miércoles, 27 de agosto de 2025

Entrevista capotiana a Javier Delgado

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Javier Delgado.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Yo me quedaría muy a gusto en mi cama. Es el mejor refugio. Pertrechado, eso sí, con unos cuantos buenos libros y otros tantos buenos quesos y mejores vinos.

¿Prefiere los animales a la gente? Todavía no, pero todo se andará.

¿Es usted cruel? Creo que la peor crueldad es la que se ejerce contra uno mismo: tenías que haber dicho esto, no tenías que haber hecho aquello…, sobre todo cuando eres joven. Ahora me tomo mucho menos en serio. Acepto que soy, básicamente, un ignorante.

¿Tiene muchos amigos? Mi capital social, como dicen algunos, es bastante parco, pero procuro cuidar, no sé si bien o regular, a mi reducido círculo de personas a las que quiero y en las que confío.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? El sentido del humor, cierta capacidad crítica o inconformismo con lo que nos rodea, su valentía para mostrarse vulnerables…

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Si resultaran decepcionantes, no los consideraría amigos. De todos modos, en esto he madurado. De joven, por ejemplo, me cabreaba bastante cuando un amigo se olvidaba de felicitarme por mi cumpleaños. Ahora veo esto como una gilipollez. Hay muchísimas cosas mucho más importantes dentro de la amistad.

¿Es usted una persona sincera? La sinceridad, como todo o casi todo en esta vida, hay que dosificarla. De lo contrario, acabas exhausto y permanentemente frustrado porque no te soporta nadie. Es como darte de cabezazos contra una pared. 

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Escribiendo, leyendo (ficción, reseñas, artículos de opinión…), paseando, acudiendo a algunos actos culturales, yendo a cafés o restaurantes solo o con amigos, durmiendo, soñando…

¿Qué le da más miedo? Con el paso del tiempo, me he vuelto más pasota para unas cosas y más miedoso/neurótico para otras. Me dan miedo muchas cosas: envejecer mal, el creciente fanatismo político, la creciente indiferencia hacia ese fanatismo… Pero lo que más me quita el sueño es el futuro incierto de mi hijo y el de su generación: cambio climático (o emergencia climática), auge de los fascismos, militarización, precariedad económica… Nosotros hemos disfrutado de un periodo histórico marcado por una relativa calma y cierta prosperidad, pero por todas partes surgen o resucitan amenazas que jamás habría imaginado que pudieran afectarnos, y mucho menos a las generaciones más jóvenes.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Deberían escandalizarme la corrupción política y sus brazos (mediático, judicial, policial, empresarial…), pero solo me dan rabia e impotencia. Como la que siento por asuntos mucho más graves como el genocidio en Gaza, al que no pocos medios siguen llamando “conflicto” o “guerra” como si hubiera dos bandos que lucharan en igualdad de condiciones. Es el Holocausto de nuestra era y occidente mira para otro lado.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? ¿Y quién ha dicho que haya “decidido ser escritor”? ¡Ojalá! No me dedico a la escritura de manera profesional porque de la escritura, salvo que seas un Pérez Reverte, no vive nadie en este país (como ya sabemos, se publica mucho, muchísimo más de lo que se lee). En cuanto a lo de “llevar una vida creativa”, esto es algo que no se elige, sino que se experimenta. Creo que eso que podemos convenir en llamar “la mirada artística” o “literaria” no se puede generar a partir de la nada. Se da o no se da. Luego ya sí podemos hablar de pulir, perfeccionar, mejorar, descartar… Para esto, no conozco mejor escuela que la lectura ni mejores maestros que aquellos escritores a los que admiras o te han impresionado.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? ¿Más allá del sillón-ball? (Es una broma desfasada, muy “ozoriana”, pero para una vez que me hacen una entrevista, no me he podido resistir a decir una tontería). Todos los días hago mi tablita de ejercicios, trato de caminar ligero una media hora e ir a nadar si hace buen tiempo.

¿Sabe cocinar? Por supuesto. ¿Por quién me toma?

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Julio Cortázar. Era un tipo grande en todos los sentidos y, sin embargo, te lo puedes llevar puesto sin que nadie lo note. También elegiría a otro Julio: Julio Anguita. Me haría falta eso, un artículo, para intentar desglosar por qué su figura me sigue interpelando y conmoviendo.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Concordia.

¿Y la más peligrosa? Seguridad.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? ¿Cómo que “alguna vez”? Ya he perdido la cuenta. Dato curioso: me muestro especialmente sanguinario en la ducha. Mientras mi cuerpo se relaja por el efecto balsámico del agua caliente, mi cabeza masacra a diestro y siniestro. Pero ya menos. Por suerte para la humanidad, cuento con la escritura.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Claramente escorado a la izquierda. Siempre, desde pequeño, me han dado asco la injusticia y el abuso de poder en todas sus formas, y donde hay abuso de poder, hay desigualdad. No veo a ninguna opción de derechas mostrando un interés sincero, no ya por acabar, sino por mitigar los efectos de la desigualdad. Una desigualdad que, por otra parte, no deja de crecer.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Periodista del papel cuché. No. Es broma. Periodista a secas.

¿Cuáles son sus vicios principales? La impaciencia (sobre todo, con la estupidez).

¿Y sus virtudes? Mostrarme vulnerable con mi reducido círculo. Es un sentimiento liberador que se debería practicar más.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Supongo que recurriría a los momentos en que más me he acercado a una sensación de felicidad más o menos plena, que ahora identifico con rostros: los de mi hijo en su camino a la edad adulta; el de la madre de mi hijo; los de otras mujeres que he amado; los de amigos y amigas que me han ayudado en mi caminar y a los que espero haber correspondido… También vendrían ciertos paisajes bañados por la luz de Canarias, tan distinta de cualquier otra.

T. M.