En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Carlos Robles Lucena.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Aunque me resulta una
idea terriblemente angustiosa –y estoy tentado a responder “el continente
euroasiático”, o tal vez “el planeta Tierra”— en realidad, si descontamos los
viajes –y toda estadía de menos de tres meses es un viaje— he vivido toda mi
vida en mi ciudad natal: Terrassa, a unos treinta kilómetros de Barcelona, menos
los dos años que pasé como profesor en Horqueta, apodada “la novia del norte”, en
el interior del Paraguay. Diría que uno se conformaría con vivir en el lugar
donde habitan –o habitaron, o podrían habitar-- sus afectos, algo que en muchas
familias migrantes no es demasiado común ni demasiado fácil de conseguir.
¿Prefiere los animales a la gente? Me
parece una pregunta tramposa. Entre los animales también hay individuos,
temperamentos, afinidades. Qué decir de las personas. Hay gatos más simpáticos
que otros y personas más odiosas que otras. Además los humanos tendemos a
establecer esos puentes de empatía con animales muy antropomorfos, me cuesta
detectar simpatías por las pobres cucarachas o por los tardígrados. Pero, generalizando,
podríamos decir que prefiero a la gente que trata de forma amable y respetuosa
a los animales pero no los pone de forma sistemática por encima de los humanos,
ni cree que el mundo animal es un referente de bondad insuperable.
¿Es usted cruel? Cada
vez pongo más cuidado en no serlo. Pero siendo justos, debo reconocer que en
ocasiones me he dejado llevar por la cólera intelectual. Esa fuerza desmedida
que te invade cuando te encuentras con alguna situación que consideras injusta
o lastima a personal vulnerables. No sirve para nada bueno. Se puede ser expeditivo
–y algunas ocasiones así lo requieren-- sin ser cruel.
¿Tiene muchos amigos? Metemos dentro del concepto “amistad” muchos tipos de relaciones. ¿No cree?
Amigos de la infancia a los que apenas vemos en años pero con los que, tras
apenas unos minutos, retomamos la conversación donde la habíamos dejado, amigos
muy queridos a los que no ves nunca –porque están lejos o por las
circunstancias o porque han fallecido-- y sin embargo están presentes en
nuestros pensamientos casi diarios, amigos antipáticos a los que queremos
mucho, amigos nuevos con los que estamos dispuestos a invertir tiempo y
palabras. Amigos Guadiana. Amigos de redes sociales de los que se aprende un
montón. Amigos mentores. Amigos de squash. Creo en la importancia de estar
siempre abierto a la amistad, en ocasiones, en no clausurar.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Al principio concedía demasiada importancia, hasta el punto de
considerarlas condiciones sine qua non, al tándem mágico de humor y la cultura --que
no es malo, ¿eh?-- pero con los años algunas personas de mi alrededor me han ido
convenciendo de la importancia del buen
corazón y la lealtad emocional. Quienes combinan todos los elementos tienen el
combo ganador.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Mucho menos que yo a ellos. Pero creo que sin decepción no hay amistad. Creo
que es bonito y normal esperar muchas cosas buenas de la gente a la que quieres,
y si después no quieren o pueden concedértelas, pues es tampoco importa
demasiado.
¿Es usted una persona sincera? La sinceridad –mal entendida-- está absolutamente sobrevalorada. Yo puedo
cambiar de opinión cincuenta veces sobre un mismo asunto en un año y te estaría
diciendo la verdad en cada una de ellas. Hay que ser consciente de la intrascendencia
de las opiniones que viertes sobre el mundo y hacerte cargo de en qué pueden
ayudar o destruir a la persona a la que se las dices. En cambio, la sinceridad
emocional –con uno mismo, con los demás, con los deseos y los compromisos-- es a
la vez una tarea difícil, obligatoria y riquísima.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? ¿Al ocupar el tiempo libre este deja de serlo? Intento
no hacer diferencias entre el tiempo libre y el tiempo esclavo. Pero a veces no
lo consigo. Por ejemplo, no sé si considerar tiempo libre los meses en los que
he redactado Cerbantes Park, o tiempo esclavo las horas en las que me dedico a
la enseñanza, a cocinar lasaña o realizar las tareas del hogar mientras escucho
radio o podcast desaforadamente –culturales, humorísticos pero siempre muy
diferentes entre sí: Cómo (podcast de antiayuda), Cowboys de Medianoche, Estirando
el chicle, Todopoderosos o Deforme Semanal. A veces la no distinción no acaba
de funcionar, claro, en esos casos, supongo que lo que prefiero es tumbarme en
el sofá con una película o serie medio mala en la televisión y echarme la
siesta a su arrullo.
