jueves, 28 de octubre de 2021

La generación de la locura y las drogas

Aún resuena el “Aullido” de Allen Ginsberg, muchos siguen “En la carretera” junto a Jack Kerouac, sintonizando con la generación Beat. En cierto modo, el tiempo no ha pasado por ellos, o ha pasado agasajando su valentía estética, su atrevimiento social, convirtiéndolos en clásicos modernos. Aquella juventud de los años cincuenta y sesenta que iba a vivir el movimiento jipi, a contemplar el fenómeno del «nuevo periodismo» en el que la noticia se convertía en literatura y a protagonizar manifestaciones antibélicas, se identificó con el protagonista de la novela de Kerouac, con el poema de Ginsberg. Esa juventud no ha envejecido, pues cada generación presta atención a esos escritores y a sus colegas, William Burroughs fundamentalmente, pero también Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti y Peter Orlovsky. Los estudios académicos, las traducciones y el material inédito publicados de continuo atestiguan tal foco de interés.

Esta vida libre –o su intento de libertad–, esta filosofía de comportamiento –detenida a veces por ingresos en la cárcel, temporadas en manicomios, alcoholismo– se respira en su máximo nivel en continuos libros que llegan a nosotros. Ejemplo de ellos fueron las “Cartas” (Anagrama, 2012) entre Kerouac y Ginsberg, que recorrían los años 1944-1969 y lugares como Nueva York, San Francisco, México, Tánger… Los que acudían a aquellas páginas veían reflejados los valores e incertidumbres ya puestos de manifiesto en las obras de ambos autores, con su querencia por lo egocéntrico, las elucubraciones metafísicas, inseguridades, los victimismos, las experiencias místicas. Por algo Ginsberg decía: «La verdad es que estamos locos y no es ninguna broma» (epístola de 1952). Kerouac, por su parte, reconocía su neurosis, dejaba traslucir su anhelo por tener una figura paterna, hablaba de sus novias, de sus borracheras, de su pasión por Dostoievski; la fama lo fulminaría al final de su vida, cuando se apartó de todo contacto con los fans. Ginsberg, muy al contrario, abandonaría los psiquiátricos y devendría un icono de la cultura alternativa con sus recitales y su carisma enloquecido.

¿Hubo una Generación Beat?

Las ediciones sobre estos autores y el resto de la Generación Beat se han ido sucediendo, una en particular muy útil para conocerlos a todos, uno de Jean-François Duval, que pasó veinte años dedicado a seguir las huellas de estos escritores legendarios y a entrevistarlos para escribir “Kerouac y la Generación Beat” (Anagrama, 2013), con una cronología desde que nace otro componente del grupo tan destacado como William Burroughs en 1914 hasta que en el año 2012 se estrena la película “On the Road”, dirigida por Walter Salles y producida por Francis Ford Coppola, quien tenía los derechos de la obra de Kerouac desde hacía decenios. En aquel trabajo, Ginsberg decía, en 1994, al preguntásele por el quincuagésimo aniversario de la generación, que «nunca ha existido ningún “movimiento Beat”. Simplemente hace cincuenta años que conocí a Burroughs y a Kerouac».

Así las cosas, el poeta aseguraba lo que fue la clave de todo: que «la palabra “beat” no es más que un apelativo estereotipado que nos endosaron los medios después de que John Clellon Holmes, el autor de la novela “Go”, la utilizara en un artículo del “New York Times Magazine”, en 1952». Holmes conoció a Kerouac y Ginsberg en 1948 en Nueva York y tomó sus vidas y obras (más la de Cassady) para hacer esta novela, publicada cuatro años después, en la que por vez primera sale la expresión «Generación Beat », que a la vez está basada en conversaciones que tuvo con Kerouac.

