De un tiempo a esta parte la presencia de la literatura de origen rumano se está haciendo notoria en el ámbito hispánico, en ocasiones en torno a una época en este país marcado por un sistema político que maniobraba por medio de la llamada Securitate. Su trasfondo literario contemporáneo emergió en el 2009 por el premio Nobel otorgado a Herta Müller. Esta, hija de un soldado de la Segunda Guerra Mundial y una madre deportada a un campo de trabajo de la Unión Soviética, tuvo que soportar el régimen comunista de Nicolae Ceaușescu, al que atacó ya desde su primer libro, prohibido y censurado, hasta que, harta del acoso de la policía secreta, decidió exiliarse.
Justo al año siguiente de ese famoso galardón aparecía un libro de otra autora rumana, Gabriela Adameșteanu que Acantilado publicó hace poco con el título de “Vidas provisionales”, que llevaba al diabólico entramado comunista de una escritora que trabajó como editora en los ochenta, muy comprometida con intentar sortear la censura que establecía el régimen de Ceaușescu. No fue hasta diciembre de 1989, después de días de violentas protestas contra este dictador que llevaba más de dos décadas en el poder, que la República Socialista de Rumanía dio un cambio de rumbo político.
Un tiempo en que la existencia más privada era objeto de vigilancia por unos organismos gubernamentales que llevaban a cabo un control férreo de la población, cuando se vivía metido en un sistema represivo y que llevaba a no confiar en nadie. Y es que hasta tu mejor amigo te podría tirar a la Securitate, a cuyos ojos la población siempre era sospechosa de algo. Así las cosas, «nadie podía salir de aquel país en plena Guerra Fría. El pueblo vivía prisionero», dice Sonia Devillers, periodista francesa e hija de inmigrantes rumanos, en el reciente “Los exportados”, relacionado con la trata de seres humanos: judíos que se intercambiaban por animales o dinero. Incluso diría una vez Ceauşescu: «Los judíos y el petróleo son nuestros mejores productos de exportación».
Pues bien, otra autora rumana sale a la palestra al obtener el XX Premio Tusquets Editores de Novela 2024, dotado con 18.000 euros. Se trata de la obra “La casa limón”, de Corina Oproae, que justamente cuenta los años de descomposición del régimen de Ceaușescu desde el punto de vista de una niña. En declaraciones a este diario, la autora, nacida en Transilvania, en 1973, afirmó que padeció la dictadura hasta los 17 años, y que su protagonista en la novela relata la historia de su familia y a través de las calamidades y aberraciones de ste sistema en el que vive; sin embargo, precisamente por la perspectiva infantil que se desarrolla, hay también en medio historias muy tiernas con las que «se reconstruye toda una época».
Miedo y delaciones
Oproae llegó a España en 1997 con una beca de doctorado –se había formado en Filología Inglesa e Hispánica en su país de origen– y al año siguiente se estableció en Cataluña, e incluso poco después adoptó la nacionalidad española. A la pregunta de qué era lo peor de sufrir el régimen rumano, afirma: «Lo más terrible es la falta de libertad y el miedo al que estás enfrentado en una sociedad de estas características. En mi familia había habido un preso político, y en el día a día podías enfrentarte con delaciones; en la novela es diferente, porque se presenta a través de los ojos de una niña, que no hace juicios de valor y todo lo vive de otra forma».
La autora, que ha publicado tres libros de poemas en español y otro en catalán sobre escribir en una lengua que no es la materna, y ha traducido a ambos idiomas a autores rumanos, explica a LA RAZÓN que la obra está compuesta de tres partes: «Una breve y poética del mundo interior de la niña. Otra en que la niña va creciendo y no hay una temporalidad lineal, que tiene cierta fragmentariedad, y una tercera en que ya es una chica de 18 años que entra en la universidad y que alcanza la revolución».
La novela tiene un trasfondo asimismo dramático, familiar, con un padre enfermo y que permanece convaleciente con los tíos de la niña, más bien solitaria al estar su madre trabajando todo el día en un hospital. En este sentido, Oprae prosigue diciendo que sobre todo surge en el texto los familiares o profesores de escuela, alternando la imagen de la vida rural y la urbana, con alusiones, desde luego, a y luego hay alusiones a Ceaușescu y a su mujer. Curiosamente, todo esto de la dictadura «es una tema del que había intentado huir; no quería hablar del comunismo, este mundo lo fui enterrando. Las obsesiones de mi literatura son temas existenciales: la muerte la enfermedad, la ausencia…. Hablo de ello en mi poesía. “La casa limón” es un libro que se nutre de mi infancia, pese a ser ficción, y sólo había hablado de la dictadura en mis poemas de forma velada. Pero llegó el momento de que saliera este asunto en mi narrativa».
Publicado en La Razón, 20-IX-2024