lunes, 18 de agosto de 2025

Sexo, infidelidades, amantes y novias en la Guerra Civil: así se amaba bajo las bombas

Hace poco más de diez llegaba a nuestras librerías un trabajo formidable en torno al Hotel Florida, en la plaza Callao, cerca del edificio de Telefónica, fundado en 1924; diez plantas lujosas con mármol blanco y calefacción central, al lado de la Gran Vía; un lugar, pues, como relató Amanda Vaill en esa extraordinaria crónica de la Guerra Civil española tomando como eje ese punto de la ciudad de Madrid, de “primera categoría situado en un vecindario exclusivo” y que “se había convertido en un refugio para un grupo abigarrado y políglota de periodistas extranjeros, pilotos franceses y rusos, así como de una variada gama de damas de la noche”. Por allí pasarán tres parejas decididas a informar sobre el conflicto: Hemingway y Martha Gellhorn; los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro; y Arturo Barea e Ilsa Kulcsar, encargados de la oficina de censura de prensa extranjera de Madrid.

Un rasgo común los unió: cada uno participa en la guerra diciéndose que una nueva vida –en contraste con la anterior, frustrante, o presidida por el peligro y la huida, o el desamor y el dolor– es posible. Empezar de cero, decía Vaill cuando hablaba del anhelo de Gerta Pohorylle, la alemana que se rebautizará como Gerda Taro al lado del húngaro Robert Capa (seudónimo de André Friedmann), para quien España será la plataforma de su éxito internacional como fotógrafo a partir de la instantánea “Muerte de un miliciano”. Hemingway, que se dedicaba a pescar y cazar en Florida y Wyoming, lamentando que sus últimos libros no despertaban tanta atención como antes, escribirá la aclamada «Por quién doblan las campanas» en esta época en que rompe con su esposa Pauline y disfruta de la sofisticada Gellhorn, a la que ayuda en su carrera literario-periodística. Parejas en un hotel, por lo tanto, lo cual viene como anillo al dedo para hablar de «Amor y sexo y la Guerra Civil Española», de Fernando Ballano, que cita a los autores que en su día estudió Vaill en suelo español, y lo hace de modo amenísimo, pues la combinación de conflicto armado con la vida amoroso-sexual de los españoles es poco menos que insuperable.

Un estudio neutral

En su momento, Vaill aseguró que no pretendía realizar un libro de historia sino seguir las huellas de sus personajes, aunque acababa haciéndolo, y con gran brillantez, ya que en paralelo a los antecedentes, decisiones y movimientos de los escritores y artistas elegidos, en la medida en que afectan a éstos se describían los frentes más importantes, los bombardeos más sangrientos, las estrategias político-bélicas durante esos terroríficos tres años. Y algo así también consigue Ballano en una investigación que, desde la primera línea, se aleja de partidismos e ideologías para acometer las fuentes escritas que proporcionan conocer cómo podía ser tener una vida erótica o romántica en aquellos años aciagos para nuestro país.

Vaill nos introducía con vivacidad desbordante en el romanticismo de los amores y desencuentros que sus seis objetos de estudio vivieron, de tal modo que este libro desde ojos foráneos frente a la guerra es un buen complemento de «Amor y sexo en la Guerra Civil», que cuenta precisamente con un epígrafe de Hemingway: «La guerra de España es una guerra mala, Harry, y ninguno tiene razón». Y en en esa neutralidad se mueve Ballno, quien afirma que no trata «las violaciones, que las hubo, por supuesto, y en ambos bandos, por tratarse de un delito, no de sexo placentero y más o menos libre y consentido, de acuerdo con los esquemas de aquella época. Por otra parte, este libro va de placeres y de conductas aceptadas en aquel tiempo, no de hechos delictivos».

Así las cosas, y realmente de forma excepcional habida cuenta del asunto tan delicado que aborda, estamos ante un libro amable y curioso, único en la historiografía española, que busca lo que dijo un bando u otro, aceptándolo como verdad o ironizando al respecto: «Nadie puede fiarse de lo que se dice sobre el enemigo u oponente político», concluye, consciente de que en una guerra la primera víctima es la verdad. «La única excepción será lo relativo a Azaña y Franco como muestra de cómo se utilizaba el sexo para insultar al contrario, ya que en aquella época la homosexualidad era un insulto». En efecto, tal cosa, o «la falta de “masculinidad” resultaba por aquel entonces algo negativo para las derechas, y para las izquierdas; eran otros tiempos para todos…», prosigue el autor, que explica cómo ambos líderes políticos «fueron objeto de continuas alusiones a esa supuesta carencia de virilidad.

Casarse por la pensión

En fin, mil y un testimonios y anécdotas hacen de este libro una sorpresa continua, que despierta sonrisas pese al contexto tremebundo de una contienda armada. Por ejemplo, Ballano habla de que a pesar de todo «seguía habiendo bodas, incluso más que antes», y que se dieron muchos casos de bigamia. «Unas personas se casaban por verdadero amor y otras, quizás solo por interés. Ya antes de la conflagración se hablaba mucho de las “cadeteras”, las jóvenes que, en los lugares donde había academia militar, pululaban por donde iban los cadetes, pues sabían que en poco tiempo serían oficiales con un buen sueldo fijo, posibilidad de hacer negocios… y, si fallecían en combate, les dejarían una suculenta pensión de viudedad. Con la guerra aumentaron los oficiales y los aspirantes a serlo, y las “cadeteras”».

Los hechos eran estos, ciertamente: en el bando rebelde las viudas recibían una pensión, en especial las de legionarios, suboficiales u oficiales. Por otra parte, «a los soldados movilizados que estaban casados los destinaron a los puestos menos peligrosos. Sus esposas recibían en vida del combatiente un subsidio para sustituir el salario del marido»; asimismo, las llamadas «cantineras» de los legionarios «pasaron en muchos casos de ser amantes a ser esposas para adquirir derecho a pensión si fallecía él». Un libro, pues, de usos y costumbres amatorias, sentimentales, eróticas y matrimoniales con el que ver por enésima vez la guerra española, pero con ojos nuevos en esta magnífica ocasión.

Publicado en La Razón, 16-VIII-2025