sábado, 22 de febrero de 2025

Entrevista capotiana a Carlos Frühbeck Moreno

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Carlos Frühbeck Moreno.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? La Umbría rural, donde ya vivo, no es una mala opción. Si no, una isla griega, claro. ¿Quién no querría vivir en una isla griega?

¿Prefiere los animales a la gente? Mis gatos son encantadores, aunque es difícil mantener una conversación larga con ellos. En cualquier caso, consideradas exclusivamente como objeto de estudio, las personas resultan insuperables.

¿Es usted cruel? Creo que bastante. Luego, para justificarme, me digo que no me quedaba otra, que me tenía que defender. Por otra parte, en el libro se repite de forma obsesiva que la literatura es una forma de crueldad.

¿Tiene muchos amigos? No, muy pocos y de toda la vida. Llevo más de veinte años en Italia y aquí solo considero como tales a un par de personas.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Para empezar, un amigo es quien está a tu lado sin juzgarte. La honestidad –sobre todo con uno mismo– tampoco es mala cosa. Ah, se me olvidaba: por encima de todo, el talento en la cocina para las cenas de los sábados.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Los de verdad, hasta ahora, muy pocas veces o nunca. A un amigo se le perdona casi todo. En lo que se refiere al resto, la decepción, con todas sus miserias, está a la orden del día; sin embargo, no es un problema: somos humanos y cada cual barre para casa como puede.

¿Es usted una persona sincera? Me considero escritor; si fuera sincero, me tendría que dedicar a otra cosa. Por otra parte, creo que lo más importante no es si lo que cuentas es verdad o no, sino cómo lo cuentas.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Lectura, lectura, lectura, o no hacer nada.

¿Qué le da más miedo? Una soledad que constituya un fin en sí misma. La crueldad mecánica de las instituciones. Que una hermosa aventura –una aventura puede durar muchos años– se revele en última instancia como un espejismo. Observarme con atención también puede resultar motivo de terror y, sobre todo, de perplejidad.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Una de las pocas cosas en las que el catolicismo tiene razón reside en que nosotros mismos tenemos que ser el primer objeto de escándalo. Ahora bien, en mi caso, los criterios cambian mucho. Por otra parte, si te dedicas a la escritura, soltar sapos y culebras sobre el mundo desde una cómoda –y falsa– situación de superioridad moral es simplemente estafarte a ti mismo y a los demás.  

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? No me imagino a mí mismo sin la dimensión creativa. Cuando me lo pregunto, sí que me digo que mi vida hubiera sido mucho más sencilla. Sin embargo, hubiera perdido interés. Más no te sé decir.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? De joven, nada. Durante los últimos años, he salido a correr con bastante regularidad. Ahora estoy volviendo a ponerme en forma, después de una larga temporada tumbado en el sofá con el libro abierto. Lo malo de la edad es que, cuando llegas a un cierto punto, tienes que hacer deporte sí o sí.

¿Sabe cocinar? La cocina romana y sus aledaños –carbonara, amatriciana, gricia, norcina, ecc.– no se me da mal. También creo que me defiendo bien con la barbacoa y el horno. Ahora bien, mis pinitos creativos en este campo son motivo recurrente de agrias discusiones en familia.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Aristide Rougon, el protagonista de La carnaza y El dinero, de Zola. Una juerga con ese tío en el París del Segundo Imperio tiene que ser la bomba.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Mira, como investigador, yo trabajo –hago lo que puedo– en el campo de la pragmática. Su mejor aportación reside en afirmar que los significados de las palabras cambian cada vez que se pronuncian en un contexto diferente. En otras palabras, no se trata de que una palabra esté llena de esperanza a priori; más bien, es que adquiere esa característica cuando la dices en un cierto momento de tu vida. Sin embargo, esta es una historia larga, que, por ahora, prefiero no contar. Sobre todo, para no aburrir a tus lectores.

¿Y la más peligrosa? Aquí no tengo dudas: Estado, con e mayúscula.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí, y para evitar tener problemas con las fuerzas del orden, prefiero dedicarme a la escritura de ficción.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? La locomotiva, de Guccini, sin choques de trenes. A pesar de ello, como bien observa Claudia, mi mujer, vengo de una formación religiosa y muy conservadora y, por mucho que reniegue, de vez en cuando, pues se me ve la oreja. En cualquier caso, ahora la política no es diálogo, sino espectáculo de circo.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Inmortal, para morir después (aquí tendría que aparecer ahora un emoticono o algo así). No, en serio, tengo poca experiencia en esto de las metamorfosis. Aunque ser yo a veces es complicadillo, por ahora, no me planteo otras opciones. O, sí: un indio piel roja, venga, como el del poema de Leopoldo María Panero.

¿Cuáles son sus vicios principales? Si atas cabos después de leer la novela, te puedes hacer una idea.

¿Y sus virtudes? Como ya he dicho, cocinar la amatriciana siguiendo escrupulosamente la receta que aparece en el sitio web del ayuntamiento de Amatrice. Es patrimonio inmaterial de la humanidad y toca ser cuidadoso.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Me gustaría que fueran imágenes de mi familia, sin duda. Ahora bien, cuando llegue el momento de cambiar de barrio, no creo que tenga posibilidad de elegir qué proyectarán en ese cine.

T. M.