El ser humano contemporáneo enfrentado a situaciones que exigen un pundonor, una lucha y una resistencia extrema: tal podría ser el eje alrededor del cual gira la narrativa y la labor periodística de Sebastian Junger (1962). De este autor y, editor de “Vanity Fair” y enviado especial de ABC News, ya conocíamos varias obras, pero ninguna de la trascendencia de “La tormenta perfecta” (traducción de Eduardo Jordá), en buena parte gracias a su adaptación cinematográfica, cuando ya el libro se había convertido en un superventas, a cargo de Wolfgang Petersen, en el año 2000, y que contó con un reparto de estrellas emergentes como George Clooney, Mark Wahlberg, John C. Reilly o Diane Lane, y que fue candidata a dos premios Oscar al año siguiente (sonido y efectos visuales).
Extraña, pues, que aún no se hubiera traducido este libro al español desde que viera la luz en Estados Unidos en 1997, pero sí teníamos otros del autor al alcance y que dan cuenta de ese tema axial que apuntábamos, tan duro. Fue el caso de “Fuego: el mundo en llamas (2001), que tuvo una versión en nuestro idioma muy pronto (Península, 2003), y que abordaba desde los incendios forestales del oeste norteamericano hasta las matanzas de Sierra Leona por el comercio de diamantes, el genocidio de Kosovo o la guerra de guerrillas en Afganistán. Y es que Junger cubrió la guerra en este país, además de crear un documental, premiado en el festival de Sundance 2010, a partir del material recopilado en el valle de Korengal, titulado “Restrepo”.
En el libro, Junger se preguntaba qué es lo que tiene de fascinante el fuego para que los bomberos se jueguen la vida frente a un incendio en un bosque, por ejemplo, o por qué los corresponsales de guerra hacen lo propio en primera línea de fuego, a lo que añadía, en esta edición española, un epílogo sobre las consecuencias del 11 de septiembre de 2001. Más adelante, siguió con asuntos candentes por medio de “Guerra” (2010; Crítica, 2011), resultado de compartir durante quince meses la vida de un pelotón, también en Afganistán, con el objetivo de conocer las experiencias de los soldados sometidos a un estrés insólito en una situación donde la muerte sobrevuela a cada instante, por un combate o una emboscada.
De los indios a la pesca
Este trabajo también fue un éxito de público, alentado por la fama que había adquirido el autor gracias a “La tormenta perfecta”, lo cual se afianzó con “Tribu. Sobre vuelta a casa y pertenencia” (2016; Capitán Swing, 2017); en este ensayo, reflexionó sobre cómo la conexión tribal que caracterizó a la raza humana se ha ido perdiendo en la sociedad moderna, también con ejemplos que tenían que ver con los militares, sobre todo a la hora de volver a casa y reincorporarse al mundo civil. En definitiva, con todos estos trabajos Junger llevaba a cabo su lema, esto es, que los periodistas comunican a la gente asuntos en los que pensar, y que la curiosidad es el motor de todo: tanto de marcharse a un lugar recóndito y peligroso al otro lado del planeta como de vivir con indios Navajo en una reserva, como hizo de joven, tras licenciarse en la Universidad Wesleyan en antropología cultural, para escribir una tesis sobre las carreras de larga distancia que realiza esta tribu y sus raíces precolombinas tradicionales.
Dicha capacidad de desear conocer a fondo la vida de los soldados o de los indios la trasladó también a otro ámbito en que de repente Junger quiso profundizar, el de la pesca comercial, a partir de la tormenta que azotó el mar, en octubre de 1991, y que provocó que un barco pesquero de Gloucester, el Andrea Gail, se hundiera frente a la costa de Nueva Escocia. Esta tragedia se saldó con la muerte de los seis miembros de la tripulación: Billy Tyne, Bobby Shatford, Alfred Pierre, David Sullivan, Michael Moran y Dale Murphy. Fue tan violento aquel fenómeno, que los meteorólogos lo denominaron «la tormenta del siglo». Y no es para menos, pues emergieron olas de más de treinta metros de altura y vientos de 180 kilómetros por hora.
Junger subtituló el libro “Una historia real sobre la lucha del hombre contra el mar”, y lo escribió con un marcado estilo literario para dar vivacidad a un relato en verdad emocionante y logrado. “A sus pies, el océano se abalanza contra los negros pilotes del muelle y vuelve a ser engullido en dirección a los percebes. Latas de cerveza y trozos de poliestireno suben y bajan, mientras las manchas de gasóleo se ondulan como enormes medusas iridiscentes. Los barcos se balancean y crujen contra los cabos, y las gaviotas chillan y se agazapan y vuelven a chillar”. He aquí un ejemplo del talento descriptivo de un Junger que enseguida nos lleva a la habitación donde está durmiendo Shatford, que tiene un ojo morado y le rodean latas de cerveza y envases de comida rápida, junto a su novia, Christina, la culpable del golpe en el ojo. Al otro lado de la calle hay un almacén de suministros navales donde se aprovisionan los barcos de pesca, y cerca el Muelle de Pescado, donde los barcos descargan la mercancía.
La dura vida pesquera
Desde este espacio tranquilo se irá desarrollando el drama, que implica hablar de los antecedentes de cada personaje, en un contexto de dureza y empleos mediocres. En un día como cualquier otro, Shatford tendrá que despertarse y, al cabo de unas pocas horas, embarcar “en un palangrero de pez espada llamado Andrea Gail, que va a zarpar con rumbo a los Grandes Bancos de Terranova para un viaje de un mes. Bobby puede regresar con cinco mil dólares en el bolsillo o puede que no regrese jamás”. El dinero, en este sentido, es un aspecto particular de tratar, pues un pescador recién llegado de faenar es habitual que invite a una ronda a todos los parroquianos, pues “el dinero en manos de un pescador dura lo mismo que el agua en una red de pesca: uno de los clientes habituales llegó a acumular una cuenta de cuatro mil dólares en una sola semana”, escribe el autor.
Con estos detalles Junger va configurando la personalidad de los pescadores y sus relaciones: no tarda en incorporarse a la narración el citado Moran, que tiene fama de loco pero al que todo el mundo aprecia, sentado frente a la barra de un bar, un poco mareado, tras una noche movida. Luego, los tres personajes recogen a Murphy, de treinta años, otro miembro de la tripulación del Andrea Gail, padre de un bebé y exmarido de una campeona de boxeo femenino en Florida. Es temprano, pero los compañeros seguirán bebiendo –lo cual reprocha la hermana de uno de ellos– ignorantes de que poco después tendrán que enfrentarse a una auténtica pesadilla a cientos de kilómetros de Gloucester, Massachusetts. La decisión del capitán, Tyne (Clooney en la película), de alejarse de la zona habitual de pesca, para adentrarse en otra en la que tal vez haya más peces espada que atrapar y poder ganar más dinero, saldrá cara con la confluencia de dos tormentas, una de origen frío en el continente y otra de origen caliente próxima a la isla Sable.
Publicado en La Razón, 19-VIII-2023