miércoles, 9 de marzo de 2022

Entrevista capotiana a Ricardo Álamo

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ricardo Álamo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Sin dudarlo, el locus amoenus.

¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a algunos animales y a alguna gente. Ni me gustan todos los animales ni me gusta toda la gente.

¿Es usted cruel? Soy civilizado y no me gusta lo crudo ni mucho menos recrearme en la sangre, ni propia ni ajena.

¿Tiene muchos amigos? Todos tenemos amigos, y no importa el número, pues tanto puede ser que valga uno solo por muchos que muchos por uno solo.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Busco una imposibilidad: que nunca se vuelvan mis enemigos.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Como soler, no. Si fuera algo habitual, o yo no sé elegir a mis amigos o mis amigos no serían tan amigos como yo me imaginaba.

¿Es usted una persona sincera? Sinceramente, no.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? ¿Pero realmente existe el «tiempo libre»? Cualquier ocio es negocio, negocio con los demás o negocio con uno mismo. ¿Qué hago ahora? me pregunto, ¿leer, escribir, dar un paseo, jugar al tenis, etc.?, y, voilà, ya estoy negociando.

¿Qué le da más miedo? Me da más miedo pensar qué me da más miedo y no saber qué contestar. A lo mejor es que estoy curado en salud y no le tengo miedo al miedo.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Todos los días ocurren tantos escándalos que ya no me escandaliza que todos los días ocurran tantos escándalos. Quizá ese sea el mayor escándalo: mi inmunización al escándalo.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Habría sido lector y, por supuesto, envidiaría a los escritores.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Antes jugaba mucho al tenis. Ahora, por prescripción médica, veo mucho tenis, y de vez en cuando, por prescripción mí, corro, ay sin el «me».

¿Sabe cocinar? Claro, qué remedio, si no gano lo suficiente como para ir de restaurantes todos los días y que me cocinen mis platos preferidos.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Mmm, me gustaría entrevistar a Dios, caso de que Dios diera entrevistas. Pero me temo que es endiabladamente esquivo y como siga así va a pasar de ser «inolvidable» a «olvidado».

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? La libertad. Sin ella nada es mejorable.

¿Y la más peligrosa? Odio pensar que haya palabras peligrosas. Soy wittgensteiniano y el peligro está, más que en las palabras mismas, en el mal uso que hagamos de ella.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? ¡Que me maten si quisiera tal cosa! Matar no es lo mío. No tengo razones ni sinrazones para matar.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? El voto es secreto, pero para no obviar la pregunta diré que soy «chavista», o sea, partidario de la línea ideológica de Chaves Nogales, que era eso que los sociólogos llaman un pequeñoburgués liberal.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? No me puede la envidia de querer ser otra persona más alta, más guapa, más rica, más inteligente. Quisiera ser el que he sido, el que soy, incluso arrepintiéndome a veces del que he sido y soy.

¿Cuáles son sus vicios principales? No sé, como soy fumador, lo mismo ya me he fumado todos mis ideales.

¿Y sus virtudes? Eso lo dejo a beneficio de inventario de quienes me conocen, que no sé yo si me conocen tan bien como para ver virtudes en mí.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? No lo tengo que imaginar. Estuve a punto de ahogarme en la playa de los Haraganes, en Isla Canela. Me salvó un sobrino mío. Y la verdad es que, mientras se me iban las fuerzas nadando contracorriente, no pensaba otra cosa que «vaya manera tonta de morir, a pocos metros de una lengua de arena y justo el día en que un editor me había dicho que aceptaba para su publicación mi manuscrito de Cuentos negros». Del esquema clásico, vislumbre acelerado de los hechos más importantes de mi vida, nada de nada. Solo el triste pensamiento de «qué tontamente me ahogo» y ya.

T. M.