En el año 2000, desaparecía a los noventa y cuatro años Anthony Powell, que mantuvo durante toda su vida una increíble persistencia narrativa con la que recreó la realidad social de su tiempo de un modo torrencial; lo hizo a lo largo de una obra de dimensiones enormes por medio de cuatro trilogías, «Una danza para la música del tiempo», en que su protagonista, el escritor Nicholas Jenkins, nos transportaba por las cuatro estaciones de su vida y del entorno en el que se movía durante más de medio siglo. Así, los cientos de personajes que se daban cita nutrían un río lleno de afluentes que glosaban todos los aspectos laborales, ociosos y trascendentales de la condición humana, como si Powell hubiera colocado un espejo en el camino, en el hogar y en el pasado de una multitud de hombres y mujeres para formar con ello una crónica de la moral y las costumbres de la clase media inglesa.
Tanto se valoró su obra que, cuando ya llevaba tres volúmenes, recibió el premio de literatura 2022 del Consejo Nórdico, que se otorga desde 1962 a una obra de ficción escrita en una de las lenguas nórdicas). Se trata de todo un proyecto de siete entregas (ya se han publicado cinco) que aúna literatura fantástica y reflexión filosófica alrededor de su protagonista, Tara Selter, que, como le ocurría al personaje que encarnaba Bill Murray en la película «Atrapado en el tiempo», vive una y otra vez un mismo día de otoño. Este personaje, junto con su marido, Thomas, se dedica a la venta de libros antiguos en Clairon-sous-Bois –están especializados en libros ilustrados del siglo XVIII– y, de repente, en un momento dado el transcurrir del tiempo sufrirá una dislocación.
Atrapada en el tiempo
De este modo, el día 18 de noviembre Tara viaja a Burdeos para asistir a una subasta y acaba alojándose en París. Al despertar, continúa siendo el mismo día, pero sólo para ella; sólo los demás irán envejeciendo, sólo ella se irá reduciendo a una soledad angustiosa en medio de ninguna parte temporalmente hablando. Semejante relato ha recibido un sinfín de parabienes por parte de colegas nórdicos, como Knausgård, quien afirmó: «Las mejores novelas abren espacios. Solvej Balle ha abierto un espacio en el tiempo, y es absoluta, absolutamente increíble. Un libro fantástico». Y todo por buscar una forma de verbalizar literariamente la rutina, el estatismo, con la profunda carga existencial que confiere tal cosa en lo que tiene de preocupación por el presente mismo. Es, pues, una novela de lo que se da en llamar «ficción especulativa», que contrasta lo cotidiano, con sus pequeños problemas, con una situación de dimensión temporal extremadamente compleja.
Tara entonces navega, por así decirlo, en un bucle, sin que quede explícito que se ha vuelto loca, por ejemplo, ni arrastra ningún tipo de alucinaciones; es más, todo está presentado de forma harto racional, por cuanto el personaje insiste en que hay que darse cuenta de que la conciencia del mundo descansa sobre una base incierta. «No he encontrado la forma de salir del dieciocho de noviembre, pero sí he hallado caminos y senderos a través del día, angostos pasadizos y túneles por lo que puedo circular. No puedo escapar, pero he encontrado el modo de entrar», dice la protagonista, hacia la mitad de la obra, en su perpetuo «día de la marmota». Porque si somos, en esencia, tiempo, al extraernos este componente, ¿qué queda?, parece sugerirnos Balle, que ha tomado claros riesgos a la hora de abordar su escritura, más allá de que le haya salido gloriosamente bien habida cuenta de los reconocimientos que está teniendo. Ya sólo por este aspecto de búsqueda de nuevos discursos narrativos que se encaminen a experimentos —lo cual a la vez puede llevar al lector a cierto tedio por su registro monótono—, ya merece la pena tener en cuenta a esta autora cuyo personaje ya estrella estará por siempre atrapado en el tiempo.
Publicado en La Razón, 2-XI-2024