sábado, 27 de septiembre de 2025

Leyenda y realidad del poeta Dino Campana

Hace tres años, la editorial El Paseo publicó Un viaje llamado amor (Cartas, 1916-1918), que nos hablaba del romance entre la feminista italiana Sibilla Aleramo y el poeta Dino Campana por medio de su correspondencia, la cual trascendió lo libresco, pues dio título a una película estrenada en el año 2002. La relación, que llegaría a durar un par de años, había surgido a raíz de la lectura, por parte de Aleramo, de Canti Orfici (1913), de Campana, al que escribió llena de admiración hacia este poeta por siempre adscrito al malditismo, habida cuenta de su existencia errabunda y su muerte en un manicomio tras diagnosticársele esquizofrenia.

Pues bien, sobre este poeta, enigmático y trágico, de prestigio unánime en su país, ha incidido novelescamente Juan Vico (Badalona, 1975), llevando a cabo una notable biografía ficticia, por así decirlo, por cuanto ha recreado o imaginado las partes más desconocidas de la vida de Campana para urdir Los regresos. Su libro hay que vincularlo con otros anteriores suyos en que, como expuso él mismo en un texto autoanalítico, pretendió «pensar los mecanismos de la creación artística alternando variables dosis de realidad histórica y ficción, y atraído siempre por el leitmotiv del fracaso». Así, hacía referencia a sus otras novelas o libros de relatos, Hobo, El Claustro Rojo, El teatro de la luz o El animal más triste, en que se ocupó de temas como la música, la pintura y el cine.

En esta ocasión, el protagonista es un escritor real, que surge —y no es baladí decir aquí que Vico es también autor de libros poéticos— en una suerte de mapa fragmentado donde confluyen tiempos y voces, eludiendo una línea argumental recta; Vico busca crear una atmósfera con la que dar relieve lingüístico a lo que es una figura mítica, como si quisiera exponer los intersticios entre el individuo y su leyenda. En este sentido, el título, Los regresos, tendría un componente simbólico fundamentalmente, como si lo importante fueran los ecos de la memoria, el vaivén entre el pasado y el presente que vertebra todo el resto de su narrativa.

Pero si algo tenemos que destacar de esta novela es su estilo, consistente en una prosa minuciosa, llena de sutilezas y tono sugerente, en que se deja asomar cierta observación de tinte cinematográfico, verbo lírico y destello ensayístico. Por eso, Vico exige al lector un acercamiento al texto igualmente minucioso y paciente que se deje seducir por una literatura refinada, y por ello excepcional en nuestro páramo narrativo español de hoy en día, donde prima la escritura simplona, las soluciones fáciles y hasta una declarada irrespetuosidad ante la inteligencia del lector, al que se le ve más como consumista de un producto editorial.

Vico, ciertamente, ofrece una novela en clave biográfica, pero también una reflexión sobre lo que en la actualidad se suele llamar «identidad», desde la primera línea: «El hijo nació y tuvo un nombre. Durante los dos primeros años de su vida, el nombre, Dino, correspondía a un cuerpo, a una respiración, al balbuceo del hijo único. Luego nació otro cuerpo que vació el de Dino. El nombre del hermano menor era compacto, grávido, suficiente. Dino, en cambio, era un hueco en el que arrojar la frustración, el desprecio al marido, el desprecio a Marradi, el pueblo natal del marido».

Irrumpe de esta manera una criatura que parece marcada por un conflicto nominal con los otros, y asimismo con el pasado materno, incómodo; en ese pasado familiar está el mal destino que le espera a Dino, del que tan pocas imágenes se conservan, dice el narrador, y «cuyo cerebro empieza ya a coleccionar traicioneros retazos de memoria» con tan sólo cinco años, en 1890, cuando la familia acude al estudio de un fotógrafo. A partir de ese instante Los regresos vehicula la andadura del futuro poeta con fórmulas metaficticias que, desde el punto de vista narrativo, nos impele a buscar los límites de lo que se observa o se dice: «… nunca hay que fiarse demasiado de las imágenes, lo sabemos bien: aunque valgan más que mil palabras, habría que ver qué palabras son esas, quién las piensa, cómo se ordenan en el hielo de la página y con qué intención vibran en unas cuerdas vocales en el instante de ser ofrecidas al mundo». De tal modo que, prosigue el narrador, Dino descubrirá lo engañoso de las imágenes tanto como lo engaños de los términos que las definen. Y de ese desconcierto, tal vez, nacerá su poesía.

Publicado en Cuadernos Hispanoamericanos (núm. 899, septiembre 2025)