jueves, 18 de julio de 2024

Entrevista capotiana a Adrián Curiel Rivera


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Adrián Curiel Rivera.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Mi propia casa, pero amplificada en forma de castillo. De esa manera, podría transitar desde las alturas sublimes de los aposentos a las oscuridades subterráneas de las mazmorras, conservar mi biblioteca privada, enquistarme en mi esencia humana como una forma de resistencia y lidiar con los fantasmas hasta transformarme yo mismo en uno de ellos.

¿Prefiere los animales a la gente? Los adoro y aborrezco por igual. A la hora de elegir entre ambos ámbitos, como diría Capote, me pasa como con los niños y los ancianos. Son tan perversos o entrañables como cualquier adulto. Si no hubiera más remedio que quedarse con uno solo, me debatiría entre la persona que amo y alguno de los perros de mi infancia.

¿Es usted cruel? Claro, todos lo somos. Tratamos de ocultarlo, de otra manera la convivencia social y familiar sería imposible. Por otra parte, también intento ejercer de vez en cuando las virtudes de la empatía y la compasión.

¿Tiene muchos amigos? Es una pregunta que me hago con recurrencia. En ocasiones, me decepciono de mí mismo, debería de tener más. Y me culpo: algo en mí, alguna soberbia o defecto, lo impide. Otras veces me emociona constatar que, aunque sean pocos, siempre están ahí. Hay que tener en cuenta que los amigos y sus opiniones cambian con el paso del tiempo, como cambia uno mismo, pero el vínculo poderoso (y milagroso) de la amistad opera como una boya salvadora ante la inminencia del naufragio.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Lealtad, discreción, franqueza.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Por supuesto, como yo a ellos. Cuando los veo entregados en cuerpo y alma a las banalidades de la fama, a la urgencia del éxito en sus redes sociales, a la persecución del reconocimiento público a expensas de su dignidad, me digo: lamentable. Y luego me digo también: mírate en ellos, son tu espejo. Me dispongo entonces a perdonarlos, porque sé que algún día tendré que disculparme —si no lo he hecho ya— con ellos quizás exactamente por lo mismo que les reprocho.

¿Es usted una persona sincera? Sí, y eso no es fácil en una sociedad tan alambicada, falsamente cortés e hipócrita (y en el fondo violentísima) como la mexicana, a la que pertenezco. Ahora, una mentira piadosa de vez en cuando a nadie le hace daño.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Cuando no leo por placer y he consumido ya varias horas de trabajo en el día, procuro caminar largas distancias, hacer un poco de jogging o repeticiones con mi propio peso, colgado a una barra que he fijado entre dos paredes de mi casa. La recompensa a ese esfuerzo son un par de cervezas artesanales que me dejan lo suficientemente relajado para ocuparme y disfrutar de lo que sigue: la cena y media botella de vino tinto.

¿Qué le da más miedo? La imbecilidad generalizada, el aborregamiento, la insensatez e ignorancia de nuestro tecnificado mundo neo medieval. Y, siendo más específicos, el karaoke —sobre todo el karaoke—, Bad Bunny y el reguetón.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La clase política mexicana. Salvo contadas excepciones, una runfla de analfabetos funcionales con sueldos millonarios.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Me arrepiento de no haber aprendido a tocar la guitarra. Me habría gustado ser músico, con todas sus letras, aunque de alguna manera esa fascinación musical la compensa mi pareja, Verónica Valerio, una arpista y compositora veracruzana que me pone la piel de gallina con sus canciones. Pero como la pregunta excluye esta posibilidad, debo confesar que soy un abogado que desertó del derecho en aras de la creación literaria. También pude haber sido médico. Tengo buen estómago para la sangre y siempre me ha intrigado el funcionamiento de nuestro organismo.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, como he mencionado en la pregunta relativa al tiempo libre.

¿Sabe cocinar? Me encanta. Al anochecer, cuando la atmósfera es propicia, después de las cervezas y la rutina que he descrito, me gusta preparar la cena para Verónica y para mí.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Pedro el Cruel. La trágica vida de ese rey castellano del siglo XIV es absolutamente novelesca, creo que ofrece una veta literaria todavía poco explorada, pues se habla de él (y tampoco tanto) desde la historiografía. Sin embargo, es un personaje muy poderoso en términos de un trabajo de ficción. Considerado justiciero y paladín de los pobres por algunos, y como un maldito tirano por otros, murió a manos de su hermano Enrique tras una encarnizada guerra civil. Cuando se acercaba a sus enemigos, al rey Pedro le crujía una de sus rodillas. Ese sonido equivalía a una sentencia de muerte.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Me viene a la mente esta: lontananza.

¿Y la más peligrosa? Es una en plural: fundamentalismos.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Muchas. Pero el trabajo civilizatorio de la sociedad —paradójicamente de lo más incivil— ha hecho su efecto en mí. Tengo que conformarme con imaginar que lanzo un ataque de pulso electromagnético, por medio de drones, al vecino que confunde su casa con un estadio y pone a Maluma a todo volumen a las tres de la madrugada. También imagino que después de destrozar sus equipos eléctricos y electrónicos, irrumpo yo en su domicilio con una metralleta.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Odiar a los políticos. Máxime si son políticos mexicanos, un batiburrillo de granujas sin principios ni convicciones, más allá de sus insufribles peroratas y arengas. Comenzando por el Mandamás.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Donjuán mayordomo bien pagado en un yate en Mónaco.

¿Cuáles son sus vicios principales? La neurosis, las cervezas artesanales, el vino tinto, los buenos cortes de carne. Un pesimismo constante rayano en misantropía.

¿Y sus virtudes? La neurosis (cuando se vuelve producción obsesiva), las cervezas artesanales, el vino tinto, los buenos cortes de carne. Un pesimismo rayano en misantropía.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Yo transformado en Alfonsina Storni internándose lentamente en el mar. Una forma nada desdeñable de morir.

T. M.