En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Miguel Ángel Vázquez.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás
de él, ¿cuál elegiría? Prácticamente seguro que no
en un piso del centro de Madrid. Por una cuestión de fatalidad inmobiliaria y
por una cuestión de salud mental. ¿Quién querría vivir para siempre en un parque temático para
turistas? Elegiría, tal vez, el planeta Tierra, que en tanto que respuesta a la
pregunta puede resultar tramposo pero en tanto que realidad cósmica no deja de
ser una cosa muy pequeñita y muy concreta. Una nada. Una nada hermosa.
Renuncio, pues, a mis aspiraciones lunares y las aspiraciones de los
turbomillonarios chiflados de llegar a Marte.
¿Prefiere los animales a la gente? Pues
depende del animal y depende de la gente. ¿Prefiero un tigre furioso a un tipo
muy pesado? Pues mire, no. ¿Un tigre furioso a Donald Trump? Pues mire, no sé. En
cualquier caso, la gente somos animales, maldita sea. Solo somos mamíferos que
nos hemos venido arriba en los últimos años de evolución con respecto a
nuestros vecinos. Mamíferos de traje. Mamíferos de vacaciones en Tailandia. Mamíferos
agobiados por no llegar a fin de mes. Mamíferos.
¿Es usted cruel? Solo conmigo. Ahí sí. Ahí no
tengo filtro. Me despacho bien a gusto conmigo. Menudo soy yo conmigo.
¿Tiene muchos amigos? ¿Quién en su sano juicio
querría tener muchos amigos? Que tremenda ansiedad lo del “yo quiero tener un
millón de amigos”. En serio que la gente no piensa lo que dice. Imagine ese
whatsApp. Un millón de amigos… ¿Cuántos grupos de whatsApp son eso? ¿Cuántas
notas de voz, por Dios? No, no tengo muchos amigos. Tengo justo a los que
quiero. Y son suficientes para llenarlo todo.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Me he
dado cuenta con los años que necesito admirarles. Vivir en la tensión sana del
constante hallazgo, el constante deslumbramiento, el ingenio puesto en juego.
Eso y cariño, elevadas dosis de ternura. Si no, de qué.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Eso
nunca es un problema de los amigos sino de las expectativas. Mis amigos, mis
amigas, no me decepcionan.
¿Es usted una persona sincera? Ya se ha
dicho. Soy Poeta.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Muy
buena esa.
¿Qué le da más miedo? Convertirme en una persona
amargada, triste y sin esperanza.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? El
genocidio que el Estado de Israel está cometiendo con el pueblo palestino. Las
muertes de migrantes en el Mediterráneo. El avance de la ultraderecha entre los
jóvenes.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Ser carpintero. O portero de
finca. O pastor protestante en una iglesia doméstica.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Tengo
dos hijos de cuatro y dos años. Sí. Constantemente.
¿Sabe cocinar? Mi padre fue cocinero en una
taberna durante los años de mi primera infancia. Para los parroquianos del
barrio que aún viven soy “Angelito”, el hijo del tabernero, ese niño que se
paseaba entre las mesas, se quedaba fascinado ante las luces del pinball y comía
las rodajas de limón que le ofrecía su tío Miguel desde la barra. Desde
entonces cocinar es una suerte de reencuentro con la raíz que no encuentro por
ningún lado. Una vez gané a mi madre en un concurso familiar de guisos caseros.
Ella dirá que no, que fue un empate. Pero.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de
esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Creo que
disfrutaría mucho escribiendo sobre Paul Lafargue. Un revolucionario cubano que
acaba casado con una hija de Karl Marx el cual, mientras su suegro reflexiona
sobre el potencial de la clase trabajadora, escribe, publica y difunde el ‘Derecho
a la pereza’. Tremendo mito. Fascinantes cenas de Nochebuena.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Hijo, hija.
¿Y la más peligrosa? Patria.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Ni a
usted como entrevistador, ni a su blog, ni a mi inesperada carrera literaria
nos interesa que me ponga a hablar ahora de la posible eficacia de magnicidios
estratégicos por el clima ante la década decisiva para el planeta.
Ecoterrorismo, dirán algunos. Resistencia frente al ecocidio, podrían decir
otros. Aprovecho, eso sí, para saludar al CNI, que nos estará leyendo. Ahora
pienso: si mi respuesta hubiera entrado en algún lugar común (“a un jefe que
tuve”), ¿impactaría menos? ¿Sería menos grave? ¿Más “simpático”? Vidas. Al
final son vidas. Con todo, igual la respuesta correcta (oportuna) (cierta) es
no.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Tiendo a
meterme en proyectos políticos que terminan por cortarme la cabeza.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un ave
migratoria.
¿Cuáles son sus vicios principales? Divagar
hasta altas horas de la madrugada y diseñar planes, ideas, proyectos que nunca
llegan a ejecutarse.
¿Y sus virtudes? Divagar hasta altas horas de
la madrugada y diseñar planes, ideas, proyectos que nunca llegan a ejecutarse.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Creo que
me haría gracia verme tratando de derribar muros con flores.
T. M.