Es el otro, el amado, siempre el ser
observado, el protagonista de unos versos que a la vez son espejo del sujeto
poético que habla. “Repito tu nombre de sonido abrasador”, dice para empezar, y
en el siguiente poema: “Cocino con esmero heridas de otros / tiempos en los que jamás estuve”.
Ángeles López (Madrid, 1969) es la salvaje sumisa, un cuerpo que se duele,
dueña de unos miembros que protestan, la enamorada con ecos del Silvio
Rodríguez –“El silencio también es una geografía (…) y no ayuda a
comprender por qué no te me quitas de
las ganas”– de “Te doy una canción”.
“Las ocho y carne”, el tercer libro de poesía tras “Iscariote” (prologado por Antonio Colinas) y “Congrios y cormoranes”, ambos en Huerga y Fierro, de esta también exitosa novelista, tiene una nota inicial de Ricardo Menéndez Salmón, que oportunamente dice que «la poeta dispara sin reparos, sin vergüenza y sin indulgencia. Quizá porque “el amor no es lo que pensamos: siempre es otra cosa”. Algo dañino e impuro, cierto, pero irrenunciable». Y qué mejor hacerlo con el lenguaje poético, el único que puede albergar lo irracional.
La escritora, de esta manera, busca caminos hasta llegar a grandes hallazgos expresivos: “tu voz como de gruta, desflecada, / sonaba / a tiro furtivo. / A jabalí en plena noche”; y lo hace, además, arriesgándose con el empleo de términos raros –“gomorresina”, “caducifolios”, “abetales”…– que dan buena cuenta de lo que ha de hacer un verdadero poeta frente a su desafiante obra.
Publicado en La Razón, 18-VI-2022