miércoles, 13 de octubre de 2021

Entrevista capotiana a Juan de Beatriz

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan de Beatriz.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Alguna biblioteca de provincias, un monasterio cartujo perdido por los Alpes o una casa de campo con su trozo de tierra para sembrar tomates. Suficiente.

¿Prefiere los animales a la gente? Por descontado. Aunque debemos reconocer la existencia de gente que es muy animal. Y no conviene confundirse.

¿Es usted cruel? Menos de lo que se merece este perverso estado de cosas material y político. Sin embargo, prefiero la ternura a la crueldad. Hay que romper la cadena de humillación que nos impone el capital introduciendo actos de bondad, empatía, ternura, cuidados... «Sólo los dulces heredarán la tierra», dice la poeta costarricense Mía Gallegos. A pesar de que, por lo pronto, llevan ganando la partida durante siglos los hijos de puta.

¿Tiene muchos amigos? Conocidos, sí, bastantes. Ahora, amigos no tantos. Pero el asunto no es tenerlos, sino saber conservarlos en el tiempo. En cualquier caso, más vale pocos y buenos, que muchos y mal avenidos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Humildad, sencillez, ternura, inteligencia emocional, sinceridad, sentido del humor, capacidad crítica y capacidad para mandarle a uno cariñosamente a la mierda si procediese. Además de la plática amena, del hombro en que llorar o del espacio íntimo y de cuidados, desde aquí agradezco a mis amistades que de vez en cuando me pongan en mi sitio cuando es menester.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Sí, sin duda. Como yo a ellos. No hay amistad sin humana duda, decepción o caída. Esos instantes de conflicto y confrontación resultan cruciales. El conflicto es el estado natural para dar lugar a un nuevo estado de cosas.

¿Es usted una persona sincera? Quizá demasiado. Pero no sincericida, que es muy distinto. El sincericidio es una forma tóxica de hacer daño amparándote en la verdad. Cuando, realmente, las dinámicas sociales requieren un mínimo de piadosa mentira y tolerable hipocresía. La humanidad no está esperando continuamente tu opinión de mierda, que dirían Los Punsetes.  

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leer, ver películas, escuchar música, pasear, nadar, mirar por las ventanas, pensar qué.

¿Qué le da más miedo? Morir viejo y solo, sin nadie cerca a quien verdaderamente ame.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La apología feliz de la ignorancia. La convicción clasista, determinista cuasi, de sentirse superior al otro por motivos de renta, nación o sexo.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Montar a caballo. Sería feliz estudiando y enseñando equitación.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Nado casi todas las semanas. En algún sitio leí que nadar significa volar en un mundo invertido. Nadando me reconcilio con lo humano y con lo divino. En ese momento recuerdo a los primeros homínidos remontando aguas río arriba, a la vez que pienso en la lista de la compra, en qué cenaré, en lo muchísimo que quiero a mi madre. Eso somos: idénticas porciones de espíritu y cotidiano paganismo.   

¿Sabe cocinar? No, pero me defiendo. Hago unas sartenes de patatas fritas, pimientos y huevos que se te saltan las lágrimas. Lo poco que sé me lo enseñaron mi abuela Francisca y mi amigo Cristóbal Domínguez.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Mi abuelo José, el jaraleño, hijo del mondaor. Un poeta anónimo y ágrafo, como Sócrates o Adriano, que decidió escribir su obra literaria labrando y segando la seca tierra murciana.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Palabras son amores, hechos son razones. Adoro el lenguaje, pero la esperanza reside lejos de las promesas. Cerca de las acciones.

¿Y la más peligrosa? Volvemos a los hechos: la inacción, la dejación de funciones, el pasotismo adolescente.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No más veces que la media. Soy un mamífero pacífico.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Estoy del lado del que sufre, del paria y del menesteroso. Frente al individualismo y la privatización, considero que la riqueza nacional debe estar al servicio de lo común. 

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un místico heterodoxo del s. XVI o, como decía antes, un domador de caballos salvajes a la manera de Jenofonte.

¿Cuáles son sus vicios principales? Fumar, escupir y blasfemar que es un modo de rezar a Dios, pero al revés que decía Machado.

¿Y sus virtudes? De haberlas, prefiero que me las señalen los demás.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Instantes aleatorios de éxtasis y quemadura, amigos muy queridos, amigas a las que amé como familia, desnudez y silencio y misterio y el humano aroma de algún cuerpo inolvidable. Mi mano niña dentro de la mano enorme de mi abuelo José, paseando los dos muy temprano por la ribera, yendo a ver la yegua blanca del Rabote, señalándome esa matica de romero, el canto dulce de aquella tórtola, el húmedo olor a hierba recién segada envolviéndolo todo como alegre metáfora del niño que fui. Mi abuela Francisca que canta coplillas mientras hace alfajores para la Pascua o me da de merendar. Mi padre acompañándome al fin del mundo, con tal de no dejarme solo. Mi madre, siemprecerca y siempremadre, sonriéndome y hablándome y regalándome su voz hasta que se apagara todo.  

T. M.