domingo, 15 de mayo de 2022

Entrevista capotiana a Lola Fernández Pazos

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Lola Fernández Pazos.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Marín, mi paraíso, el pueblo donde mis padres se conocieron y empezó todo.

¿Prefiere los animales a la gente? Adoro los animales libres e independientes como mi gatita Bronty, que sin haber cumplido un año ya va a lo suyo. Y lo mismo me pasa con la gente, adoro a la gente libre e independiente, a mi querido Ave, mi pareja, que como su nombre indica vuela permanentemente en su mundo gracias a su mente inquieta.  

¿Es usted cruel? ¡Qué va! Al contrario, mi madre me decía que era zalamera y una madre no miente. Ser cruel va en contra de mi naturaleza. Me gusta que a mi alrededor todos se sientan bien, no soporto que la gente sufra, ni las discusiones, ni si quiera una mínima tensión. Me produce un gran desasosiego, un gran malestar cuando la gente es cruel o se creen superiores o se compinchan para reprender a otro. Soy muy justiciera. Cuando veo crueldad a mi lado, desigualdad, me crispo.

¿Tiene muchos amigos? Con la edad me he vuelto más selectiva. Solía ser muy generosa con mi tiempo, mis sentimientos, pero ahora cada vez soy más recelosa. Admito que en estos momentos me gusta más compartir, que dar.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? La generosidad de compartir una alegría, una pena, una llamada, un café, una inquietud.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Si me decepcionan es que entonces no eran mis amigos, quizás compañeros o conocidos, pero amigos no. Uno puede cometer errores, como todo el mundo, como yo misma, lo que no puede pretender es no reconocerlo. Y no me refiero a pedir perdón o un “lo siento”, sin significado, sino a tener gestos que impliquen el arrepentimiento de verdad, por reconocer que se ha errado.

¿Es usted una persona sincera? Demasiado, aunque cada día intento matizarlo, ser más diplomática, moderarme, pero no siempre lo consigo. No me gusta ser tan sincera porque hieres a los que quieres, pero si pretenden que tome decisiones que no quiero y me presionan, entonces no lo puedo evitar. Salto.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Con cosas sencillas, hablando con mis allegados, paseando, estudiando, leyendo y escribiendo. Aprecio mucho el tiempo libre porque durante toda mi vida como periodista no lo tenía; solo dormía y trabajaba. Ahora, en cambio, no tengo salario, pero sí tiempo y soy mucho más feliz.

¿Qué le da más miedo?  Una vejez vacía, no de gente que es ley de vida, sino de quehaceres. No poder leer porque no me quede vista. Sin escribir por tener las manos entumecidas de la artrosis. Y lo peor: no saber quién soy. Me gustaría que, si ocurriese, me pusieran el sonido de los pájaros y me dejaran marchar.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? El maltrato laboral, la humillación en el trabajo. Se habla mucho del maltrato familiar, escolar, pero nada del maltrato laboral. De la gente déspota con quien uno está obligado a compartir intensas jornadas diarias y se cree dueños y señores de tu vida. Gente que jamás pide las cosas por favor, ni te da los buenos días ni el pésame cuando ha fallecido un familiar y encima te grita o se ríe de ti. De los jefes manipuladores y compañeros chivatos. Todo eso me escandaliza bastante.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Si no me hubieran apagado la voz con los expedientes de regulación de empleo que he vivido en los diferentes medios de comunicación donde he trabajado, seguramente seguiría ejerciendo de periodista financiera y económica, pero mi lucha por hacerme oír originó mi faceta de escritora.  

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, ando, pienso y converso. Pensar y hablar son ejercicios físicos e intelectuales que desgastan mucho más que un gimnasio.

¿Sabe cocinar? Sí sé, pero no me gusta cocinar. Coincido con un compañero de trabajo, mañico e ingeniero, que hace poco me decía “a mí me gustar tardar en cocinar lo mismo que el tiempo que dedico a ingerir la comida”.  En cambio, en mi casa, cocinar era otro acto de entrega y amor y podían estar horas preparando todo, y yo pensaba… ¡prefiero comer una bolsa de pipas, ahora, ya, que comer sin ganas!  

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A mí me encanta Emily Brontë. Me gustan todos los escritores victorianos, pero ella guarda incógnitas en su única novela “Cumbres Borrascosas” que nunca han quedado resueltas. Hay pistas y despistes, pero a ciencia cierta nunca descubriremos realmente cuáles fueron sus verdaderos sentimientos. Me encantaría descubrirlos y contarlo.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Empatía. Todo se puede solucionar con empatía. Si uno es capaz de ponerse en el lugar del otro, entonces todo es posible: el amor, el perdón, la comprensión, etc.

¿Y la más peligrosa? La mentira, porque eso priva a quien se miente de la verdad y de tener un criterio propio. Si uno no sabe, no puede reaccionar, no es libre. Está condicionado por una mentira.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Pues no. La verdad es que no. Soy algo egoísta y solo de pensar que tendría que pasar el resto de mi vida en la cárcel me echa para atrás. Prefiero la distancia.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Me cuesta digerir la injusticia social y la desigualdad. Me considero una persona de izquierdas, pero en general me gusta la pluralidad, crecer con personas que piensan distinto a mí.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un pájaro. Me encanta cómo vuelan, cómo cantan, cómo dan de comer a sus crías, pero me gustan libres no en jaulas. Mi padre siempre nos traía casitas de madera que colgaba en la cuerda de tender la ropa del patio para que los gorriones hembras anidaran allí y en primavera viéramos cómo daban de comer a sus polluelos, cómo crecían y cómo se marchaban cuando ya sabían volar…

¿Cuáles son sus vicios principales? Dormir. Duermo mucho. Me viene de familia. En casa, mi abuelo y mi padre se echaban siempre una siesta de una hora mínimo, nada de veinte minutos. Yo la necesito más que el comer.

¿Y sus virtudes? Tengo una paciencia que ni el Santo Job.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? No, no, no, imágenes, ninguna. Intentaría gritar, nadar, salir cómo pudiera. Jamás me rendiría.  

T. M.