Tal vez la mejor fuente para conocer a Iván Turguénev sean los diarios de Lev Tolstói, siquiera porque en ellos asoman detalles tan pequeños como significativos de la vida y obra del escritor nacido en Orel, en 1818, y muerto en una localidad cercana a París en 1883. En su juventud, por ejemplo, Tolstói, en medio de una existencia por completo disoluta, anterior a volcarse por entero a la literatura, iba apuntando sus lecturas: Dickens, Goethe, Thackeray… y ahí aparecía su compatriota, con el que vivió una estrecha pero difícil amistad. Tal cosa se va percibiendo en algunos momentos de esos diarios, a lo largo de una relación de afecto y admiración pero también de enfrentamientos dialécticos. En todo caso, Turguénev se encontraba siempre presente para el autor de Guerra y paz , que siempre estaba atento a las novedades literarias de sus coetáneos, sobre las que opinaba en esas mismas páginas personales o a través de su correspondencia.
En el caso que nos ocupa, al comentar una obra de Fiódor Dostoievski, dijo que la narrativa de este escritor, por el hecho de explorar lo más ruin de los demás y de sí mismo en unas obras llenas de tormentos, desarrolló una literatura “imperfecta”; lo decía, justamente, para contrastar esta literatura con la de Turguénev, que no cometía “errores”, afirmaba. Signifique esto lo que signifique, ahora el lector puede redescubrir al Turguénev de más corto aliento, diferente al de sus novelas: Rudin , con la que debutó en 1856, o sus más conocidas, Primer amor, Padres e hijos o Humo . Nos referimos a una serie de textos reunidos en Poemas en prosa, sobre los que el propio narrador advirtió en una nota inicial: “Léelos a tu aire, desordenadamente, uno hoy y otro mañana, y tal vez algunos de ellos deje huella en tu espíritu”.
El libro cuenta con una breve introducción de Andreu Sitjà, que destaca que “uno de los logros de Turguénev [se transcribe también así su nombre] radica en su capacidad por convertir el campo ruso y la vida de provincia en el topos de su obra”. Así, vemos tal cosa reflejada en estas prosas poéticas, caso del texto La aldea , en torno a la vida campestre, o Diálogo , donde Turguénev concibe fantasiosamente el diálogo entre dos montañas, o El fin del mundo , que expresa la preocupación de que el ser humano pierda el debido respeto a la naturaleza.
En algunas ocasiones, son piezas brevísimas, como Aplastado por la rueda , en que se compara el gemido humano con el murmullo de un arroyo; o El amor , apenas seis líneas, que cuestiona el enamoramiento. Igualmente ocurre con el aún más breve Prorrumpiste en llanto… , sobre el lamento humano que se da entre dos personas que simpatizan recíprocamente. O este otro, “La sencillez”, que serviría como mensaje de vida tanto como arte poética a efectos de la escritura literaria: “¡ Oh, sencillez! Te llaman santa… Pero la santidad no es cosa humana. La humildad sí lo es: triunfa sobre la soberbia, la vence. Pero no olvides esto: el sentimiento de triunfo cobija también la soberbia”.
Publicado en Cultura/s, 2-XI-2024