jueves, 5 de mayo de 2022

Entrevista capotiana a Almudena de Arteaga

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Almudena de Arteaga.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Aquel en el que estuviese la mayor parte de mis seres queridos. Sin ellos no creo que exista un lugar donde enclaustrarse de por vida.  

¿Prefiere los animales a la gente? A la gente, a pesar de que busco con frecuencia un lugar aislado donde poder crear o descansar de muchas cosas, ante todo sigo siendo una mujer sociable por naturaleza y con los animales es algo que se puede hacer limitadamente.

¿Es usted cruel? No lo creo, es mas lo evito porque creo que la crueldad es algo que a la larga perjudica más que a nadie a quien la demuestra.

¿Tiene muchos amigos? Los justos y cuanto mas avanza la vida mas los valoro pues los verdaderos son de esos tesoros escasos difíciles de encontrar y muy dignos de cuidar.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? El amor incondicional, la sinceridad, el positivismo y la empatía. Es algo que yo procuro dar y en cierto modo espero recibir.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? He llegado a esa edad en que creo que la ingenuidad desapareció y las desilusiones ya no suelen llegar de improviso.  

¿Es usted una persona sincera? Procuro serlo a pesar de que muchas veces la verdad acarree consecuencias que la mentira evitaría a todas luces.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Con los míos, la buena música, una buena lectura, cine, teatro, exposiciones, senderismo. La verdad es que el abanico es amplio. Lo cierto es que jamás me aburro.

¿Qué le da más miedo? La soledad impuesta.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La sinrazón como arma hiriente contra cualquier desvalido.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? ¿Redactar demandas? Eso ya lo hice y le aseguro que no me lleno en absoluto. Es mucho más edificante crear. ¿Mi profesión frustrada? Quizá fuese la arquitectura.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Varios, camino rápido, monto en bicicleta, juego al golf, nado. De todo un poco. El ejercicio aeróbico me ayuda a despejar fantasmas de mi mente y en muchas ocasiones me brinda ideas frescas. Ya se sabe desde tiempo inmemorial, el equilibrio entre cuerpo y mente es crucial.

¿Sabe cocinar? La pandemia me enseñó a tratar este tipo de alquimia gastronómica. Hasta entonces he de reconocer que disfrutaba con el buen comer pero apenas sabía elaborar un buen plato de cuchara.

Si Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A mi princesa de Eboli de nuevo. A ella le debo mi quehacer desde hace casi un cuarto de siglo.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Amor.

¿Y la más peligrosa? Odio.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No quiero condenarme.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? La más razonable dentro de mi moralidad.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Más bondadosa.

¿Cuáles son sus vicios principales? La precipitación. Es algo que aun queriendo dominarlo suele vencerme en la tentación.

¿Y sus virtudes? Si yo misma lo dijese pecaría de vanidad.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Los momentos más felices que compartí con los míos. Prefiero ahogarme rodeada de ellos con una sonrisa en la boca que angustiada.

T. M.