Cualquiera que tenga en sus manos este libro verá que es algo realmente único. Algún crítico literario lo ha calificado de gran aventura en papel, y así lo podrá interpretar el lector cuando lo abra y vea un objeto lleno de sorpresas, que pretende dar al imagen de un manuscrito anotado en que se han insertado, entre las páginas encuadernadas del libro, papeles sueltos de anotaciones, postales, fotografías, cartas escritas a mano, mapas o artículos fotocopiados. «S. quiere ser una celebración del libro como objeto físico. En este momento de correos electrónicos y mensajes de texto, y todo lo que se mueve en la nube de una manera intangible, este libro es intencionalmente tangible. Queríamos incluir cosas que realmente puedas tener en la mano: postales, fotocopias, páginas de blocs de notas, páginas del periódico escolar o un mapa en una servilleta».
Son palabras, sacadas de una entrevista, del que ha concebido semejante caja-libro que es un misterio en sí mismo, “El barco de Teseo” (traducción de Marcelo E. Mazzanti), que no es otro que el cineasta J. J. Abrams. Sin embargo, su autoría le corresponde al escritor Doug Dorst, un autor desconocido probablemente para el público español; se trata de un narrador que enseña Escritura Creativa en la Universidad Estatal de Texas-San Marcos y que ya ha firmado dos libros de narrativa. Abrams, por su parte, debe su fama a su prolífica carrera y a haber dirigido o producido grandes éxitos de taquilla: películas pertenecientes a las series de “Misión imposible” y “Star Wars”, por ejemplo, o productos televisivos tan celebrados como “Perdidos”.
En realidad, todo empezó con un vídeo que Abrams lanzó a las redes sociales en agosto de 2013, desde su productora, Bad Robot Productions, en blanco y negro, y titulado “Stranger”, de contenido tenebroso; mostraba a un hombre en una playa en una situación inquietante: atado con una cuerda e intentándose ponerse en pie. En el vídeo aparecía otro hombre con la boca cosida y terminaba con una frase, “Soon he will know” (“Pronto se sabrá”), sin que se añadiera más información. Al final, tal cosa acabó por verse como una iniciativa promocional de este libro, a modo de avance visual, que vio la luz en el mes de octubre. Y ahora, justamente, diez años después la editorial Duomo lo edita bellamente.
Autoría ficticia
El autor “verdadero”, en todo caso, sería V. M. Straka, que habría publicado su libro en 1949 en un sello editorial de Nueva York; no es sólo esto lo único misterioso, pues la novela –presentada como si estuviera en préstamo tras conseguirla en una biblioteca de una escuela de secundaria– constituiría una historia dentro de otra historia, dado que por un lado está la narración “El barco de Teseo” y, por el otro, las notas manuscritas en los márgenes del libro, obra de dos estudiantes universitarios, Eric y Jen, que desean descubrir la identidad del autor. Empieza con un prólogo de su supuesto traductor, F. X. Caldeira, que presenta a este Straka, que desapareció de manera incierta tras escribir casi veinte novelas y al que le rodean innumerables teorías conspiratorias, en torno al mundo del crimen y el espionaje.
Ambos jóvenes usan el libro para intercambiarse información y, en las páginas previas, Caldeira cuenta de Straka –acaso de origen checo– multitud de detalles personales, haciendo de todo este enredo metaliterario, como si fueran los heterónimos de Fernando Pessoa, cada uno de ellos con su meticulosa biografía ficticia, un curioso divertimiento. Es el viejo recurso del manuscrito hallado encuentra accidentalmente y cuyos lectores quedan hipnotizados por lo que se cuenta: cómo un hombre sin pasado, trasunto del que protagonizaba el vídeo promocional, es secuestrado y llevado a un barco lleno de elementos siniestros, momento que empieza para él un extrañísimo y peligroso viaje. Eric y Jennifer asumirían, entonces, el papel de detectives librescos, para dilucidar qué enigmas se esconden detrás de la novela y de su creador.
Abrams dice que se le ocurrió la idea para este libro cuando estaba en el aeropuerto y vio una novela de bolsillo en un banco. Entonces la cogió y vio que dentro alguien había escrito: “A quien encuentre este libro, léalo, llévelo a algún lugar y déjelo para que otra persona lo encuentre”. Al director le resultó algo simpático y eso le recordó cómo en la universidad sus compañeros dejaban en los márgenes de los libros que habían sacado prestados de la biblioteca. De tal modo que pensó que podía confeccionar un libro que estuviera completamente anotado. En este sentido, le sirvió de inspiración el escritor británico Dennis Wheatley, cuyos libros están llenos de fotografías rotas y pequeños sobres, cartas encontradas y hasta mechones de pelo. Lo siguiente fue buscar a alguien con quien colaborar en el proyecto, y ahí surgió Dorst, hasta diseñar un volumen como este, asombroso a la vista y, en efecto, único en su especie.
Publicado en La Razón, 14-XI-2023