Qué certezas tenemos realmente de cómo es la gente más próxima en nuestra vida cotidiana, y qué sorpresas puede deparar el hecho de conocerlas con más profundidad. Tal podría ser el fundamento de la narrativa de Laurent Mauvignier (Tours, 1967), del que ahora conocemos su tercera novela en español en la editorial Anagrama, tras haber visto la luz Hombres y Lo que yo llamo olvido.
Este último relato presentaba un acto de violencia extrema a raíz del robo de una lata de cerveza en un supermercado de un centro comercial. Por su parte, Hombres se adentraba, también tomando solamente un lapso de tiempo corto, en los recuerdos de dos exsoldados de la guerra de Argelia en un pueblo de Francia. Así, el libro se convertía en un análisis de la crueldad humana, de la lucha absurda que sólo conduce a la tragedia.
La elección del asunto narrativo, en aquella ocasión, tenía además un tinte muy personal, pues como apuntó en su día Justo Barranco en estas mismas páginas de La Vanguardia , “el padre de Mauvignier luchó 28 meses en Argelia, haciendo su servicio militar. Nunca le habló del conflicto. Y cuando el autor tenía 16 años, su padre se suicidó”.
De este modo, el drama pequeño o familiar se mezcla en la obra del autor francés con acontecimientos que destruyen una sociedad. Ejemplo del primer caso sería su debut, de 1999, Lejos de ellos (Sajalín Editores), una trama intimista en torno a los silencios de una familia que desencadenan una gran turbación; del segundo, Alrededor del mundo (Nocturna), que presentaba el accidente nuclear que asoló Japón en 2011.
Todos estos ingredientes trágicos, en un contexto localista, e impulsados por el misterio, caracterizan la literatura del autor de Historias de la noche , que podríamos considerar un thriller social-rural, tan psicológico como policiaco, podríamos decir, y del que se está preparando su adaptación al cine.
“Es una versión femenina de Una historia de violencia de Cronenberg”, afirmó la productora de la película, Marie-Ange Luciani, lo que tiene todo el sentido por cuanto el autor dijo en una entrevista que la violencia está en el centro de su vida. Y en efecto, lo terrible acabará sucediendo en el pueblo donde una pareja y su hija de diez años –Patrice, su esposa Marion y la niña Ida, que a la vez gusta de pasar tiempo con su vecina, la pintora Christine– se disponen a celebrar el cumpleaños de la madre.
De este modo, cual cuento tradicional de miedo, al llegar la noche suceden ciertos hechos y aparecen ciertos visitantes –tres hermanos, con una sonrisa tenebrosa que no augura nada bueno– que harán que emerja el pasado de la propia Marion, como si esta tuviera que rendir cuentas por algo que ocurrió años atrás.
El enigma está servido, y va aderezado por medio del estilo de Mauvignier, muy proustiano, con largos párrafos y frases subordinadas, que hace del argumento una corriente lectora que fluye magníficamente. Sin embargo, en esta virtud también se pudiera encontrar el hándicap de una novela demasiado extensa, lo que pudiera provocar baches en la intensidad del misterio, pues todo se describe lenta, minuciosamente, en el único día en que transcurre todo.
De todas formas, esta apuesta por un ritmo y un tono muy intencionadamente elegidos constituye un aliciente literario, al usar recursos que serían propios de la novela negra de entretenimiento con una prosa depurada y estilosa. Y es que este escritor se ha distinguido por dominar el arte de la descripción y el diseño de unos personajes que siempre tienen una doble cara, ya sean los miembros de un matrimonio o una señora mayor que en apariencia vive tranquilamente aislada; comoquiera, el hogar se convertirá, de súbito, en un lugar hostil donde el peligro es extremo si el presente encuentra la manera de vengarse de lo que sólo se arrastraba en la memoria.
Publicado en Cultura/s, 13-VII-2024