En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Mayra Montero.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Eso equivale a escoger también el lugar en donde moriría. En Puerto Rico, sin duda. Mi casa está allí hace más de cincuenta años, mi hermosa y desmesurada ceiba, de la que no me gusta separarme mucho tiempo, amigos entrañables y la pasión por analizar el devenir político de la isla.
¿Prefiere
los animales a la gente? No solo los animales, sino también “el
verdor terrible” que diría Labatut, los árboles y hasta las malas hierbas. No
sé de dónde viene esa categoría, todas las hierbas son buenas.
¿Es
usted cruel? A propósito, no. Algunos dirigentes políticos,
de este nuestro particular berenjenal de status, le dirían que sí, que lo soy.
Pero ya sabe usted de la pata que cojean los políticos. Se meten en lo que se
meten y luego, cuando ven que “el gas pela”, resulta que tienen la piel finita.
finita. Si no tienes el cuero duro, dedícate a otra cosa.
¿Tiene
muchos amigos? Los buenos, pocos. Los malos (porque también hay
amigos malos, sin ser precisamente enemigos), ya son un poquito más. Estos
últimos vienen a ser los daños colaterales del ejercicio periodístico. Alguna
gente no sabe disentir sin pelearse.
¿Qué
cualidades busca en sus amigos? En primer lugar, que me oigan.
Y eso es difícil. Casi no tengo confidentes. Mejor dicho, los tengo
fragmentados. A una le cuento las cuitas literarias, a otro las cuitas
periodísticas. Y a casi nadie las cuitas más íntimas.
¿Suelen
decepcionarle sus amigos? Algunas veces, desde luego. Pienso que van a
comprender algo, a solidarizarse con algo, y a la hora de la verdad, aun cuando
se las dan de progresistas o feministas, me salen con estas ideas
decimonónicas, o, lo que es peor, con insufribles dogmas…
¿Es
usted una persona sincera? Tal vez más de la cuenta, lo
que me ha acarreado no pocos problemas.
¿Cómo
prefiere ocupar su tiempo libre? Leer para los escritores no es
tiempo libre, sino aprendizaje, así que lo descarto. Por otro lado, me doy
cuenta de que tengo poco tiempo libre. Lo que sí es sagrado, cada noche, es
meterme a la piscina y hacer una rutina de ejercicios mientras oigo a mi
cantante favorito, Jakob Jósef Orlinski.
¿Qué
le da más miedo? Los accidentes de tránsito, un choque que me
pueda dejar postrada o tonta, más tonta. Por lo demás, cuando falleció mi
marido, pensé que ya nada peor podría ocurrirme. Y lo sostengo.
¿Qué
le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Nada.
Lo que se dice nada. Recuerdo que cuando mi padre murió, tiempo después, le
dije a mi madre, que tenía sesenta, que me iba a parecer muy bien que rehiciera
su vida con otro hombre, con una mujer o con un bombero. Ella fue la
escandalizada.
Si
no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Cuidar
animales en el zoológico. Alimentarlos. Observarlos. Me encanta observar a
los animales, creo que hubiera sido una buena investigadora en ese campo.
¿Practica
algún tipo de ejercicio físico? Los aeróbicos en el agua, de
noche. Me dejan nueva.
¿Sabe
cocinar? Hay tres o cuatro platos que me salen bien. Pero me pone
ansiosa la cocina, siempre estoy pensando que voy a arruinarlo y termino
exhausta.
Si
el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? De hecho, ya escribí
sobre ese personaje. Una vieja estrella del boxeo cubano, ya envejecido, que
creo que padecía lepra, al menos, se había quedado sin nariz. Se encargaba de
hacer los mandados a los vecinos del edificio donde viví de niña. Kid Gavilán
lo había noqueado décadas atrás y, cuando le gritaban “Gavilán te noqueó”,
enloquecía. Sin embargo, cuando estaba de buenas, cantaba muy bien, con una voz
finita, como la de Romeo Santos.
¿Cuál
es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? La esperanza
no depende de una palabra en específico, sino de un momento, ese momento exacto
en que uno es salvado por una simple conjunción de letras.
¿Y
la más peligrosa? La que no se debió pronunciar nunca.
¿Alguna
vez ha querido matar a alguien? Oh, sí… Le contesto con otra
pregunta, ¿acaso usted nunca ha tenido ganas de estrangular a alguien? No se
trata de disparar o empujar por un risco (eso es muy rápido), sino de
estrangular mentalmente al imbécil, que es un ejercicio absolutamente
relajante.
¿Cuáles
son sus tendencias políticas? Detesto las tendencias
políticas. Limitan mucho el pensamiento crítico, nos convierten en borregos.
Creo que, en mis columnas periodísticas se nota eso. Pero a algunos
lectores les perturba el hecho de no poderme encasillar, lo que no quiere
decir que sea una veleta, sino que analizo, y al que le caiga el sayo que se lo
ponga.
Si
pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Pero otra cosa, ¿cosa?
¿U otra cosa de profesión? Lo pensaré. Por ahora no tengo más remedio que ser
lo que soy.
¿Cuáles
son sus vicios principales? Si tomarse un martini de vez en
cuando es un vicio… Me encantan los martinis secos con ginebra. Cuando veo el
palillo con las dos aceitunitas, inevitablemente recuerdo a Sherwood Anderson,
que murió atragantado con el palillo de un martini. Siempre pienso en él y debe
ser un sutil, involuntario homenaje a su genio.
¿Y
sus virtudes? La mayor, mi devoción por los animales, pero
ellos no hablan, no lo podrían confirmar. Soy de perros y gatos, pero también
de reptiles, aves, roedores. Hasta las historias de los dinosaurios muertos en
aquella hecatombe me aprietan el corazón. Debe ser virtud la empatía con esos
seres vulnerables, pues me identifico con su miedo, su indefensión, su
desamparo. Por otro lado, es una virtud dolorosa, que me cuesta llevar.
Imagine
que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían
por la cabeza? Teniendo en cuenta que uno no escoge las
imágenes que en un momento como ese le cruzan por la cabeza, sí espero que sean
acontecimientos de la niñez o la adolescencia que tenía olvidados. Los que me
sé de memoria, me aburrirían muchísimo. Ya que voy a morir, que sea viendo una
película nueva.
T. M.