“I remember the time I knew what happiness was”, cantaba Barbra Streisand en “Memory”, en 1981: algo así como “Recuerdo el momento en que supe lo que era la felicidad”. Y de memorias está plena la actualidad editorial de continuo, muy en particular en el ámbito del “show bussines” norteamericano. Sin ir más lejos, en Estados Unidos acaban de aparecer unas mastodónticas memorias de Streisand, de casi mil páginas. Sin embargo, a tenor de su dilatada trayectoria, llena de éxitos como intérprete de la música y el cine, el libro podría quedarse corto.
Nacida en el seno de una familia judía, en Nueva York, Streisand cuenta que entró por vez primera con catorce años en un estudio de grabación. La llevó su madre –su padre había muerto cuando Barbra era tan solo un bebé–, que indudablemente vería que su hija tenía un don, pero que también luego desarrolló una envidia enfermiza ante los triunfos profesionales de su hija. Desde ese momento Streisand se convierte en una perfeccionista obsesiva, alguien que quiere controlar todos los detalles, hasta el punto que aún recuerda, con algo de rencor, que cinco décadas atrás el director Sydney Pollack eliminó un primer plano de ella en “Tal como éramos”, la película que protagonizó con Robert Redford.
Así, de estas observaciones que propenden muchas veces a imponer su voluntad el volumen va bastante lleno, más que de chismes propios de la prensa rosa, si bien reconoce que a la hora de intimar lo que examina con más cuidado es la dentadura del pretendiente de turno, y que sintió una especial atracción por Marlon Brando. En un momento dado de “My Name Is Barbra”, Streisand parece compadecerse de sí misma, arguyendo que fue antes un personaje ávido de fama, una personalidad pública, que una persona. ¿Consecuencia del estrellato y del ego? En todo caso, manifiesta ahí sus inseguridades, lo cual es un tópico de tantas biografías de artistas célebres, muchas veces con el agravante de vidas realmente duras.
“La mujer que soy”, que apareció en español el mes pasado, de Britney Spears –o, mejor dicho, de los tres escritores que le han compuesto el libro– es un ejemplo de ello. De este icono de la música pop del siglo XXI el lector tal vez se sorprenda al descubrir en ella un gran sentido del humor, unido a un afán de franqueza que la lleva a contar su trayectoria en el amor –poniendo el acento en lo mal que la han tratado determinados hombres– y en su ámbito de trabajo, con tantos altibajos. Pero qué carrera creativa no los tiene. Si no, echen un vistazo a las biografías que han aparecido en nuestra lengua estos meses de músicos o cineastas: Olive Stone, Johnny Cash, B. B. King, Elvis Presley, Frank Sinatra…
Se trata de grandes, veteranas o desaparecidas figuras del mundo del espectáculo, pero a veces no hay que esperar mucho. Justin Bieber publicó su biografía a los dieciséis años, aunque llamó más atención la de su madre, Patricia Mallette: “Nowhere But Up: The Story of Justin Bieber's Mom”. Un libro aquel durísimo, en que esta mujer rememoraba su infancia, con un padre violento que abandonó el hogar, y los abusos sexuales que padeció por gente de la familia, hasta que se sumió en el alcohol y las drogas, se intentó suicidar y acabó en un psiquiátrico. Entonces tuvo muy joven un niño, Justin, que se haría famoso cantando en internet y juntos podrían salir del pozo miserable en el que estaban. Por cierto, “Let the memory live again”, proseguía cantando Streisand anhelando, ciertamente: “Deja que el recuerdo vuelva a vivir”.
Publicado en La Razón, 20-XI-2023