lunes, 24 de enero de 2022

Entrevista capotiana a Andrea Toribio

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Andrea Toribio.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Hay un pueblito, Ojos de Garza, que son dos calles al lado del aeropuerto de Gran Canaria. Cuando sube el agua, la carretera que lo separa de los invernaderos se inunda. En realidad ni siquiera es un pueblo, sino la playa de uno. Se llama así, te lo indican en un cartel a la entrada, entre paréntesis. También hay una ventana que siempre da al mar.

¿Prefiere los animales a la gente? Me encantan los niños, y no tendré, no sé si tiene algo que ver.

¿Es usted cruel? Desde que me levanto hasta que me acuesto, procuro no chocarme, tropezarme o caerme en una zanja. Según me han dicho, vivo en el mundo de las ideas. ¿Y si en ese periplo mío, de poner a salvo mi inconsciencia, he podido obrar mal?

¿Tiene muchos amigos? Me incomoda darme, se me hace cuesta arriba, pero mantengo a mi grupo de amigas desde la guardería, sin místicas. Cuando las miro, no sabría decir bien de qué las conozco, hace tanto que.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Interlocución y espacio común.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No, y creo que tiene que ver con el pacto tácito que se ha ido instaurando del saber cuándo estoy en mí y cuándo estoy para los demás.

¿Es usted una persona sincera? No acostumbro a rellenar los silencios, nunca hablo si no me lo piden.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Paseo, paseo mucho, me dedico a mirar.

¿Qué le da más miedo? Las serpientes. Si aparecen por TV, apago. Si están en una revista, arranco la página. Si me las encuentro en un libro, lo abandono en la calle.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La estupidez, me impide cooperar y pensar.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Hubiese ido a casa de mi abuelo con más frecuencia, me hubiese dejado enseñar a pintar con dignidad. El otro día le dibujé un zorrito a un niño y desde el papel decía: «Acaba con esta pesadilla».

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Se me estomaga, pero recuerdo que una vez nadé un rato, unos años, y hasta gané alguna medalla.

¿Sabe cocinar? Para mí lo ideal sería una dieta basada en cereales, pan, agua y vino.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Carmen Martín Gaite, for the win.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Promenade.

¿Y la más peligrosa? Intelectual.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Las zanjas.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? A veces digo que vivo en 1958, con lo cual, feminismo antifranquista, como Carmiña.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un alfarero. Como en los poemas de Valente, donde solo se moldean vasijas, cuencos.

¿Cuáles son sus vicios principales? La actualidad, lo que está pasando ahora. Y eso me lo da internet, aunque no siempre.

¿Y sus virtudes? Sé escuchar, me vino susurrado.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? En la leñera de mi pueblo había un palo amarillo con una especie de embudo al final. Era de una piscina hinchable que no sé si llegamos a montar. Con aquel palo, golpeé las ramas de un manzano que mi abuela tenía en el huerto, y ella me vio varias veces porque pasaba y no dijo nada. Cuando tuve las manzanas en un barreño, mi abuela me las quitó. A la caída de la tarde, me acerqué a la cocina y no quedaba una sola manzana como tal, eran otra cosa.

T. M.