Representa la mezcla más
exquisita de calidad literaria y entretenimiento audaz, una capacidad
incomparable para enfrentarse al cuento, la novela, la biografía, la historia y
el ensayo literario. Stefan Zweig, un maestro en penetrar en el desasosiego pasional
de sus personajes, exigente sobremanera consigo mismo, leído por toda clase de
lectores con igual placer durante varias décadas en que fue uno de los
escritores más vendidos del mundo, conserva un pundonor ejemplar tanto en su
vida como en su obra. No en vano, su biógrafo Jean-Jacques Lafaye le calificó
de «ideal de escritor psicólogo», de «poeta-historiador del alma humana», de
«maestro de la compasión», de «cazador de almas».
Pues bien, estos
Cuentos completos son una manera
inmejorable de corroborar tal impresión. Aquí tenemos al Zweig que retrató la
condición humana con sus contradicciones e hipocresías, pero también con su
busca incesante de amor y experiencias emocionantes. Ello se perfila en sus
novelas apasionadas y en su narrativa corta, que tan bien traduce Alberto
Gordo. Este nos ofrece cuarenta y dos
textos, entre cuentos y novelas cortas: desde “Sueños olvidados”, aparecido en
una revista berlinesa en 1900, hasta “Wondrak. Un fragmento”, unas páginas inacabadas
que redondeó el editor del escritor austriaco a partir de unas notas en que
esbozaba el desenlace.
Aquí tenemos este y otros relatos muy poco conocidos, como “Un holgazán”, “En la nieve” o “Dos solitarios”, de un Zweig de poco más de veinte años que está buscando su voz narrativa; y, sobre todo, el Zweig de introspección humana, buena parte del cual ya conocía el lector. Es el caso de “Novela de ajedrez”, “Los ojos del hermano muerto” o “El candelabro enterrado”, donde despliega su inmenso talento para hacer que las dudas y anhelos más recónditos de los personajes lleguen al lector con un estilo fluido y un argumento siempre subyugante, próximo y reconocible.
Tan atento a su realidad sociopolítica, víctima
de los nazis y del antisemitismo, Zweig también escribió cuentos que reflejaban
su tiempo político, como “La colección invisible. Un episodio de la inflación
alemana”, o “Mendel, el de los libros”, sobre cómo el ostracismo que sufre un
viejo librero ejemplifica la Europa conflictiva que surgía con la Gran Guerra.
Pero, insistamos en ello, deseó indagar en la pasión sensual de sus personajes,
tanto masculinos como femeninos. Qué decir de historias tan preciosas como “Veinticuatro horas en la vida de una mujer” o “Carta de una desconocida”, preñadas de hondo
–y sufriente– romanticismo.
Tan
proclive fue el autor a tratar de indagar en el espíritu de los seres humanos,
que también dedicó mucha tinta a la pulsión suicida, que había tenido en mente
desde joven, como constató su primera mujer, Friderike. No extraña, pues, que
en sus cuentos ese instinto mortal sea frecuente, en especial en su libro Amok,
donde en cinco de sus siete relatos hay muertes voluntarias. Lo cual llevó él
mismo a cabo con narcóticos, en 1942, a los sesenta años, en la localidad brasileña
de Petrópolis, junto a su segunda mujer, Lotte. «El mundo de mi lengua ha
desaparecido y mi patria espiritual, Europa, se ha destruido a sí misma», decía
en la nota que se halló al lado de los cadáveres. Asimismo, en una carta
dirigida a su primera esposa, Friderike, le suplicaba que comprendiera su
decisión y le perdonase, para acabar firmando: «Tu Stefan, sosegado y feliz».
Publicado en Cultura/s,
4-II-2023