el que pudiera aportar bienestar

¿Cuáles son sus vicios principales? Viajar y el dulce.

¿Y sus virtudes? Solo me atrevo a señalar las que, en ocasiones, me atribuyen la familia y los amigos: simpatía, cuidadoso con la gente a la que quiero, generoso.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Nunca me he visto en una situación límite, pero sí cerca: un verano en Llanes (Asturias), en la playa de San Martín, en la que me arrastró una corriente y los nervios iniciales me impidieron avanzar hacia la orilla. Recuerdo perfectamente el instante, ser consciente de lo que ocurría. Tal vez el sosiego que acompaña mi vida me permitió serenarme y dar unas brazadas que evitaron que me viese en la situación que describes. Si el final hubiese sido otro, creo que mis pensamientos se hubieran dirigido a mis seres queridos, a la tristeza que mi muerte provocaría.

 T. M.