miércoles, 1 de mayo de 2024

Entrevista capotiana a Ana María Ramos

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ana María Ramos.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Cerraría los ojos. Allá dentro cambia el paisaje constantemente. Mi ánimo sería libre del entorno. El entorno dependería de mí, serviría de marco al animal mutante que soy. Podría volar, por ejemplo. Subir río arriba con aletas de salmón. Regenerarme como un ajolote. O estarme quieto y que me nazcan flores. La imaginación es tremendamente reconfortante. Pero si me hablas de un lugar fuera de ese universo íntimo, elegiría México. Volvería a México. Creo que en otra vida fui de allá. De Xochimilco, para ser exacto. Antes de conocer su laberinto de agua pensaba que había sido en Venecia. Pero ahora estoy absolutamente convencido de que fue en Xochimilco que disfruté profundamente estar vivo por primera vez.  Allí todo me resulta familiar. Como casa materna.

¿Prefiere los animales a la gente? No. Soy un guerrero. En su mayoría, los animales tienen pocas necesidades. Si no los invades, o los molestas, te ignoran. Son tiernos o indiferentes. Solo atacan por necesidad, para defenderse o para comer. La gente es todo un reto. Al hombre lo anima su intelecto, y no existe nada menos previsible ni más entretenido. No existe nada más peligroso y apasionante que lo inesperado.

¿Es usted cruel? Sí. Con los que amo. No soporto que se equivoquen en su contra, ni en la mía. Así que no edulcoro los regaños. Al pan, pan. Y al vino, vino. Y conmigo mismo. Soy mi eterno preterido en el plano emocional. Puedo hacer sacrificios enormes para que otros se sientan a gusto, excepto en el sexo.  En lides horizontales se me escapa otro yo. Ese apetece masticar, tragar, deglutir. Soy un poseedor irrevocable. Y eso es cruel.

¿Tiene muchos amigos? Muertos y artistas. A estos les perdono casi todo. Los otros, siempre a prueba, hasta que se demuestre lo contrario.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que sean inteligentes en primer lugar. Luego, que sean buenas personas. Y, en tercer lugar, que se sean leales a sí mismos. En ese orden. Una persona puede ser brillante, pero si no es buena, puede convertirse en un genio del mal. Si alguien es inteligente y bueno, pero no se es leal a sí mismo, puede traicionar a cualquiera. Pero si cumple estos tres requisitos, puedes confiar en él.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No pueden. Ya te dije. Son inteligentes, buenos y leales consigo mismos. Están incapacitados para decepcionarme.

¿Es usted una persona sincera? La sinceridad es habitualmente aburrida, triste o peligrosa. Lo soy cuando no canso, cuando no hiero o cuando no pueden herirme con ella. Con mis amigos de verdad siempre lo soy. Como todos están muertos o son artistas, no puedo hacerles daño alguno. Los muertos no se enteran. Los artistas no se cansan de buscar verdades alternativas, la tristeza los inspira, y el peligro que puede esperarse de ellos es que cambien el mundo. Hablo de los verdaderos artistas. Sí, soy esencialmente sincero.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Prefiero tenerlo. Soy un esclavo del tiempo. Tengo tantas cosas por hacer que me duelen los segundos en la carne del alma. Otra cosa sería preguntar qué amo hacer con el tiempo. Amo amar. Es el ejercicio que nos hace humanos. Escribir. Exorcismo necesario. Ver series y películas que me saquen de mi realidad. Son viajes que no me cuestan nada, a otras vidas, a otras diégesis, ficticias o reales, pero posibles. Me seduce lo posible.

¿Qué le da más miedo? El tiempo, precisamente. Su autonomía ontológica. Su ubicuidad vs su inasibilidad. Su carácter irreversible. Nunca vuelve. Ya sé que es una convención y puede que no exista. Considerándolo así debiera cambiar mi respuesta. Diría entonces que lo más temible es el transcurrir impetuoso de mi existencia conciente. ¡Estoy seguro de que va tan aprisa! Pero si se refiere a cosas más tangibles… la cárcel, la ceguera, la sordera, la incapacidad de imaginar. En resumen, la ausencia de la otredad. O la incapacidad de entrar en contacto con ella.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Lo ordinario. No lo cotidiano, sino lo ordinario. La gente que vive para comer, follar y defecar. Los puro-cuerpo. Me escandalizan las vidas que se malgastan sin el más mínimo sentido de lo poético como la realidad más trascendente. Me paso la vida escandalizado, te lo juro.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Habría llevado una vida creativa, otra vez, de alguna manera. No es electivo. Aunque fuese cocinero, piloto o portero de un bar. Es inherente a mi esencia, no a mi oficio. Creo que todo es perfectible. Soy curiosísimo. Me asfixiaría la égida de una sola verdad. Aquel que propone verdades nuevas es un creativo. Y aunque a veces las nuevas verdades me atemorizan y las rechazo, no puedo negarme a la fascinación que me causa hurgar en ellas, fabricarlas y compartirlas.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Pienso. Es agotador.

¿Sabe cocinar? El proceso de la cocción es demasiado largo para disfrute tan breve. Cocino en el papel o en word. A todo le doy candela y le pongo sazón. ¡Y sepa que me gusta comer! Es uno de los grandes placeres. Escribir, que es otra manera de preparar alimentos —para el espíritu—, es más engorroso aún. Pero ese acto culinario es tan involuntario como sudar. No es que me guste o que sepa hacerlo, es que no tengo más remedio.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Al binomio Dr. Henry Jekyll / Sr. Edward Hyde. Me le parezco. Stevenson dibuja la dualidad humana con genialidad. Asumo la alternancia de mis yoes. Aunque no vivo en la época victoriana, donde el hombre se debatía entre las tradiciones y el desarrollo tecnológico incipiente, creo que hasta mi marco contextual tiene puntos de contacto con el del libro. Seguimos cuestionándonos ideales y siendo pesimistas. Nos sigue aterrorizando el homudeus. Clonación, inteligencia artificial... En buen cubano, el mismo perro con diferente collar. La ambientación de hoy es similar a la de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. He buscado siempre mi identidad. Suelen definirse las cosas comparándolas con su contrario. Para alguien transexual, eso está difícil. Recomiendo ver la película de Roben Mamoulian, de 1931. Hay un fotograma genial donde una cosa es el hombre y otra su sombra.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Humanidad.

¿Y la más peligrosa? Paz. En su nombre se han desatado terribles contiendas a niveles de individuo y sociedad.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Me ha bastado ignorarlos.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Apuesto siempre por la palabra. Es el poder más revolucionario, innovador y humano.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? No puedo ser otra cosa que lo que soy. Tendría que vivir otra vida. Y después de hacerlo a lo mejor si me preguntaras esto mismo, respondería otra cosa distinta a lo que respondería hoy. Pero si crean una AI donde pueda construirme un avatar, echarme a un catre y vivenciar sus experiencias, me gustaría ser pansexual. En ese particular tengo limitantes. Solo me atraen las mujeres. Me estoy perdiendo algo, indudablemente.

¿Cuáles son sus vicios principales? Reconstruirme todos los días. Salvarme de mí mismo. Tomar café, fumar y escribir.

¿Y sus virtudes? Saltar a los abismos. Nada me gusta más que mi poca prudencia.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? La imagen de mi abuelo paterno. Una vez me pasó en realidad, porque se me viró el velero. Le pedí auxilio. Se paró en la punta del muelle, se puso la mano a modo de bocina y me gritó: Nada, niña. Nadie va ir a salvarte. Si no nadas, te ahogas.

T. M.