miércoles, 17 de abril de 2024

Entrevista capotiana a Annia Galano

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Annia Galano.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El amor. Desde el amor existe siempre lo posible, una ventana de esperanza para soñar y crecer al mismo tiempo, olvidarnos del yo en favor de un semejante. Solo el amor convierte en milagro el barro.

¿Prefiere los animales a la gente? No entiendo la distinción. Somos tan animales como el resto, una especie más, un pedacito del todo. Prefiero la vida, en cualquier forma.

¿Es usted cruel? No lo creo, pero habrá que preguntarle a los que seguramente herí sin proponérmelo. Quiero decir que no soy intencionalmente cruel, me horroriza imaginar que pueda serlo.

¿Tiene muchos amigos? Tengo buenos amigos, creo que la amistad es de esas cosas donde calidad pesa más que cantidad.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Bondad, honestidad, la capacidad de no juzgar. También el intercambio lúcido, incisivo.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No. La verdadera amistad nunca decepciona.

¿Es usted una persona sincera? Soy una persona esencialmente callada. Si me hacen una pregunta directa, soy sincera, pero suelo silenciar las verdades espontáneas, sobre todo cuando pueden ser hirientes.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? En el mar, con un libro y, de ser posible, en buena compañía.

¿Qué le da más miedo? Miedos tengo muchos. Morir ahogada, quedarme ciega. También temo a las alturas, reales y metafóricas. Trabajo en superar el miedo a las reales. Las otras son terribles, cuando se mira desde arriba se pierden perspectiva y corazón.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La crueldad y la violencia.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? No soy escritora; remedando a Eduardo Goldman, soy una mujer que escribe. Dicho esto, creo que vivir y crear deberían ser sinónimos. No imagino una alternativa que no incluya la creación. Sin embargo, debo confesar que yo no decidí escribir. Es urgencia, bálsamo, la catarsis cotidiana que más o menos me sostiene la cordura.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Camino.

¿Sabe cocinar? Me encanta cocinar. Dicen que eso nos pasa a los químicos teóricos, compensamos la falta de laboratorio en la cocina. Me parece una actividad relajante y, como si eso fuera poco, da placer a otros, al menos cuando queda buena la comida.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? El mago Asdrúbal, de La eternidad por fin comienza un lunes. Lo imagino alter ego de Lichi (Eliseo Alberto), con su corazón de terciopelo rojo habitado por una bailarina que vuela sobre los lagos de Irlanda como un cisne negro.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Tolerancia.

¿Y la más peligrosa? Yo. Esa palabra pequeñita aísla, tiende al pedestal, a la soberbia. Desde su trampa se pierden la humanidad y la empatía.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Encuentro detestable cualquier acto de violencia.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? No me gusta la política, suele ir de la mano de la falsía, el fanatismo. Nos separa. Paz, esa es mi única política.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Una mejor persona.

¿Cuáles son sus vicios principales? Fumar, procrastinar tareas aburridas, la tristeza.

¿Y sus virtudes? No juzgo, nunca.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Mi padre. Sentado en el portal de la casa de mi infancia con sus ojos negros sonrientes, bromeando. Solía decir soy como un huevo podrido, no me hundo. Y en realidad no se hundía. Aunque lo empujaran hasta el fondo, volvía a flotar. Esto es literal, aunque podría ser igualmente metafórico. Así que nos imaginaría juntos hasta aliviarme los terrores.

T. M.