Ciertamente, los autores etiquetados de “Beat” no pueden ser más diferentes entre ellos. Pero el calificativo prosperó, y la eclosión se produjo cuando “En la carretera” tuvo una primera gran reseña en 1956 que aupó a Kerouac a un estrellato que al final fue su maldición. Carolyn, la que fuera esposa de Neal Cassady —el hombre al que todos admiraban por su energía y sociabilidad y que su amigo Kerouac convirtió en protagonista de On the Road con el nombre de Dean Moriarty—, además de amante fugaz del propio Kerouac, coindice en esa apreciación de Ginsberg y desmonta la imagen de rebeldía que la juventud de la época recibió de los Beat. Kerouac era un hombre tímido, «escindido entre sus convicciones católicas y sus aspiraciones budistas» que, sin embargo, se esforzó por ser un norteamericano normal.

Halagos a los amigos

Ahora, surge la voz de nuevo de Ginsberg, por medio de “Las mejores mentes de mi generación. Historia literaria de la Generación Beat” (traducción de Antonio-Prometeo Moya), en que empieza precisamente haciendo una definición de la supuesta generación: «Para empezar, la expresión “generación Beat” apareció en 1950-1951, en una conversación concreta con Jack Kerouac y John Clellon Holmes en que se habló de la naturaleza de las generaciones, recordando el glamour de la “generación perdida”. Kerouac desestimó la idea de que hubiera una “generación” coherente y dijo: “Ah, esta es solo una generación Beat”. Hablaron de si era una generación “encontrada”, expresión que Kerouac utilizó a veces, o una generación “angelical”, u otros epítetos. Pero Kerouac desestimaba la cuestión y decía “generación Beat”, no para poner nombre a la generación, sino para no ponerle ninguno».

Son palabras que pertenecen a unas conferencias de Ginsberg sobre sus principales colegas, pronunciadas en el Naropa Institute, la primera universidad occidental de inspiración budista, que se fundó en 1974, como explica el responsable de la transcripción y edición de tales textos, Bill Morgan, archivista personal de Ginsberg. “Estas conferencias se centran sobre todo en los amigos más queridos, en los años fértiles y en lo que se escribía en Nueva York: Jack, William, Gregory, con apariciones menores de Neal Cassady, John Clellon Holmes y Peter Orlovsky”, apunta en el prólogo la poeta, activista y feminista Anne Waldman, que también añade que hay ponencias en torno a las técnicas literarias del propio Ginsberg, haciendo del todo un “libro masculino y homosexual” al abordar el erotismo, la camaradería entre hombres, la comunicación sincera, y también halagos incluso desmedidos por la obra ajena. En total, Ginsberg dio cinco veces este curso, con casi un centenar de charlas, en que la cara más seria de este escritor a menudo provocador se vio a las claras, pues “era un profesor exigente que esperaba que sus estudiantes fueran muy leídos y acudieran muy preparados a las clases”, como advierte Morgan.

Para Ginsberg, el grupo tenía elementos comunes como la liberación sexual, gay, negra y de las mujeres, libertad de palabra y eliminación de la censura, despenalización de algunas leyes contra la marihuana y otras drogas, gusto por la música (el bebop que influyó en el estilo rítmico de Kerouac) y la conciencia ecológica, oposición al militarismo, la espiritualidad… Ginsberg, en estas charlas celebradas en la localidad de Boulder, en Colorado, en plenas Montañas Rocosas, trató «de resumir lo que recuerdo de la dimensión literaria, o intelectual, o espiritual, así como de los chismes, de la historia de mis primeros encuentros» con todos aquellos autores: de su afición a las drogas, en especial Burroughs, adicto al «caballo. La idea de Burroughs en los años cuarenta era: “¿Y si la verdad estallara? ¿Y si todo el mundo se pusiera a hablar con sinceridad?”». Una premisa que llevaron al extremo todos los integrantes del grupo y que les ha traído a ser objeto de interés permanente para lectores y estudiosos.

Publicado en La Razón, 27-X-2021