Muchas de las ficciones audiovisuales que tenemos al alcance en los
últimos tiempos nos han acostumbrado a cómo de importante es, en la sociedad
norteamericana, el concepto de legado,
sobre todo el que uno proyecta o incluso prepara en vida para cuando no esté.
Pero, naturalmente, está también el que se encuentra fuera de nuestro control,
el que recibimos a partir de los avatares familiares que nos han precedido y
nos han hecho en buena parte lo que somos y llevado a estar donde estamos. De
eso va Inheritors (“Herederos”),
original del año 2020, de la debutante Asako
Serizawa, novela convertida en español en El
legado.
La autora, que se apoya en la
delicadeza por las pequeñas cosas, tan propia de la literatura nipona –todo
empieza con la alusión detallada de unos tomates–, sin duda habrá concebido su
relato con conciencia de lo que estaba desarrollando, dada su complejidad
estructural y el trasfondo social e histórico que presenta. Estamos ante una de
esas novelas en que cabe ir reuniendo lo leído para asociar personajes y etapas
y, con algo de paciencia, ir llegando a la esencia, en este caso, al vínculo de
los integrantes de una familia que iremos conociendo a lo largo de más de cien
años.
Muy en especial, a lo largo del libro,
que se presenta a modo de reunión de cuentos, se percibe cómo los emigrantes
nipones vivieron las leyes racistas en Estados Unidos, como el hecho de que en 1924
se cerraran todos “los puertos a los inmigrantes asiáticos, a excepción de
casos especiales”, o cómo hasta 1948 no se abolió en California la ley contra
el mestizaje; por otro lado, se palpan entre líneas las mil y una consecuencias de la
Segunda Guerra Mundial, en particular en torno al sufrimiento de las ciudades
de Hiroshima y Nagasaki.
Ese terrible legado que recibieron las siguientes generaciones está contado en la novela a través de diálogos de tono muy natural, pero siempre con un punto detrás de dolorosa rememoración. Un médico retirado cuyo comportamiento en esa etapa bélica está rodeado de remordimientos, u otro hombre que de repente se entera de que tiene ascendencia coreana (y esclava), y no japonesa, son algunos de los personajes que Serizawa despliega en un árbol genealógico al comienzo y que nos llevaría desde fines del siglo XIX hasta la década del 2030.
El
carácter fragmentario de la novela, y algunos detalles como el capítulo siete,
titulado “El Jardín, también conocido como teorema para la supervivencia de las
especies”, la hace difícil pero estimulante a partes iguales; pero, más allá de los personajes que ejemplifican
cómo fue instalarse en América para las gentes asiáticas –empezando con la
matriarca de la familia, casada durante casi cincuenta años–, los crímenes
perpetrados en Japón o la lealtad hacia el Emperador, se proyecta la idea de lo
que es en realidad lo histórico. De
tal modo que, en una nota final, la autora reflexiona sobre ello de forma muy
interesante, pues no en vano se nota que sus investigaciones fueron arduas y
profundas. “Lo que sí puedo decir es que me preocupaba menos capturar una
época, un lugar o un acontecimiento, que representar de manera responsable esa
época, lugar o acontecimiento”. Un desafío logrado notablemente.
Publicado en Cultura/s, 21-I-2023