En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Esteban Beltrán Verdes.
Si tuviera que vivir en un
solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Un lugar que me permitiera
pensar que sigo de viaje. Un buen hotel con jardín, habitación amplia con sala
de estar, cama de matrimonio y un servicio impecable y atento que me dejara
mucho tiempo libre para centrarme en lo no cotidiano, es decir pensar, escribir
y leer.
¿Prefiere los animales a la gente? Sólo en los años en que era
un tímido enfermizo prefería los perros a las personas. Hoy, que soy un
deslenguado y un buen escuchador, prefiero los seres humanos.
¿Es usted cruel? No. La crueldad requiere
planificación, esfuerzo y persistencia en el tiempo. Yo me guío por los gustos
y las pasiones, que duran lo que duran, generalmente poco.
¿Tiene muchos amigos? Tuve bastantes amigos pero
se han ido muriendo. Hoy tengo pocos y los utilizo poco. Hubo un tiempo en que
compartimos vida; hoy comparto con ellos pensamientos, algún que otro cine y
alguna cena.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? No busco, ni cualidades ni
amigos. Solo espero que me acompañen, en general, las buenas personas. Mi padre
prefería a las personas inteligentes, yo a las bondadosas que van más allá de
sí mismas.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Las personas, en general,
somos hijos de Hobbes, el filósofo siempre mal citado. El decía “el
hombre es un dios para el hombre y el hombre es un lobo para el hombre”. Me decepcionan, eso sí, los indiferentes,
amigos o conocidos, o los neutrales “aquellos
que no toman partido hasta mancharse” como decía Gabriel Celaya.
¿Es usted una persona sincera? Sí, pero tamizada esta
cualidad con la responsabilidad, el respeto y, a veces, la táctica.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? No tengo aficiones y por
tanto tampoco tiempo libre. Mi vida se reparte entre los derechos humanos, la
literatura y la familia. Eso sí amo el cine argentino. Este cine es como la
vida, tiene de todo.
¿Qué le da más miedo? No me mueve el miedo, sino
la esperanza. En todo caso me da miedo llegar a ser un esclavo, es decir la
dependencia física y económica.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? La indiferencia general ante los verdugos pletóricos como
los que perpetran un genocidio en Gaza.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? No llevo una vida creativa o
de escritor sino que comparto la literatura con mi vida de activista en
derechos humanos y mis días de padre y de abuelo. Puedo decir, sin soberbia,
que mi vida no ha estado nada mal.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Ando, media 5.000 pasos
diarios. Fui hijo del squash y portero de futbol. Hoy me duelen las rodillas.
Debería cuidarme más.
¿Sabe cocinar? No. Debería cuidarme más.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Me cuesta pensar en alguien
inolvidable de verdad sobre el que no se hayan escrito ya muchos artículos.
Daría mucho de sí Mario Levrero; por escritor mayúsculo y por persona llena de
rarezas, fobias y miedos.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? La esperanza es indispensable pero es una emoción de
urgencia, cuando lo racional no llega para seguir viviendo. En todo caso dos
palabras: libertad y compañía.
¿Y la más peligrosa? No hay palabras peligrosas.
Hay formas peligrosas de utilizar las palabras.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. He sido víctima más que
verdugo. Me han querido matar al menos un par veces.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy un absolutista de los
derechos humanos. Nada hay más importante que los derechos de la gente y de la
necesidad de defender esos derechos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Soy muchas cosas y sigo
siéndolo cada día. Quiero ser todo lo que soy aunque, obviamente, espero poder
dedicar mas tiempo a la literatura que a la familia cuando mi hija tenga un
trabajo que no sea precario y se pueda valer por sí misma. Me retiraría poco a
poco de ser padre omnipresente.
¿Cuáles son sus vicios principales? No tengo vicios; disfruto de
la lectura, de la pereza, del periódico en papel, del agua sobre el cuerpo, de
los masajes y de los viajes a América Latina.
¿Y sus virtudes? Tampoco poseo virtudes muy
destacadas. Quizá la fundamental sea seguir este lema: “haz lo que te gustaría
que te hicieran a ti”, o, dicho de otra manera, “sé ejemplo, tu primero”.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? A veces me he ahogado en la
cama. No hay esquema clásico. Lo único que deseo es volver a respirar. No hay
imágenes de lo que fui porque no me resigno a dejar de ser.
T. M.