¿Qué le da más miedo? El dolor y la enfermedad de las
personas a las que quiero. La sensación de haber sido injusto. No poder leer. Dejar
de tener curiosidad, pasión o dudas sobre el mundo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Las diferencias socioeconómicas.
La incapacidad de tomarnos en serio el decrecimiento y el consecuente desastre
ecológico. La obscenidad de cierto lujo. Las posiciones puristas en asuntos
complicados. Las reuniones tediosas. La burocracia.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Creo
que cualquier vida es, en algún sentido, creativa, pero es verdad que algunos
trabajos son tan extenuantes que no dejan demasiado espacio para el arte. Aun y
así, los realmente buenos lo hacen, tenía un amigo en la universidad que trabajaba
en la Seat y decía –con sorna bien literaria-- que trabajaba en una “cadena de
montaje creativa”. Uno de los mejores contadores de historias orales –autor de
la teoría del orgasmo microinfenitesimal-- que he conocido en mi vida trabajaba
en el servicio de recogida de basura municipal. Leí en un libro de Philip Roth
que durante la invasión soviética en Checoslovaquia, los intelectuales represaliados
iban rumiando sus futuros ensayos mientras barrían la nieve de las callejuelas
de Praga. En fin, si no pasara tantas horas escribiendo –o mejor, no
escribiendo pero haciendo cosas que creo erróneamente o no que sirven para
escribir, como ver películas antiguas, series ya acabadas o leer-- supongo que sería
bastante más bueno jugando a la Play.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Voy caminando a todas partes. Hace un par de años que me saqué la
licencia de tiro con arco y me lo pasé muy bien. Últimamente me gusta dedicar
las tardes de los jueves a jugar a squash con un grupo de amigos con los que ejerzo
el proselitismo para este deporte injustamente demodé. En España tiene fama de
deporte pijo –el emérito hizo construir una pista en el palacio de la
Zarzuela-- pero en realidad el material y la pista es bastante asequible y su
origen es bien lumpen: las cárceles londinenses del siglo XVIII, cuando los reclusos jugaban con las pelotas contra las paredes. También las escuelas británicas –que no me negarán que son otro tipo de cárcel-- fueron adoptando esta actividad y fue en ellas donde el juego terminó por desarrollarse. Queremos hacernos camisetas de “Abajo el pádel”.
El squash es tan absorbente que no te permite desconcentrarte ni un segundo a
riesgo. Tiene algo de ajedrez a lo bestia y sudoroso.
¿Sabe cocinar? Cocino
a diario con relativo deleite. Me gusta intentar mejorar las recetas que ya
conozco leyendo y escuchando cosas por ahí y aprender nuevas. Cuando era joven
intentaba innovar más con resultados más bien nefastos. Hay un placer antiguo
en seguir la misma receta que siguió mi abuela o mi madre, hay algo alquímico,
de rito y tradición en el asunto realmente poderoso. A veces, si tengo prisa,
también hago platos medio pachuchos.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Escribiría la
historia de Bebito Ramírez, un mítico futbolista paraguayo de exquisito
talento, pero medio lesionado y venido a menos, que iba migrando por todo el
Chaco vendiendo su talento futbolístico a los equipos de las haciendas a cambio
de unos cuantos pesos y unas cuantas cervezas. O la de Sor Lupita, una monja
mexicana veinteañera, que nos llevó a visitar el barrio de Kibera -el slum más
grande de Nairobi-- con un desparpajo y energía envidiable mientras en la
guitarra tocaba canciones de Ricardo Arjona.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Libertad.
¿Y la más peligrosa? Libertad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Solo como juego
intelectual revisionista. De las otras, afortunadamente, no.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Ama y haz lo que
quieras.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Marionetista
de los Muppets.
¿Cuáles son sus vicios principales? La impaciencia, la
distracción, la procrastinación, la obsesión.
¿Y sus virtudes? La curiosidad, la
energía y el buen humor.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? La rampa de párking
donde aprendí a montar en bicicleta. Los cumpleaños con familia y amigos. Los
cómics del verano. Una lectura del libro Senda de primaria que contenía un
poema de Lorca. La muerte de los abuelos. La tarde en la que conocí a Borges en
un librillo de regalo del Periódico. Praga en los noventa. El amor no correspondido.
Un baño al atardecer en el lago Victoria. El amor correspondido. La muerte de
los jóvenes amigos. La aventura paraguaya. Las dulzuras de la vida en pareja.
La paternidad. El privilegio de la amistad de adulto con los propios padres. La
felicidad de poder celebrar la publicación de un libro con los amigos.
T. M.