lunes, 9 de diciembre de 2024

Entrevista capotiana a Matías Miguel Clemente

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Matías Miguel Clemente.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Si imaginamos que es posible diría que dentro del jersey de mi mujer, pero al no serlo, viviría siempre en Turín. Es una ciudad que se asemeja a una casa. Sus plazas, sus soportales, sus mercados, hacen que uno pasee por esa ciudad como si paseara por un enorme palacio en el que viven miles de personas.

¿Prefiere los animales a la gente? No. Digamos que la “gente” es mi animal preferido, tomado como ente colectivo. Me gustan mucho los animales, pero soy un filántropo recalcitrante. A veces el mutismo, la prudencia de los animales o su aceptación de las cosas me ganan, pero el animal que más me gusta es el colectivo gente. Me doy cuenta de esto cuando, en manifestaciones, en conciertos, en festejos, celebraciones, una exhibición de baile, un partido, se me pone un nudo en la garganta.  

¿Es usted cruel? Para nada, la crueldad la dejo para mí. En ese sentido lo que soy es egoísta. 

¿Tiene muchos amigos? Es difícil de decir. Ezra Pound decía que sus amigos son su cultura. Yo tengo unos amigos que me enriquecen, que me dan mucha vitalidad, que podrían conformar mi “cultura”, hablando en grandes términos, pero no son muchos los que además de eso, tienen la capacidad de saber bailar con tus filias y fobias como una pareja a la que no se le va a exigir nada, ni siquiera lealtad.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Complicidad, empatía y entrega. Creo que al final es lo que cualquier persona busca en una amistad.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? ¡Claro! Las expectativas en la amistad son casi más altas que en el amor. En el amor hay unos compromisos adquiridos sin los que no funcionaría una relación, pero una amistad parte de la absoluta libertad de elección, en los sentimientos y en las acciones, por tanto ¿cómo no nos van a decepcionar? Pero esas decepciones conforman la aceptación del otro, esa es la base de la amistad. Otra cosa es la traición, pero eso es otra historia.

¿Es usted una persona sincera? Sí, bueno no... No demasiado, lo que no significa que sea hipócrita. La sinceridad está sobrevalorada y además se confunde con la imprudencia y la indiscreción. Soy muy pudoroso a la hora de decir lo que pienso. No me gusta demasiado herir a la gente. Quizá me he rodeado de demasiada gente imprudente o bocazas y eso me ha podido hacer ser sincero solo si me piden serlo, o se trata de una cuestión vital.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Pues sobre todo leyendo, pero a veces es muy difícil encontrar el estado y el lugar preciso, así que me gusta mucho sentarme en cualquier cafetería a ver pasar el mundo, un poco a lo flâneur pero vago.

¿Qué le da más miedo? No reconocerme, en lo actitudinal y en lo físico. Me da miedo mirarme al espejo y ver a otra persona que no piensa como pienso, que traiciona todo aquello a lo que ha ofrecido lealtad, y no reconocerme en las arrugas  y en el cansancio.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La falta de compasión, la impiedad. Es algo que experimento físicamente. Cualquier situación en la que veo falta de piedad o abuso hace que me tiemblen las piernas y pierdo un poco el sentido de realidad. No lo asumo bien.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Hace tanto de eso que ya no recuerdo muy bien qué me habría gustado hacer. La necesidad de la creación lo ha fagocitado todo. Esto es muy absorbente. Recuerdo que de adolescente quería arreglar bicicletas. Arreglar cosas siempre se me ha dado bien. Ahora casi todo lo que hago está relacionado de alguna manera con la creación, ya sea de modo pasivo o activo. Quizá lo único que se pueda alejar un poco sea cuidar de unos bonsáis que tengo desde hace años. 

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Salgo a correr de vez en cuando.

¿Sabe cocinar? Sí. Me encanta, y vivir muchos años en Italia hizo que aquello que era un hobby se convirtiera en una religión, en un acto litúrgico. No lo hago tanto como desearía, pero cuando lo hago soy muy maniático.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Travis, de la película Paris-Texas. Hay ternura en todo su ser.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Gracias.

¿Y la más peligrosa? Cualquier verbo en modo imperativo pululando en ciertos contextos.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, nunca. Sí he querido que algunos pudieran experimentar, durante un buen rato, lo que sucede en la piel de otros, de aquellos que tienen que vivir al límite de sus fuerzas, de su ánimo o de su existencia; se lo deseo a aporofóbicos, xenófobos, etc.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Habito un espacio en el que se ven luces encendidas de varias ventanas, en todas ellas se habla el mismo idioma, el de la tolerancia, el respeto al diferente, el de la valentía y el riesgo que supone romper ciertas barreras. Creo que para avanzar en una dirección positiva hay que creer en el progreso, en la unión de los que menos poseen y en la fuerza del diálogo.  

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Escultor o músico.

¿Cuáles son sus vicios principales? Soy muy caprichoso con los libros, y muy impaciente. Por eso empecé con el mundo del bonsái hace tiempo. Me ha hecho calmar mis vicios.

¿Y sus virtudes? Creo que sé escuchar, y dicen que soy muy leal.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Cualquiera en la que estoy riendo con mi mujer y mis hijos.

T. M.