sábado, 12 de julio de 2025

Entrevista capotiana a Antonio J. Aguirre

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Antonio J. Aguirre. 

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una casita blanca a pie de playa, con vistas al mar y el sonido de las olas de fondo. Que huela a sal y a calma. Y ya que no se puede salir, que al menos no falten el café caliente, la buena compañía de mi familia, libros hasta el techo y un WiFi potente. Nada de castigos innecesarios: que la reclusión, al menos, tenga banda sonora de olas y conexión con el mundo (y con los míos).

¿Prefiere los animales a la gente? Soy más de gente… aunque depende del día y, sobre todo, de la gente. Los animales no fallan: no juzgan, no traicionan y siempre están ahí para darte cariño sin pedir nada a cambio. A veces, hasta dan lecciones de humanidad.

¿Es usted cruel? Cruel, lo justo. Solo con los personajes que lo merecen… y con alguno que se cruza por la página equivocada. En la vida real intento ser justo, soy más de ironía y cuchillo literario que de maldad gratuita. Pero si me caes muy mal, cuidado: igual acabas en una novela… y no salgas bien parado. Avisado quedas.

¿Tiene muchos amigos? No. Tengo pocos, pero son de los de verdad. De los que llevan ahí toda la vida, los que no fallan, aunque pasen los años o cambien las circunstancias. Mis amigos saben que si me necesitan, estoy. Siempre. No me gusta hacer ruido, pero cuando quiero a alguien, lo hago para siempre.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? La autenticidad, sin duda. No me interesan las apariencias ni las versiones editadas. Me quedo con la gente que es como es, sin filtros, y que no necesita fingir para encajar. Y el humor, claro. Reírse juntos es una forma de cuidarse, y a veces, de sobrevivir.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? La verdad es que no. Supongo que porque los elijo bien… o porque soy de los que prefieren comprender antes que juzgar. Todos tenemos días malos, errores, silencios. Pero cuando alguien forma parte de los míos, tiene margen para casi todo.

¿Es usted una persona sincera? Sí, trato de serlo siempre. Aunque con los años he aprendido a medir mejor las palabras, a no soltar verdades como piedras. La sinceridad no está reñida con el cariño, y el respeto es algo que la otra persona merece, incluso cuando hay que decirle algo difícil. No se trata de callar, sino de saber cómo decirlo.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Haciendo deporte, leyendo, escribiendo, viajando a cualquier parte del mundo o simplemente estando con los míos. Me gusta la calma de lo cotidiano, el silencio bien compartido y desconectar sin prisa. Y, por supuesto, también me gusta prepararme una copa de vino por la noche, poner Netflix… y convencerme de que veré un capítulo. Aunque la verdad es que, entre sorbo y sorbo, el sueño me vence y lo acabo viendo en dos noches. La intención estaba.

¿Qué le da más miedo? La verdad es que intento vivir sin miedos. No me gusta preocuparme por lo que aún no ha pasado, prefiero ocuparme cuando llega el momento. Pero si hay algo que me quita el sueño, es la seguridad y el bienestar de mis hijos. Ellos son mi único miedo real, porque todo lo demás, de una forma u otra, se puede afrontar.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? A estas alturas, pocas cosas me escandalizan… aunque reconozco que me cuesta no fruncir el ceño con la doble moral o con ciertos discursos que se llenan la boca de causas justas mientras hacen justo lo contrario. Pero yo no me meto en charcos… salvo que lleve botas de agua y esté dispuesto a salpicar.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Probablemente lo que ya hago: trabajar en sanidad, que es mi otra gran vocación… aunque confieso que muchas veces, viendo cómo nos trata el SAS, me pregunto por qué no hice magisterio de educación física. Chándal, recreo, partidos de balón prisionero… y menos timbres a las cuatro de la mañana. Pero no, me dio por cuidar pacientes y escribir libros. Qué cruz la mía.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, claro. Hago crossfit, juego al fútbol y corro… mucho. Normalmente porque mis hijos tienen más energía que una central eléctrica. Digamos que tengo dos entrenadores personales de menos de metro y medio que no dan tregua ni en domingo.

¿Sabe cocinar? Sí, cocino, y lo que hago suele salir bastante rico, la verdad. No lo hago por afición, sino más bien por obligación… pero le pongo ganas, mimo y algún que otro toque creativo. Ahora, si me das a elegir, prefiero salir a tomar algo y no meterme en la cocina. Porque entre fogones y terraza, yo siempre elijo la mesa con vistas.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A mi padre, sin pensarlo. Porque, incluso cuando ya no está, sigue enseñándome cosas. Por su forma de mirar la vida, de enfrentarse a las dificultades con calma y principios. Por cómo cuidaba de los suyos, sin hacer ruido, pero dejando huella. Fue, es y será siempre mi ejemplo. Un personaje inolvidable… para mí, el más importante.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Ohana. Porque significa familia, y no cualquier familia: la que eliges, la que se queda, la que no se abandona ni se olvida. Cuando todo se tambalea, pensar en los míos siempre me da fuerza. Y esperanza.

¿Y la más peligrosa? “Nunca”. Es una palabra que suena rotunda, pero que encierra mucha rigidez. Cierra caminos, niega redención y no deja espacio para cambiar. Y aunque creo en las segundas oportunidades, también sé que no todo el mundo las merece. Hay errores que enseñan… y otros que avisan.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Alguna que otra vez… pero siempre en la ficción, que para eso está. Escribir tiene algo terapéutico: puedes matar con estilo, sin consecuencias legales y hasta con una banda sonora dramática de fondo. En la vida real soy una persona muy tranquila y pacífica… pero mejor no me toques mucho las emociones, que tengo buena memoria y libreta nueva.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Creo en la empatía, en el respeto y en hacer las cosas bien, que no es poco… y no abunda. Me cuesta identificarme con etiquetas, pero tengo claro que hay que dejar vivir a la gente sin ahogar, tender la mano antes que señalar y tomar decisiones que sumen, no que dividan. A veces, eso ya es una postura política en sí misma.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un refugio. No un lugar, sino una sensación: esa paz que encuentras en ciertas personas sin saber muy bien por qué. Aunque si me dejas concretar… un banco de madera al sol tampoco estaría mal. De esos que aguantan conversaciones largas, silencios cómodos y siestas improvisadas. Con vistas, claro. Siempre con vistas.

¿Cuáles son sus vicios principales? La verdad, no tengo grandes vicios… aunque el café me gana más veces de las que debería, y tengo una tendencia peligrosa a escribir cuando todo el mundo duerme. También me pierden los viajes, hacer deporte y los frutos secos a deshoras. Nada grave. Lo mío no se cura con parches de nicotina.

¿Y sus virtudes? Creo que una de mis principales virtudes es saber escuchar. Con calma, con atención y sin juzgar. La lealtad también va conmigo: cuando estoy, estoy de verdad. Me gusta transmitir tranquilidad incluso cuando todo tiembla, y trato de ser siempre humilde, sin importar con quién esté ni en qué lugar me encuentre. Para mí, todo el mundo merece respeto, sea quien sea o venga de donde venga.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Lo primero, me arrepentiría de no haberme puesto los manguitos. Luego, seguramente vería una tarde cualquiera con mi padre jugando al ajedrez, un partido de baloncesto con mis hermanos, la primera vez que vi la carita de mis hijos. No sé si pasaría toda mi vida ante mis ojos, pero sí estoy seguro de que vería a los que le han dado sentido.

T. M.